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Sierra de Segura, Sobreviviendo


Lugar: Sierra de Segura. Río Madera.
Recorrido: Aldea de Río Madera, Campamento Río Madera, Campamento Los Negros, Las Acebeas y vuelta.
Distancia: 25 km. ida y vuelta.
Dificultad: baja.

Relato:

Mi inquietud por el mundo natural, ha hecho que durante la mayoría de los años de mi vida, haya recorrido gran cantidad de espacios silvestres de nuestro biodiverso territorio nacional. La mayoría de ellos han sido sorprendentes y enriquecedores, pero todos, absolutamente todos, me han enseñado aquellos valores que hacen a las personas un poquito más humanas.
La Sierra de Segura está inmersa en el Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y las Villas, es el parque de mayores dimensiones de España, y el segundo de Europa. Representa de forma exhaustiva lo que se considera el Bosque Mediterráneo, poseyendo unos valores ambientales difíciles de superar.

En esta ocasión quería realizar una experiencia directa sobre la alimentación de supervivencia, y considerando que este lugar se puede tomar como el pulmón de Andalucía, pensé que podría desarrollar mis instintos animales en un espacio donde estos no faltarían. Mi destino era la aldea de Río Madera, situada en pleno corazón de la Sierra y desde donde podría desplegar mis conocimientos y aplicarlos in situ en un entorno privilegiado; iba a estar durante dos días perdido solo y con pocos medios en este desbordante espacio, en el que no me faltaría en ningún momento la materia prima natural necesaria para "subsistir" inmerso en el apasionante bosque.


Me encuentro en la aldea, llevo conmigo la mochila con las herramientas necesarias para pasar la noche de forma digna, e incluyo de forma imprescindible mi protector machete. Inicio la caminata hacia el valle del río Madera, afluente de alta montaña del Segura, donde sus cristalinas aguas me harán pasar unos días olvidándome del agobiante calor que ya aprieta en la urbe.
El recorrido lo voy a realizar siguiendo siempre la ribera del río en dirección ascendete hacia su nacimiento, antiguamente era un camino de carros que unía los diferentes cortijos y caseríos del entramado serril, siendo uno de los caminos principales para pasar de poblaciones importantes como Pontones hacia otras como Hornos o Síles. Ahora está asfaltado, pero la sensación es de estar mimetizado con el entorno, ya que sólo de vez en cuando se observa algún vehículo o algún ser humano nativo del lugar.

La primavera está siendo exultante, el invierno se ha retirado dejando un reguero de lluvias que en estas sierras han sido especialmente intensas, proporcionando a estas tierras una más que exhuberante vegetación. Me interno entre el bosque ripario para llegar al río, por la cercanía a su nacimiento el agua está gélida, lo que me incita a refrescarme y a empezar a pensar en primitivo, el líquido me cae por el cuello, estamos en plena naturaleza.
Las florecillas de las praderas embellecen el marco idílico, se oyen mutitud de pajarillos que revolotean de un lugar para otro, pero mi mente está en cómo alimentarme hoy, las ideas empiezan a surgir. Entendiendo que me encuentro en una situación de dificultad, esos seres vivos que pululan de aquí para allá serían un buen bocado, siempre y cuando encontrara la forma de capturarlos. No es el momento, ni será durante estos dos días, ya que las técnicas de caza y trampeo me llevarían mucho tiempo en ponerlas en práctica y en que éstas llegaran a funcionar. Tendré que sobrevivir mediante la búsqueda de algunas plantas y algunos invertebrados, no esperando a recolectarlos cuando tenga hambre o necesidad, sino que los intentaré coger cuando estos aparezcan, ya que más vale nutrir el cuerpo durante toda la jornada de forma paulatina, que esperar las horas tradicionales de comida no teniendo seguridad en que encontremos estos seres alimenticios.


El agua de estas montañas es muy pura y fácil de recoger con una simple cantimplora, pero ante la duda la voy a purificar con una gota de lejía por cada litro de agua, que le matará todas aquellas bacterias dañinas que puedan perjudicarme. Seguro que encontraré algunas fuentes de manantiales, pero por ahora prefiero asegurar el agua extrayéndola del propio río, aunque deberé añadirle algunas sales minerales exprimiénmdole un limón, ya que el nacimiento de este río está muy cerca de aquí y podría estar falto de las mismas.

Ya con la cantimplora llena reinicio la marcha cercana a la ribera, a lo lejos se oye el sonido del cuco, y de manera casi continua se ven caer las piñas secas de los pinos carrascos y laricios que pueblan en lugar. Esta es otra de las oportunidades para comer, los piñones de todos los Pinus son una excelente fuente de grasas e hidratos, pero estas piñas son muy pequeñas, por lo que esperaré a encontrar el pino resinero o pinaster para sacarle algunas de sus pepitas.
Sigo ascendiendo por el camino con el murmullo del río siempre cercano a mí, los pinzones en parejas no paran de escudriñar el bosque, sus cantos penetrantes hacen del viajero un placer para los sentidos. Un grupo de grajos saltan de un sembrado, seguro que buscando las semillas y las larvas del húmedo suelo, yo me limito a observarlos y pronto desaparecen en la espesura.

Es hora de tomar un respiro, me siento perplejo ante tanta algarabía faunística, por ello aposento mis glúteos sobre una gran piedra plana y disfruto del olor y frescor que se desprende de los arbustos como el majuelo en flor. Es el momento de recolectar algunas plantas comestibles, las flores y las hojas nuevas del mismo majuelo son las primeras que recojo, cerca, en el lecho del arroyo, encuentro rosales silvestres y zarzamoras, siendo sus hojas tiernas muy nutritivas aunque algo ásperas a mi paladar. Al encontrarme en primavera, estos arbustos no poseen sus frutos, que habrían sido excelentes componentes de un plato silvestre especial, revuelto de moras con escaramujos y majoletas, pudiéndole haber añadido un poco de azúcares con la savia del tronco de los pinos.
Pero eso es fantasía, tendré que lavar un poco las hojas y echármelas directas a la boca, espero encontrar otras variedades de alimentos más adelante.

Empiezo a despegarme del río, una gran bandada de rabilargos, chillando al verme, reflejan sus pardos azules sobre los altos pinares, en pocos segundos no hay rastro de ellos, me vuelvo a encontrar con la soledad del bosque. Durante la subida a la zona más alta de mi camino encuentro diversas huellas de ungulados, sobre todo son gamos y ciervos, aunque por aquí existe una numerosa cabaña de jabalíes, muflones y cabras monteses. Esta sí sería una gran caza para comer durante varios días, pero siempre imaginándonos una situación real de supervivencia, en un bosque perdidos, con un tiempo ilimitado para construir las trampas y una paciencia para esperar a que éstas funcionasen, y poder hacer un fuego sin peligro de provocar un incendio, y descuartizar al animal, y trocearlo y...

No parece que esto sea factible en estos momentos, las plantas de diente de león bordean el camino, así que aprovecho para coger algunas de ellas y, limpiándolas un poco, echarme sus hojas a la boca, a falta de bollos buenas son tortas. Las ardillas cruzan el sendero, rápidamente suben los verticales árboles, pero éste que acaban de subir es distinto a los pinos que hasta ahora he estado observando, es enorme, igual que los anteriores, pero su corteza no es blanquecina sino rojiza, me encuentro ante el primer pino resinero, seguro que habrá más, así que decido rebuscar sus piñas ya que son de un tamaño mucho mayor y con unos piñones dignos de ser comidos. Después de un rato he encontrado sólo tres piñas, con ayuda de una gran roca las destrozo y puedo sacar varios piñoncillos, los abro y en uos instantes se pierden en mi aparato bucal, es el sabor más agradable que hasta ahora he paladeado.

