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"La Guerra en los Cortijos"



Aunque nos pese, la Guerra Civil Española fue uno de los acontecimientos históricos más vergonzosos que se han producido en nuestro país. El sacarlo a la luz en el bloque de “Historias y Leyendas de la Contraviesa”, no tiene otro objeto que recordar a nuestros lectores más jóvenes a lo que puede llevar la violencia más extrema por desavenencias ideológicas y políticas. Ciudades, pueblos, familias, fueron destrozadas socialmente, y durante esos tres años y la posguerra se produjo un distanciamiento y un odio que separó a vecinos, amigos e incluso a hermanos.
Como con cualquier otra historia que descubra en nuestra Sierra, seré lo más objetivo posible, trascribiendo de forma precisa la información recibida por la fuente histórica. En el caso de esta trama, las propias familias del que escribe estuvieron divididas en bandos opuestos, simpatizando la familia de mi padre con el bando “nacional” y la de mi madre con el bando “republicano”.
Procesión en Albuñol


“Los leños embravecidos por la humedad del campo chisporrotean en la pequeña chimenea, creando una agradable calidez en el ambiente de la alcoba. Estamos retrepados sobre las mecedoras percibiendo los diminutos copos de nieve que casi no se atreven a caer. Esto es muy habitual en Mágina, mis padres no lo habían vivido nunca en su dilatada vida, pero sin embargo, me sorprende cuando él apunta que le trae este ambiente algunos recuerdos de su niñez. Yo le pregunto, y él comienza a relatar algo que sin lugar a dudas no es fácil de evocar.
Cuando se inició la “Guerra” él tenía sólo siete años, era una familia tradicional, de cuatro hijos, que vivía en el mismo pueblo de Albuñol. El pueblo estaba tomado, al igual que toda Granada, por los republicanos, lo que hacía más difícil la vida para aquellos cuya ideología política era opuesta a la “oficial” local. En la Casa de las Margaritas estaba instalado el cuartel militar, al lado de la iglesia, prácticamente en el centro de la población. Fueron pasando los días y la confrontación era cada vez más manifiesta y peligrosa, no se podía salir de noche a la calle, había racionamiento para conseguir los alimentos básicos, los niños ya no podían asistir a la escuela, los cántaros sobre la fuente con las mujeres esperando turno era el único momento afable permitido y las inquisidoras miradas entre los propios vecinos eran inevitablemente estremecedoras.
El puente Aldahayar, al fondo la sierra


Pronto su familia empezó a ser acosada, por lo que su padre, que regentaba la farmacia, decidió que él, su hijo menor, debería estar lejos de ese ambiente de extremada peligrosidad. Un día vino al pueblo uno de sus mejores amigos, Antonio Soto, que era el dueño de uno de los cortijos situados al norte de la población, Los Morenos. En una conversación en su casa le pidió a su amigo que se llevara durante un tiempo a Lisardo a su cortijo, porque tenía miedo de que sufriera algún daño viviendo en Albuñol. Antonio, como era de esperar, no puso ninguna pega y le comunicó que en unos días vendría a por él. Esa misma noche tocaron a la puerta de la familia Domingo, eran dos militares que con los fusiles en mano amedrentaron a toda la parentela. Al pequeño Lisardo lo subieron en la silla de madera y exclamaron: ¡Qué hacemos con éste!; fue un momento tenso en el que su madre, Deogracias, saltó de forma espontánea a recoger en sus brazos a su asustado hijito. Después de unos minutos de silencio en el que los guardias se dedicaron a registrar las habitaciones buscando no se sabe qué, decidieron irse sin más.
Pasaron unos días, la tensión iba creciendo por momentos, a su hermano Pepe se lo llevaron detenido al calabozo del cuartel, posteriormente lo tendrían recluido durante un año en la cárcel de Almería.
Una fría tarde de enero de 1937 aparecieron por su casa Antonio y su hijo Ricardo con dos grandes mulos, venían para recoger a Lisardo que, a regañadientes, fue despidiéndose de su familia. Salieron a la plaza, y a la grupa del mulo de Ricardo cogieron el camino hacia los cortijos.
Fuente de la plaza de Albuñol