Me encuentro en una encrucijada de caminos, sigo a la derecha hasta pasar por una casa retén contra incendios, allí hay una fuente en la que introduzco los pies en el agua, hace demasiado calor y este refresco pondrá de nuevo en marcha mi vitalidad corporal. ¡Maldita sea!, me ha picado. Llevo observando a la avispa todo el rato, y mira por donde en un descuido me ha sacudido un lambreazo, debo coger el barro cercano a la fuente y restregármelo sobre el picotazo, eso bajará el hinchazón y aliviará el dolor.

Por suerte ya conozco esta picadura, eso hace que sepa que no soy alérgico a ella, por lo que me da tranquilidad para seguir sin problemas. Sigo mi camino ya lejos del río Madera, son las cuatro de la tarde y llego a otra encruzijada, inicio el descenso en dirección Siles rodeado de pinos resineros monumentales, la mayoría de ellos alcanzan los treinta metros de altura, siendo el grosor del tronco bastante significativo. Estoy llegando a uno de los puntos sobresalientes del Parque Natural, es el espacio llamado "Las Acebeas", es un bosque húmedo donde sobresalen los acebos y los avellanos, siendo el único existente en Andalucía, ya que la característica principal de estos arbustos es la necesidad de agua constante, creándose en este entorno un microclima que hace ideal el lugar para los mismos. Tanto unos como los otros son dos árboles muy conocidos por los amantes de la supervivencia, el fruto rojizo del acebo podría matarnos si lo consumiéramos, sin embargo el fruto del avellano es una fuente importante de grasa vegetal, imprescindible para cualquier dieta.

Aquí encuentro un sitio perfecto para descansar, está lleno de prímulas, plantas cuya flor es comestible, así que unas cuantas de ellas llegan también hasta mi endurecido estómago. Es una casa forestal donde el olor delata que hay granja de cerdos y algunos animales más, un pequeño perro se avalanza sobre mí ladrando, pero pronto lo convenzo de mi buena fé, así que me apoyo sobre el tronco de un gran álamo y me pierdo en la lectura de un hermoso libro de leyendas...

El reposo ha sido muy conveniente, el no estar habituado a realizar un esfuerzo físico con poco alimento hace necesario tomárselo todo con mucha tranquilidad. Vuelvo a tomar el camino de vuelta, a desandar lo andado, en ese tramo deberé encontrar un lugar donde dormir, así que estaré atento y me introduciré de nuevo en el interior de la maleza para ver si me acompaña la suerte. ¡Ah!, no lo he comentado, el perrito me persigue y yo no sé lo que hacer, por lo pronto le he puesto el nombre de "Negro", por el color de su pelo, así que parece que empiezo a tener compañía.


El sol empieza a escasear, el poblado bosque no deja pasar la luz, pero de repente un trotar explosivo me hace girar el cuello hacia la loma cercana, son dos ciervas que bajan entre los árboles con una facilidad demoledora. Imagino qué debería hacer para poder capturar a una de ellas, esa fuerza exhibida me hace declinar en el empeño, habrá que seguir conformándose con otros seres que nos ofrezca la sabia naturaleza.
Debe ser el momento de buscar el refugio nocturno, en poco más de una hora se nos han cruzado por el camino una culebra de escalera, un lagarto verde y un par de ardillas incrédulas con la imagen que observaban, un par de solitarios caminantes entremezclados con los gigantes pinos.

Nos adentramos en el campamento juvenil de los Negros, está muy cerca del río y decido montar el vivac entre dos pinos, no sin antes cerciorarme que no están infestados por la temible procesionaria, ya que al contrario de la mayoría de las orugas, éstas son venenosas, poseen unos pelillos urticantes que lanzan cuando son atacadas por sus predadores, por lo que no solo no se deben comer, sino que no debemos cometer el error de tocarlas. El río por este tramo es muy tranquilo, prácticamente no se oye, sería un error por mi parte acampar en la orilla de un río caudaloso, el ruido podría esconder cualquier peligro nocturno que se acercara. Por ello monto en este lugar la acampada, ato una cuerda entre los dos troncos y paso por encima el poncho impermeable, a continuación ato una cuerdecilla en cada uno de los extremos del poncho con una piedrecilla, y ésta a su vez la vuelvo a atar sobre una roca más grande que sirve de tensor de la semitienda. Este será el refugio por esta noche, ahora nos damos un paseo por el bosque observando el anochecer, sin dejar de mirar el aumento del número de constelaciones que paulatinamente van surgiendo en el cielo.

Negro está inquieto, la verdad es que yo también, sólo se ven sombras alargadas a nuestro alrededor. El diminuto autillo se comunica con su cónyuge a lo lejos, es un sonido relajante, infinito, no para de repetirse, la primavera ha llegado a esta feliz pareja. No puedo más, me meto debajo de la lona dentro del saco, en esta ocasión he rellenado debajo de la esterilla con acículas de pino secas, dándole al lecho una textura flexible y blanda que seguro me ayudará a dormir algo mejor. Negro se acuesta a unos dos metros de mí, es un fiel perro.

La noche se está haciendo larga, cada vez que me despierto me incorporo para ver si mi compañero sigue allí, y así es, sólo se mueve para también observarme con detenimiento, al volver a reclinarme él vuelve a su posición de partida. En uno de esos despertares siento una especie de aullido-chillido fuerte por detrás del río, es un zorro que posiblemente esté intentando impresionar a su amante, buscando un poco más de ternura en la fría noche.

Por fin amanece, el calor del día se tornó en frío nocturno, pero ya ha pasado. Negro no está a mi lado, y no lo veo por ningún lado, habrá decidido buscar otro compañero con algo más de viandas para poder medio alimentarse. Me voy incorporando, pero vuelvo a tumbarme, ya que la música matutina de pajarillos mezclada con el sonido de las ramas altas de los pinos movidos por el viento, hacen del instante un momento especial, a nosotros, los amantes de la naturaleza, nos apacigua y convierte el espacio en un edén defícil de mejorar.
Depués de gozar de la mañana dentro del redil, me acerco al río para asearme, ya empieza a haber movimiento en el agua, los zapateros recorren toda su anchura una y otra vez. Existen en este tramo del río varios remansos, así que intento descubrir la posibilidad de capturar alguna trucha en los recovecos, para ello introduzco ambas manos con suavidad, una de estos peces roza mi piel y desaparece instantáneamente. El tiempo que se necesita para este tipo de técnicas yo no lo tengo, otra vez será.

Debo buscar algo para desayunar, algunas hormigas de gran tamaño, una babosa y un saltamontes se convierten en mi comida proteínica. Una vez muertos todos, al saltamontes le quito las patas, ya que podrían engancharse en la garganta y a la babosa le aprieto su cuerpo para dejarla limpia por dentro, a continuación los aliño con aceite y ajos, para después comérmelos saboreando su textura especial, sobre todo la de las hormigas, ya que el ácido fórmico que poseen las hacen tóxicas en grandes cantidades, sin embargo cuando son pocas las que se ingieren dejan un sabor picante especial que las hace muy apetecibles.

Cerca de mi campamento descubro varios troncos centenarios caídos, están putrefactos lo que los hace otro de los recursos alimenticios más asequibles que nos brinda la naturaleza. Cojo el machete y empiezo a abrir el tronco, pronto surgen una serie de larvas y gusanos comedores de madera que introduzco en un botecillo. Este mediodía pueden ser la base de mi almuerzo.

Decido realizar una inspección por todo el margen izquierdo del río, allí podré encontrar algunas flores y plantas comestibles para acompañar a las larvas ya capturadas. En un abrir y cerrar de ojos me sorprende la veloz llegada de Negro, imagino que habrá estado buscando recursos para poder subsistir ante el empuje del medio. Se avalanza sobre mí y yo lo agasajo, está entusiasmado con mi presencia, por lo que parece estará acompañándome hasta el final de la aventura.
Está todo florido, ranúnculos, margaritas, borrajas, primaveras, lirios, y una de las flores más espectaculares de este barroco ambiente, la aquilegia, llamada vulgarmente aguileña, una planta con poco porte pero con una flor grande de pétalos azulones y unos estambres amarillos que impresionan al verla. Ésta será una de las que tendré cuidado de no comer, ya que es algo tóxica y sería una imprudencia hacer la prueba de la comestibilidad con ella.

Volvemos al lugar de acampada y recogemos nuestros objetos, reiniciamos el camino acercándonos a tosdos aquellos cortijos que nos encontramos durante el viaje. Algunos están derruidos, otros cerrados a cal y canto, seguro que en épocas festivas o estivales esta zona es un paso más frecuentado por individuos con ganas de acercarse a las costumbres del pasado.




Negro corre despavorido, ha encontrado algo a lo lejos tendido en el camino, me aproximo y me llevo una sorpresa por un lado desagradable, pero por otro ideal para completar mi experiencia, una culebra bastarda recientemente atropellada por algún vehículo, aún se encuentra viva pero pronto dejará de respirar.


Una vez almacenada la serpiente en mi mochila seguimos la ruta, llegamos a una caudalosa fuente y nos preparamos para organizar el almuerzo. Llevo un pequeño infernillo que utilizaré para cocinar, los gusanos y larvas, una vez aplastados los aliño y los dejo tapados para que no acudan las moscas y avispas. La culebra mide aproximadamente un metro de longitud, es, junto con la de cogulla, la única especie venenosa de la familia de los colúbridos de la Península, por esta razón habrá que cortarle la cabeza mucho más abajo del cuello, para evitar la toxicidad del veneno que contienen sus glándulas.

Antes de cortar la cabeza le quito la piel en sentido descendente desde el cuello, previo corte suave perimetral en la piel. Una vez pelada corto con el machete desde el ano hacia la cabeza toda su longitud, quitándole los órganos internos. Aprovecho éstos para atraer a las avispas carnívoras hacia otro lugar, así dejarán en paz el cuerpo de la serpiente despiezada. Le corto la cabeza, y a continuación la enjuago bien en la fuente, la troceo en tajadas y la sazono con sal y un poco de aceite.
Sobre una laja de pizarra encontrada en uno de los cortijos preparo la receta, el infernillo ha puesto la temperatura en su punto, ya solo queda asarla junto con las larvas, y por último disfrutar de un bocado muy especial, Negro también lo probará.

Estamos cerca del final del camino, la tarde es de nuevo calurosa, pero las sombras constantes y el sonar de los arroyos hacen el paseo mucho más llevadero.
Un voleteo majestuoso nos hace mirar de repente, es un pito real, el pájaro carpintero más grande de nuestros bosques, en pocos segundos el verde plumaje se difumina entre la espesura, será la imagen final de una experiencia para no olvidar. Negro seguirá disfrutando de la sierra que probablemente le vio nacer.

Paseos por Tierras de España: Índice

* Travesía Albuñol Mulhacén, una tradición inquebrantable.

* Travesía Integral de la Costa de Granada en Káyak.

* Sierra de Segura, sobreviviendo.

* Albayzín, último reducto árabe de la Península.

Travesía Albuñol Mulhacén, una tradición inquebrantable.






A Cristóbal, ese hombre que hizo de la bondad el guía de su camino y que a todos nos hundío su huella en nuestro corazón. Donde estés, no olvides nunca que desde la cima de tu tierra habrá unos amigos que te querrán abrazar.









Atardecer en Siete Lagunas
Es de madrugada, la despedida está siendo dura, nunca podría haber pensado que los designios de la naturaleza habrían encaminado a este gran amigo a un final tan corto. Hasta hace dos jornadas habíamos estado disfrutando de multitud de temas, la poda en el cortijo, las collejas, la jaca… y el Mulhacén. ¡Cómo no !, el Mulhacén, el lugar donde habíamos pasado grandes momentos con otros tantos amigos, y donde los lazos de amistad posiblemente se habían fortalecido tras las duras jornadas de esfuerzos y gozos…


Quizás sea el momento de recordar una de las tradiciones que se han forjado a través de los años en una población que, aunque me pese, carece demasiado de ellas. El tiempo ha ido pasando y nosotros lo hemos ido acompañando con algunas evocaciones que por suerte la mayoría han sido gratificantes. Allá por el año 1992, un grupo de incondicionales decidimos que era el momento de conocer un espacio natural que desde pequeños lo habíamos observado por encima de nuestras cabezas, era el colosal Mulhacén. Cada vez que subíamos al Cerro del Gato aparecía inconmensurable la gran mole ibérica, estaba cerca, pero nos parecía la distancia abismal. Fueron pasando los años y nuestra afición por el campo nos llevó una Navidad a juntarnos detrás de unas cervezas para debatir qué sería los más aconsejable, en qué época subiríamos, qué material debíamos utilizar… Estábamos muy verdes, pero eso a nosotros no nos importaba, la cumbre debía ser hoyada desde nuestro querido pueblo. La ruta se iniciaría en Albuñol (costa de Granada), y atravesando la Sierra de la Contraviesa, ascendería hasta la mismísima cumbre nombrada. Aquél sería el primer ascenso, realizándolo, y aquí vienen la demostración de lo verdes que estábamos, en plena estación invernal.
Prácticamente cada año se ha ido realizando esta travesía, por lo que en mi relato voy a intentar conjugar todas las ascensiones con los momentos más originales y anecdóticos de cada una de ellas, siempre bajo mi punto de vista, y no olvidando que algunas de ellas se me quedarán en el tintero. Aunque la ruta siempre ha empezado y terminado en el mismo lugar, su evolución con el tiempo ha sido muy distinta, pasando de cuatro jornadas para llegar a la cumbre a sólo una, en uno de los esfuerzos más titánicos que recuerdo.







Antes de iniciar el relato voy a resumir en datos básicos en qué ha consistido la ascensión al Mulhacén durante estos años:


Rutómetro


Primera Etapa



Albuñol – Trevélez

Albuñol – Venta del Empalme: 6 a 10’30 h.
Venta del Empalme – Lobras: 10’30 a 13’30 h.
Lobras – Tímar: 15’50 – 16’30 h.
Tímar – Juviles: 16’30 – 17’20 h.
Juviles – Trevélez: 18 – 21’30 h.

• Horas totales: 15’30 h.
• Horas reales de actividad: 12’15 h.

Segunda Etapa



Trevélez – Laguna de La Caldera


Trevélez – Siete Lagunas: 10’30 – 14’30 h.
Siete Lagunas – Mulhacén: 17 – 18’30 h.
Mulhacén – Laguna de la Caldera: 19 – 19’30 h.

• Horas Totales: 9 h.
• Horas reales de actividad: 6 h.

Tercera Etapa


Laguna de La Caldera - Trevélez

Laguna de la Caldera – Alto del Chorrillo: 9 – 11 h.
Alto del Chorrillo – Trevélez: 11 – 13 h.

• Horas Totales: 4 h.
• Horas reales de actividad: 3’45 h.


Material

-Alimentación:
.2 bocadillos
.Miel
.Galletas
.2 litros de agua
-Vestimenta:
.Pantalón largo

.Sudadera
.Ánorak
.2 pantalones cortos
.2 calzoncillos
.Zapatillas deportivas
.Botas
.3 calcetines
.Gafas de sol
.Sombrero
-Otros utensilios:
-Bolsa de aseo y toalla
-Crema solar
-Loción antimosquitos
-Tiritas
-Crema antirrozaduras
-Aspirina
-Aguja e hilo de coser
-Bastón
-Linterna
-Saco de dormir
-Esterilla y almohadilla
-Cámara de fotos
-Documentación y dinero


... desde 1992, hasta el cielo.

Es un invierno distinto, la climatología es muy benigna, y más parece una prematura primavera en la que los ánimos hacen resurgir a nuestros instintos. Quedan aún casi un par de horas para que amanezca y ya estamos en camino, sin saberlo vamos a iniciar una travesía que será recordada año tras año, y que en todo momento estará presidida por mi gran amigo Andrés. En esta primera ocasión cinco inexpertos jóvenes surcan la espléndida rambla de Albuñol, imprimiendo un ritmo hiperactivo que denota su falta de madurez campera. Antes de llegar a los Naranjillos realizamos la primera parada, estamos chorreando, parece mentira que estemos en plena Navidad, pero habrá que aguantar el estival clima mediterráneo adaptándonos a los momentos de la travesía. Acaba de amanecer, los barrancos están con excesiva humedad, el agua rebosa por la vaguada y las zarzas entorpecen la ahora parsimoniosa subida, a partir de aquí habrá que apretar los machos para atravesar las dos vertientes de la sierra de la Contraviesa.

Una estación importante será la que hagamos en el cortijo de los Puñaleros, el calor veraniego nos hace mella, por lo que unos racimos tempranos de uvas, junto a los sabrosísimos higos, harán más llevadera nuestra subida a la arista serreña. Antes de salir, Pepe se esfuerza en recoger unos enrevesados chumbos que una vez pelados degustamos con satisfacción. Es la segunda ascensión, nos hemos reunido once mulhacenistas, será la ocasión en la que más deportistas suban desde Albuñol, y la primera en la que una fémina la realice completa, Ana nos asombra a todos. Es el tramo más monótono, primero subimos con un gran desnivel hasta la Venta del Empalme, y después recorremos siempre por asfalto la tortuosa carretera que nos llevará durante doce kilómetros hasta la primera población de Sierra Nevada, Cádiar. Después de almorzar reiniciamos la ruta para establecer nuestros castigados cuerpos en el bonito pueblo de Bérchules, una vez atravesado el río Guadalfeo y el anejo de Alcútar. Esta noche dormiríamos en un tejado de launa, una gozada.

Ya sí conocemos la cima de nuestra Península, empezamos a creer que somos conocedores de la naturaleza sureña. Esta primera etapa empieza a evolucionar, nuestro querido Cristóbal, gran conocedor de estos parajes, ha abierto de nuevo esos caminos de arrieros que él tanto conoció, haciendo que el paso de la rambla hasta las estribaciones de Sierra Nevada sean más atractivas para el naturalista, además de reducidas en tiempo, algo fundamental si queremos proseguir en posteriores trayectos agotadores. En esta ocasión estamos atravesando la Contraviesa pasando de la Venta del Tarugo al cortijo del Médico, siguiendo hasta el Guadalfeo, para subir a Lobras y terminar la etapa en la peculiar población de Tímar, del cual dicen que es el municipio más pequeño de Andalucía, tan solo tiene treinta habitantes.
Estamos en las puertas de la cuidada iglesia de la localidad.
Es la hora de asearnos, y justo debajo de la plazoleta encontramos un centenario lavadero con un caudal de agua desconocido para nosotros los costeros. Allí nos medio desnudamos y dejamos el polvo del camino, permitiendo que nuestros cuerpos disfruten del frescor y de la higiene tan necesaria para la recuperación y el descanso nocturno. Volvemos a la plazoleta y preguntamos por una tienda o una cantina, el lugareño nos indica que tendremos que esperar, ya que el señor que lleva el pequeño bar tiene que estar al llegar de sus quehaceres agrícolas. La frescura de la fuente nos alivia de forma instantánea, pero la mente sigue puesta sobre la que esperamos sea la cerveza más exquisita del mundo… El labriego aparece, viene acompañado de una vieja yegua y cargado de utensilios no menos viejos y desgastados por el discurrir de los sudorosos y laboriosos años. Nos abre su pequeño establecimiento y sacamos a la plaza el líquido necesario para hidratarnos del caluroso día, pronto se agotan y debemos volver a tocar en su casa para volver a repetir la situación anterior, esta vez seremos algo más generosos.

Ya ha anochecido, decidimos dormir en un cruce de caminos de las afueras del pueblecito. Abrimos nuestros sacos y en pocos minutos las estrellas desaparecen de nuestras mentes, parece ser que el descanso será placentero. De repente me sobresalto levantándome como un resorte, observo en la oscuridad una gran sombra que se acerca a nosotros, al incorporarme sale al galope, sí, sólo era otro nativo del lugar que iniciaba su rutina de trabajo diario cogido a su mulo y que no esperaba mi respuesta protectora. El animal desaparece y el hombre detrás en carrera, miro el reloj y son las cinco de la mañana, ¿qué pueden haber pensado de mí ambos seres? Al poco rato vuelven por el mismo camino, los miro y el señor me dice en voz baja que esta vez no me mueva, yo le hago caso y le pido disculpas. En los próximos años cambiaríamos la zona de pernocta a las puertas del cementerio, un lugar sagrado y seguro en el cual a nadie molestaríamos ni por supuesto seríamos inquietados.
El desayuno nos ha espabilado, nos desentumecemos e iniciamos la ruta hacia Juviles, pasando por el bonito puerto de Tímar, en el que se observa por un lado los tejados típicos alpujarreños y por el otro el discurrir sonoro del río por el valle frondoso. Unas moras de árbol y un refrescón con agua ferruginosa del manantial de Juviles nos llevan hasta esta población. Aquí ya empieza la fragancia añeja al jamón curado.

Desde Juviles hasta Trevélez el sendero discurre por una gran loma que se introduce en pleno parque natural, este año nos acompañan dos nuevos andarines, Antonio y Custodia, los cuales denotan en sus rostros la ilusión del primer camino y el desaliento de los pasos andados. Es una loma desesperante, calurosa y que pareciera no tener fin. En uno de los altos debajo de una de las pocas sombras de la senda, la solitaria y majestuosa encina nos invita a descansar. Como casi siempre vamos todos juntos, experiencias anteriores demostraron que la distancia excesiva entre los montañeros sólo podría acarrearnos problemas, por lo que en todo momento nos vamos acompañando, disfrutado de las anécdotas de unos y otros durante horas. Al llegar a la encina, Custodia nos aconseja que sigamos, que la esperamos más adelante que no se encuentra bien, nosotros nos miramos y sin decirnos nada pensamos, ¿cómo que la dejemos en solitario?, pero, ¡si estamos asombrados de su fortaleza y saber estar con un grupo de trogloditas montañeros!, sólo nos queda decirle que ánimo y que estaremos en todo momento para lo que ella necesite. No nos necesitó en ningún momento más, su grandeza física y psicológica fue suficiente no solo para llegar a Trevélez, sino para convertirse en la primera nativa de nuestro pueblo que coronaría la tan preciada cima peninsular.

Esta vez el descanso nocturno lo realizamos en la ribera del río Trevélez, afluente importante del Guadalfeo que desemboca en las playas de Motril. Acabamos de “zamparnos” unos escalofriantes bocadillos serreños, nos aseamos en las gélidas aguas del río y nos introducimos en los sufridos sacos escarchados por la humedad lindante. Mañana se adherirán al grupo algunos otros compañeros que harán la ruta hasta completarla con nosotros.
El parque nacional de Sierra Nevada nos abre sus puertas al amanecer, antes de volver a machacarnos los pies desayunamos como siempre chocolate con churros, la subida será tortuosa y a veces desmoralizadora, pero este día estamos subiendo un gran grupo, y nosotros, los de siempre, tenemos que aparentar que todo será fácil y llevadero. Salimos del pueblo, varias acequias a rebosar nos sorprenden en el camino, a veces éstas las encauzan por el mismo sendero, ya que el riego a mantas es tradicional en las Alpujarras altas, pero esto no nos importa, ya que sabemos del calor que más adelante sufriremos en el transcurso de la vereda.

Esta será su última subida al Mulhacén, él no lo sabe, pero posiblemente lo intuya. Cristóbal ha sido el montañero albuñolense que con más edad ha subido varias veces a su cima. Sobrepasa los sesenta y cinco años, y se encuentra inmerso en un proceso de leucemia. El ritmo que llevamos es demasiado fuerte, él nos pide que sigamos, que poco a poco él llegará. Decidimos entonces que yo le acompañara mientras el grueso del grupo seguía adelante. Ellos siempre nos tuvieron a la vista, ya que su preocupación hacia nuestro compañero era evidente. En ese momento todo cambió, nuestra charla fue amena, él siempre fue ameno, conversaba de mil y una cosas, sonreía en cada expresión, parecía no cansarse. Se fue echando la tarde encima, pero casi sin darnos cuenta estábamos ascendiendo la fatídica cuesta de las Chorreras de Culo de Perro. Aquí estábamos, en la “Fragüilla”, nombre que él había puesto hacía unos años a la cueva donde una y otra vez acamparíamos en la tradicional ruta.
El atardecer es extraordinario, después de comer y descansar nos damos una vuelta por todas las lagunas del río Culo de Perro, llamadas también Siete Lagunas. Nos vamos Paco, Marcos, mi hijo y yo. Están todas rebosantes, los borreguiles exultantes de flores, la primavera estival de la sierra nos inunda de un color minúsculo que nos hace recrearnos en la fotografía natural.
Encima, el coloso y su acompañante Alcazaba. Los niños vuelven al campamento y nosotros seguimos nuestra visita “lagunil”, aparece la más alta de las lagunas, la Altera, tiene algo de nieve, nos acercamos para observar el discurrir del agua derritiéndose hacia el valle. En una de las ascensiones anteriores, la vista de este espacio fue excepcional, la mitad de la laguna estaba completamente nevada, hecha hielo y en un alarde de riesgo decidí acercarme hasta su borde encima de ella. Cuando todo parecía idílico para ser fotografiado, un crujido espeluznante sobrecogió mi corazón, se estaba resquebrajando justo por detrás de mí, si no me daba prisa caería al agua helada con los pequeños icebergs, que tenían un espesor aproximado de tres o cuatro metros. En dos saltos de terror ascendí en segundos hasta la zona libre de peligro, me senté vi el desprendimiento y recapacité.
Después de la cena acompañada de un buen caldo de la Contraviesa volvemos a la cueva, el balcón estrellado de la misma nos acercará hasta el descanso merecido.

…Queremos hacer la ruta en menos de veinticuatro horas, estamos en Siete Lagunas, salimos de Albuñol a las dos de la madrugada y son las diez de la noche, estamos extenuados, pero tenemos al alcance el objetivo deportivo. Sabemos que en una hora y media se llega desde aquí a la cima, pero ¿seremos capaces de realizarlo antes de que se cumplan las veinticuatro horas? Andrés dice que sí, pero a mí no me salen las cuentas, ¿cómo vamos a llegar en dos horas si no podemos con nuestra alma? Pronto salgo de mi convencimiento cuando me recuerdan los compañeros que el tiempo que tenemos para llegar nos es de dos horas, sino del doble.
Pie sobre pie, paso sobre paso, el frío nocturno nos acompaña y hace que nos despertemos, ya que en más de una ocasión el andar es autónomo y posiblemente en sueño, abrimos los ojos y vemos las botas oscuras del compañero de delante. Estamos en la cima, al fondo, en la costa mediterránea, celebran la noche de San Juan. Nosotros celebramos nuestra victoria, “Desde el Mulhacén al Cielo”.

Quisiera recordar aquí a todos los mulhacenistas de esta gran ruta que salieron de las puertas de la Contraviesa y llegaron a la cúspide peninsular: Ana Manzanares, Andrés Manzano, Antonio Rodríguez, Antonio, Custodia, Diego Romero, Ernesto Martín, José Antonio Camacho, José Antonio, José Morales, José Rodríguez, , Lisardo Domingo, Manuel Galdeano, Matías Salinas, Sergio García, Antonio Manuel, Eduardo y Lisardo Junior.


Travesía 2011
El Mulhacén con el Veleta al fondo
Tres nuevos Mulhacenistas

El más joven
La Fritá de Tímar

Travesía Integral de la Costa Granadina en Kayak



* Artículo extraído del apartado de "Sendas del Agua" de la página web de "Omei Kayak"

Situación Geográfica
Costa Tropical de Granada. Se puede acceder a ella desde la ciudad de Granada por la N323 en dirección Motril, por la N340 desde Málaga o por la N340 desde Almería. La salida se puede hacer o hacia el poniente granadino o hacia el levante, nosotros preferimos hacerlo hacia el poniente por finalizar la travesía en la famosa cala naturista de Cantarriján.

Lugar de Salida
Como el objetivo es realizar la travesía integral, debemos salir desde el mismo límite de provincias con Almería, lo que nos hace tener que acceder desde la pequeña población de El Pozuelo (municipio de Albuñol) hasta llegar a Huarea y seguir la pista de tierra que va paralela a la playa y muy cerca de ella. Pronto, a unos 2 km. desde Huarea y entre dos invernaderos encontramos un barranco más pronunciado que es el límite. Allí embarcaremos, teniéndose que dejar los coches en alguna de las poblaciones cercanas.

Lugar de Llegada
Cala naturista de Cantarriján. Se encuentra a continuación de la playa de la Herradura, su acceso por carretera está señalizado una vez que pasamos la Herradura por la N340, siendo una pequeña carretera muy inclinada la que nos acerca a la cala. En ella se practica el nudismo, y tiene servicios de restaurante y bar.

Embarcación Recomendada
Por ser una travesía larga recomendamos cualquier modelo de kayak de mar.

Equipamiento
Kayak, remo, botes estanco, una o dos mudas completas de ropa, alimentos energéticos, agua (se puede coger en loas diferentes poblaciones que siempre tendremos muy cerca de la playa), saco de dormir, tienda de campaña, esterilla, cámara de fotos, crema solar, gafas de sol, gorro...

Épocas del año para realizar la Travesía
Cualquier época sería buena, lo que sí tendremos en cuenta es el estado de la mar. En verano llevaremos menos peso y disfrutaremos más de las vistas y baños.

Distancia y Duración
Total de horas de paleo de la primera etapa: 6 h. 07’.

Total de horas de paleo de la segunda etapa: 4 h. 55’.

Recorrido total: 65 km. Aproximadamente.

Primera etapa: Huarea - La Rábita (4 Km.). La Rábita – Melicena (6’3 Km.). Melicena – Castell de Ferro (11’7 Km.). Castell de Ferro – Torrenueva (13’1 Km.) Total: 35 Km.

Segunda etapa: Torrenueva – Salobreña (10 Km.). Salobreña – Herradura (14’8 Km.). Puntal de la Herradura (4’3 Km.). Total: 30 Km.

Dificultad Física
El estado de la mar nos va a aumentar o disminuir la exigencia física, al ser una travesía de dos día podemos considerarla de fuerte desgaste, aconsejándose descansar cada dos horas en la multitud de playas que encontraremos con acceso fácil.

Permisos
Ninguno, aunque es aconsejable avisar a la Guardia Civil que vais a vivaquear en las playas una noche, indicándoles el recorrido a realizar.

Fauna
Según la suerte que se tenga podréis disfrutar de cantidad de bancos de peces que se acercan a la embarcación y de repente huyen. Es posible observar delfines, cormoranes, gaviotas reidoras, gaviotas de pata amarilla, charranes...

Flora
En algunas zonas aparecerá la Posidonia y otras especies de algas. En la costa se observan cañaveras, eucaliptos, pinos, boj...

Lugares de Interés

§ Playa del Ruso.
§ Peñón de San Patricio.
§ Punta del Melonar.
§ Playa de la Rijana.
§ Playa de Calahonda.
§ Cabo de Sacratif.
§ Playa de la Hoya.
§ Playa y Peñón de Salobreña.
§ Peñón de San Cristóbal.
§ Playas de Almuñécar.
§ Puerto Deportivo Marina del Este.
§ Punta de la Mona.
§ Playa de la Herradura.
§ Punta de Cerro Gordo.
§ Playa de Cantarriján.

Cuaderno de a bordo

Primera Etapa

Martes 16-07-02

A las 7’15 h. de la mañana nos encontramos en Albuñol con la piragua en el coche para dirigirnos hacia el límite con la provincia de Almería. A las 7’50 h. llegamos a la playa de Levante de Huarea y allí descargamos la embarcación, para inmediatamente iniciar la travesía con la mar totalmente en calma.

Tras un inicio lento, para calentar nuestros “preocupados” músculos, marcamos un paleo constante e intenso. A los pocos minutos cruzamos la desembocadura de la rambla de Huarea y la playa del Pozuelo. El día es espléndido, encontrándonos con algunos barquillos que inician su pesca matinal. La siguiente población costera en aparecer es La Rábita, allí despedimos desde la canoa a nuestras mujeres, que esperaban nuestro paso desayunando placenteramente en uno de los chiringuitos, y seguimos nuestra ruta hasta atravesar las calas y playa nudista “del Ruso”. Nuestro rumbo está ahora puesto en el primer cabo importante, el de “Punta Negra”. Desde este “balcón hacia el interior” divisamos una de las tres sierras que escudan la Costa Tropical Granadina, la Contraviesa, la cual notamos que empieza a cambiar, los almendros y las viñas que la forraban tiempos atrás empiezan a perder atractivo paisajístico por los plásticos de invernaderos que cada vez más parasitan la naturaleza de dicha Sierra: ¿merece la pena esto?, ¿será soportable para el medio natural esta desestructuración del suelo?.


Mientras tanto, seguimos remando, ya hemos dejado atrás el “Peñón de San Patricio” y al pasar Melicena paramos a desayunar y desentumecer las articulaciones en la playa. Son las 9’40 h., la mañana sigue espléndida y el piquislabis nos sienta de maravilla, no debemos seguir relajándonos, y a las 10’20 h. reiniciamos nuestra andadura.

El mar sigue sólo, no nos encontramos a nada ni a nadie, y todavía las costas están limpias de bañistas. Empieza a escasear el agua mineral, y decidimos bajarnos uno de nosotros en una de las calas de La Mamola para repostar tan esencial elemento. Tomamos rumbo hacia Castell de Ferro, de esta manera evitamos el amplio golfo que va desde Castillo de Baños a Castell, cuya costa y hasta bastante altitud aparece plagada de grandes invernaderos. A las 12’24 h. llegamos a la población anteriormente mencionada y desembarcamos, debemos descansar, vaciar de agua la canoa y darnos una ducha con agua dulce.


Después de realizar un grupo de estiramientos intentamos introducir la canoa en el mar, pero cuál es nuestra sorpresa al apreciar que en cuestión de minutos el Mare Nostrum ha cambiado su apacibilidad por la bravura, nos cuesta trabajo entrar en la embarcación, pero, con apuros, lo conseguimos, y a las 13 h. comenzamos a remar de nuevo. La marea se convierte en marejada de levante, esto nos complica la situación ya que debemos ir muy cerca de la costa para evitar riesgos de hundimiento, pero la zona que estamos atravesando, llamada “Punta del Melonar”, está compuesta por cortados rocosos espectaculares que nos recuerdan a la tenebrosa costa Cantábrica, y que producen un efecto de choque de la ola que revierte en nosotros. La canoa se mueve en todas direcciones, siendo difícil de controlar y equilibrar su rumbo. En esta delicada situación observamos cerca de una de las cuevas marinas de los acantilados una embarcación Zodiac vacía. Pensamos que puede ser una “patera” de inmigrantes abandonada, ya que otra opción deportiva parece inviable. Decidimos acercarnos a ella, el oleaje la llevan hacia los riscos, pero al llegar vemos que aparece el arriesgado submarinista que estaba pescando. Seguimos nuestro camino.

A las 13’35 h. llegamos a una de las calas más paradisíacas que veremos en toda la ruta, “La Rijana”. Allí volvemos a desembarcar y a prepararnos para pasar relajados las horas más fuertes del día de calor sofocante. Dejamos la piragua preparada, limpia y sin agua en su interior. Nos acercamos al chiringuito para refrescarnos a almorzar, encontrándonos en el mismo a dos señores que nos observan con interés, piensan que hemos bajado de un pequeño yate que se encuentra varado a unos cien metros de la playa, pero al comentarles nuestra aventura el rostro se les torna algo incrédulo y de sorpresa.

Una vez repuestos montamos con las toallas y los remos un “chambao” para “echar la siesta” sin deshidratarnos. No llegamos a dormirnos, e sol es intenso y penetra nuestro chozo por todos lados. Esto nos hace decidirnos a salir antes de lo previsto, ya que el mar sigue con fuerza, no cambia y nosotros tenemos mucho camino por recorrer.

A las 16’45 h. volvemos a poner en marcha nuestro motor, una vez que salimos de la cala el mar vuelve a zarandearnos, la situación es tensa ya que nos volvemos a encontrar entre acantilados, hasta que por fin pasamos por la más que cuidada playa de Calahonda.

La panorámica que disfrutan nuestros ojos es digna de ser descrita, a babor y mar adentro aparece inmóvil durante varias horas un gigantesco barco mercante, como si esperara nuestra zozobra para engullirnos; a estribor localizamos otra de las sierras que guiarán nuestro camino, la sierra de Lújar, la cual, ¡todavía! mantiene intacto un bosque de pinos, encinas y alcornoques que le da a nuestro viaje un ambiente más virgen y natural. Y por último, nosotros seguimos inmersos en una marejada que no nos deja disfrutar con todos nuestros sentidos de este hermoso paisaje.


Ya hemos dejado atrás la amplísima playa de Carchuna, acercándonos paulatinamente al cabo de "Sacratif”, de nuevo surgen las rocas y acantilados, las imágenes son excepcionales, las olas rompen contra las piedras y vuelven hacia nosotros, nos vemos inmersos en olas de dos y tres metros de altura, algunas de ellas salpican y entran en la bañera de la piragua. La situación empieza a ser muy delicada.

Ninguno de los dos comentamos nada, aunque interiormente notamos la extrema tensión, la remada es muy intensa, las olas entran por la popa, nos levantan y nos lanzan perdiendo continuamente el rumbo marcado. Estamos obsesionados en atravesar cuanto antes este peligroso cabo. A lo lejos, en la costa, observamos la playa nudista de “La Hoya”, y al fondo por la proa empiezan a surgir los primeros espigones de Torrenueva.

Seguimos remando con fuerza, en nuestro camino se cruzan un gran banco de barracudas, que simulan una anaconda en el agua superficial, y por fin bordeamos con un excesivo cuidado el espigón que nos conducirá a una delas playas de Torrenueva. De repente el mar se calma por los efectos del espigón y desembarcamos en dicha playa: ¡el susto y el temor por fin habían pasado!.

Eran las 18’23 h., nos tumbamos un rato en la abarrotada playa, posteriormente decidimos desplazarnos con la canoa hacia el último espigón buscando estar lo más cerca posible al día siguiente de nuestro objetivo final. Allí nos establecimos, nadamos un rato, nos duchamos y por fin cenamos. A partir de las 21 h. el mar se calma, la noche se hace majestuosa, la luna está en cuarto creciente y el cielo estrellado. Montamos nuestro pequeño campamento situando la piragua perpendicular al mar, a unos 25 m. del agua, un saco a cada lado y nosotros deseando descansar... Nos dormimos con la vista siempre agradable de los fuegos artificiales de las fiestas de la Virgen del Carmen que en estos días se celebran en esta población.


Segunda Etapa

Miércoles 17-07-02

Son las 7’30 h. de la mañana, acabamos de despertar y el día amanece exultante. El agua es una balsa de aceite y la temperatura muy agradable. Desmontamos el campamento y desayunamos, a las 8 h. empezamos nuestro cansino paleo.

Nada más salir de los espigones nos encontramos muy cerca el puerto de Motril, debemos atravesar la “bocana” lo más cerca y rápido posible para evitar algún cruce de barcos de gran envergadura que observamos en el interior del puerto. Este inicio de tarea no está siendo del todo fina, el equilibrio de la canoa no llega a tomar el rumbo que intentamos marcarle, pero pasados unos minutos, ya en las playas de Salobreña, la remada empieza a ser más efectiva, no dejando de serla hasta el final de la travesía.

El agua es transparente, límpida, en ningún momento ha dejado de serlo, si exceptuamos las zonas donde los invernaderos están situados muy cerca de las playas, dejando restos de sus desperdicios. Por fin observamos la última sierra que acompaña a esta maravillosa costa, la sierra de la Almijara, considerada parque natural por sus excelencias medio ambientales. Ésta nos recuerda que el final de nuestro viaje marítimo no está lejos, ya que es el límite natural entre las provincias de Granada y Málaga.

Una vez atravesado el majestuoso “Peñón de Salobreña” tomamos rumbo hacia la “Torre del Diablo”, uno de los muchos lugares vigías que se encuentran en esta costa. Llegamos a las 10’40 h., hacemos un largo descanso, dejando preparada la piragua y desayunando por segunda vez. Volvemos a echarnos al mar.

Al salir de esta playa empezamos a atravesar las calas y acantilados de Almuñécar, observándose su limpieza y sobre todo su exclusividad y dedicación al turismo. Dejamos atrás el “Peñón de San Cristóbal” y la población de Almuñécar, nos dirigimos a la “Punta de la Mona”, cruzándonos con algunas embarcaciones y motos acuáticas procedentes del puerto deportivo de Marina del Este, éstas mantienen una distancia prudente con nosotros, respetando nuestra vulnerabilidad.

La “Punta de la Mona” es otro de los lugares dignos de observar y disfrutar con tranquilidad, vuelven a ser acantilados rocosos, pero con algunas cuevas gigantescas en las que podríamos entrar directamente con la canoa. Una vez bordeado este lugar, nos encontramos con la Herradura, llamada así por la forma que hace su magnífica playa. Nosotros la atravesaremos de cabo a cabo a una distancia de la costa de unos cuatro kilómetros. La soledad del mar en estos momentos nos recuerda a esos marinos que tantas veces han disfrutado y sufrido las travesías por los océanos.


Estamos circundando “Cerro Gordo”, el último espacio rocoso de la costa granadina, y que se encuentra cercano a nuestro objetivo final. Observamos un yate vacío y varado cerca de una cueva, posiblemente sus componentes estén practicando submarinismo. Una piragua cruza a lo lejos, nos saludamos. Las rocas aisladas se multiplican por este entorno, y por fin aparece la playa nudista de “Cantarriján”, dos veleros la jalonan, en pocos minutos estaremos disfrutando de las excelencias de este paisaje.

Hoy el mar ha sido totalmente benévolo con nosotros, lo que ha propiciado que llegáramos a nuestro punto final con bastante tiempo de antelación (13’45 h.). Una vez desembarcados nos organizamos para almorzar en el restaurante, posteriormente nos damos un baño y nos introducimos en una pequeña cueva para dormir y esperar la recogida.

Albayzín, último reducto árabe de la Península


Lugar: barrio granadino del Albayzín y entorno de la Alhambra.

Recorrido: Plaza Nueva-Acera del Darro-Cuesta de los Chinos-Alhambra-Cuesta de Gomérez-Calle Elvira-Calderería Vieja-Tiña-Arco de las Pesas-Plaza de San Nicolás-Panaderos-Plaza Larga-Agua-Pagés-Plaza Aliatar-Plaza de San Salvador-Cuesta del Chapiz-Acera del Darro-Plaza Nueva.

Duración: 3 horas aproximadamente.

Consejos prácticos: llevar calzado apropiado para andar por empedrado, si puede ser de suela gruesa.

Relato:

No podía faltar en estos paseos una ruta nocturna, mágica, por lo que fue el origen de la ciudad de Granada, el medieval barrio del Albayzín.
Este lugar se encuentra sobre la estribación oeste del Cerro de San Miguel, en la margen derecha del río Darro y frente a la colina de la Alhambra.
El origen del término Albayzín tiene varias teorías, una de ellas hace alusión a sus habitantes, los hispanomusulmanes, que procedentes de Baeza ocuparon este entorno a caer su ciudad en 1227. Otra teoría dice que procede del término “Rabad-al-Bayyazín”. Que significa barrio de los halconeros, barrio en cuesta.
Se ha demostrado a través de los restos arqueológicos que esta ciudad fue habitada por los íberos, posteriormente por los romanos y por último por los árabes, donde tuvo su mayor esplendor.

El sendero urbano nocturno que hemos querido realizar empieza en la Plaza de Colón. Allí, después de refrescar fortuitamente nuestros cuerpos con el potente salpicar de su fuente, subimos hacia la concurrida Plaza Nueva. La temperatura es muy agradable, acaba de inaugurarse la primavera y el ambiente de los húmedos rincones nos recuerda el invierno lluvioso que acabamos de pasar.
Desde el Pilar del Toro y con la iglesia de Santa Ana iluminada, observamos como la Real Chancillería hace de barrera con el barrio albaycinero. Pronto sobresaldrán sus pequeñas y blanquecinas casitas.

Nos adentramos hacia la Acera del Darro o río del Oro (dauro), donde eran extraídas pepitas de este mineral tiempos atrás. El río baja rugiendo, rodeando la majestuosa ciudad de la Alhambra. Ésta se encuentra iluminada con un color rojizo que ensalza sus murallas, vamos a subir hacia ella, desde allí tendremos una imagen global del Albayzín, haciéndonos una idea muy real del espacio geográfico que abarca.
Al llegar a la Cuesta del Chapiz, ya hemos recorrido toda la zona baja oeste del Barrio. Desde aquí cruzamos el río Darro y subimos la Cuesta de los Chinos. Es una pendiente elevada y totalmente empedrada como en su época medieval. Vamos rozando continuamente la muralla del palacio árabe, y nos acompaña el discurrir acuoso de una pequeña acequia que baja desde la montaña. Uno de los tramos es muy oscuro, pero pronto la vista se adapta a la ínfima luminosidad, hasta llegar al acueducto que traía el agua desde el Generalife a la Alhambra. Lo pasamos por debajo e iniciamos el recorrido externo de la ciudad árabe hasta llegar al Palacio de Carlos V.
En la subida hemos ido solos, no parece que al turista habitual estos recónditos lugares le atraigan, a nosotros sin embargo, nos ha transportado hacia las revueltas árabes que tanto tuvieron que decir en los ocho siglos de colonización del lugar.
Los olores de los jardines impregnan el ambiente, el sonido es prácticamente nulo, y al asomarnos a la placeta del palacio aparece en frente el peculiar barrio del Albayzín. Resaltan el color rojizo de las iglesias, las luces tenues de sus callejones, los repetitivos flashes de los sorprendidos turistas..., parece que todos apuntan a nosotros, bueno, posiblemente sea al palacio Nazarí.

Las fuentes de la Alhambra están rebosantes, por todas ellas camina la fresca agua dejando que nuestros sentidos se deleiten en la oscuridad de la noche. Por algún rincón de los jardines la hojarasca rechina, un ratoncillo se habrá visto sorprendido por el paso del viajero.
Descendemos hacia la Cuesta de Gomérez, aquí sí nos encontramos a multitud de paseantes que se acercan a la ciudad. Una vez pasado el arco llegamos de nuevo a Plaza nueva, es el momento de disfrutar de las tapas granadinas, nos las hemos ganando.

Desde la calle Elvira accedemos a Caldedería Vieja y de ahí iniciamos un fuerte ascenso por una de las calles más concurridas y bonitas del Albayzín, la Cuesta de San Gregorio. Estamos inmersos en plena población árabe, infinidad de pequeñas tiendecillas invaden las casas. Todas ellas rezuman colores fuertes, el olor a sándalo nos introduce en lo que sería en su momento aquella población.
La arquitectura del lugar es la misma de los tiempos musulmanes, calles estrechas y callejones oscuros invaden cualquiera de nuestras miradas. La teja clásica, los tejados a dos aguas, los arcos en terrazas con miradores, los ventanucos a ras de suelo, los jardines rebosando de flores y las calles con un sustrato de empedrado que a un caminante actual le parece que no tiene fin.

La subida nos lleva hacia la calle de la Tiña hasta llegar al Arco de las Pesas, denominado así porque en él se colgaban las pesas decomisadas por defectuosas, cuando en Plaza Larga los comerciantes intentaban dar gato por liebre en los pesajes de sus productos.

Seguimos el muro árabe hasta encontrarnos con la archinombrada Plaza de San Nicolás. El aljibe de la mezquita que allí había preside la entrada, y enfrente aparece nuestra querida Alhambra. Es hora de gozar sosegadamente de unas vistas inmejorables. La alcazaba, la muralla del camino de ronda, las torres almenadas y el Generalife aislado, hacen de la visión un acto sufrido por no parpadear.

Actualmente la mezquita se ha convertido en la iglesia de San Nicolás, que junto con la de San Cristóbal son las más antiguas de estilo Mudéjar en Granada.
Proseguimos hacia la calle Panaderos y de ahí a Plaza Larga, centro neurálgico del barrio en todas sus épocas. Lugar comercial importantísimo y en donde se pueden observar las murallas que separaban al mismo de la Alcazaba Qadima.

Accedemos por la calle del Agua hasta desembocar en la calle Pagés, que bajándola nos lleva hasta la Plaza Aliatar. Éste será uno de lo lugares emblemáticos para el andante, aquí, en el bar de su nombre hacen la receta de tapas de caracoles en salsa más reconocida de toda la ciudad. Es el momento y lugar para hidratarnos con una refrescante cerveza espumosa.

Proseguimos la bajada pasando por la iglesia de San Salvador, construida en el siglo XVI sobre la antigua mezquita mayor del Albayzín, siendo una de las parroquias que más deterioro sufrieron por la Rebelión de los Moriscos y la Guerra Civil Española.
La Cuesta del Chapiz espera nuestros pasos cansados, algunos de sus edificios emblemáticos son las Casas del Chapiz, donde se encuentra la actual Escuela de Estudios Árabes. Otro de ellos es el Palacio de los Córdova, que es la sede del Archivo Municipal.

Estamos llegando al final del recorrido, el Paseo de los Tristes y la Carrera del Darro nos llevan a deleitarnos con la arquitectura de otros dos inmuebles sorprendentes, la iglesia de San Pedro y San Pablo, como casi todas ellas construida sobre una mezquita, y la Casa de Castril, sede del Museo Arqueológico Provincial, y que toma su nombre del Señorío de Castril, otorgado por los Reyes Católicos a su secretario Hernando de Zafra.
Más adelante sobrepasamos la Puerta de los Tableros sobre el río Darro, que para unos fue un puente, ya que ahora está en ruinas, y para otros una puerta que controlaba las aguas del río..

El camino finaliza, estamos de nuevo sentados en el Pilar del Toro, la noche sigue en el moderno barrio árabe.