El adiós había sido apresurado, no debían ser vistos por los militares, así que sin perder tiempo y con los mulos cargados iniciaron el camino hacia el puente Aldahayar, allí, tras una leve mirada atrás el niño soltó unas lágrimas, no sabía cuándo volvería a ver a su familia.
Subiendo por el camino de las minas se dirigieron a la sierra, en poco menos de dos horas divisaban la entrada del cortijo, era un lugar desconocido para el niño, pero pronto sería su hábitat natural. Al llegar a la casa observó que en el porche de la puerta había varios cerdos husmeando, al bajarse del mulo los animales huyeron con aparente descontrol. La madre de Ricardo se acercó a él y le hizo una afable caricia, eso lo tranquilizó y cogido de la mano de la señora entró en la vivienda, la temperatura era muy agradable, fuera en el camino, el frío había hecho mella en él, así que se acercó a esa chimenea gigantesca que tenían en el comedor y que él nunca había visto en una casa, ya que la temperatura del pueblo hacía innecesaria la utilización de estos ingenios”. Este fue el hecho que le hizo recordar a mi padre la historia vivida en su infancia cuando estábamos sentados al calor de la lumbre en el Cortijo del Lince en Sierra Mágina.
“Al llegar la noche conoció al resto de su familia adoptiva, además de Ricardo estaban sus tres hermanas, todas mozas ya, y que enseguida supieron hacer más agradable la vida del pequeño Lisardo. En una de las habitaciones de las hermanas mayores fue donde dormiría a partir de entonces, en la misma cama y sin ningún rubor. Esa noche cenaron todos juntos, como siempre, pero la compañía del niño del pueblo hizo que hubiera algo más de algarabía, ya que le preguntaban diversas curiosidades y él contestaba si ninguna vergüenza, no tardaron mucho en hacer creer a Lisardo que ése sería su nuevo hogar.
Los días fueron pasando lentamente, él fue aprendiendo las labores del campo, y aunque era muy joven le empezaron a dar responsabilidades varias. La que más le gustaba era cuando después de las tareas campesinas Antonio llegaba con los mulos y los descargaba, era el momento de darles agua, y como la fuente estaba un poco lejana había que llevarlos hasta allí, entonces era cuando el niño cogía las riendas de uno de ellos y los llevaba hasta la fuente del cortijo de los Corros. Recuerda que en más de una ocasión llegó a ir subido en el mulo por esos tortuosos caminos de arrieros. En uno de esos momentos en que se acercaba a la fuente con las bestias, en un cortijo cercano apareció una “vieja” que le causó estupor y miedo, se volvió de inmediato al cortijo y se lo comento a Ricardo, éste, como niño que también era, le contó una historia de miedo que no olvidó nunca, aunque para convertirse en un cortijero auténtico tuvo que lidiar con la pobre señora que jamás le dirigió una palabra en las otras muchas ocasiones que la encontró en su equina tarea diaria.
El Calvario


No tardó mucho en descubrir lo bien que se vivía en ese cortijo, y posiblemente en todos los de alrededor. No les faltaba de nada, todo era abundancia, pero el trabajo era de sol a sol. En invierno estaba la matanza, aquellos marranos que conoció a su llegada serían los que alimentarían a toda la familia durante el año. Eran días de fiesta, aunque las noticias de la guerra entristecían a todos. Estando allí, en una de las bajadas de Antonio al pueblo, éste llegó con una noticia aterradora para el niño, se habían llevado a la cárcel de Baza a varios hombres del pueblo, entre ellos a su padre y a su tío Lorenzo. Estas crónicas lo dejaban aturdido y con pocos ánimos, pero él sabía que debía resistir, ya que con el tiempo todo debería pasar y él se convertiría en un hombre.
Las viandas en el cortijo eran esplendorosas, a veces se hacían en el mismo campo, pero otras se juntaban en la casa para catar aquellas pipirranas hechas con las hortalizas recién traídas por él de la huerta, aquellos pucheros que si te descuidabas costaba sacar la cuchara del propio plato por la cantidad de sustancia, o aquellas migas, que era el plato más apetecido por todos, que se colocaban en la misma sartén en el centro de la mesa para que el desgaste del duro trabajo se viera saciado en no muchos minutos.
Uno de los quehaceres que él asumió durante toda su estancia en el cortijo fue el surtir de leche y huevos a los trabajadores durante la mayoría de los días. En una ocasión, cuando ya estaba acostumbrado se acercó al corral donde estaban las cabras y las gallinas, primero recogía la leche en una cántara, y después abría el habitáculo del gallinero para coger los huevos frescos. Cuando iba a realizar la tarea como de costumbre, dejó la cántara llena de leche en el rincón habitual, al sacar uno de los huevos el gallo se tiró a por él, haciéndole correr despavorido tropezando con la cántara, que se derramó liando un gran revuelo en el cobertizo. Al llegar de nuevo a la casa pensó que sería recibido con una gran regañera, pero cuando lo contó ellos sonrieron y no le dieron importancia, la despensa estaba llena de otros muchos víveres.
Sin lugar a dudas lo que más le gustó de las tareas de campo fue la época de la recogida de los cereales, sobre todo cuando llevaban el producto a la era, allí se juntaban los habitantes de todos los cortijos de alrededor, echaban el trigo o el centeno a la era por turnos, y con la yunta de mulos se ponían a trillar. Al finalizar aventaban el cereal y dividían la paja del grano, por último cada lugareño se llevaba el producto según lo que había aportado. Esto que se cuenta con tanta celeridad, suponía varias semanas de trabajo y juerga, ya que de forma simultánea los hombres y las mujeres que traían la comida se enzarzaban en debates, discusiones y bromas que hacían de ese tiempo el momento más deseado del día por el pequeño Lisardo.
Camino a la Plaza


Los meses pasaron, estuvo cerca de un año viviendo con esta maravillosa familia, en ninguna ocasión bajó al pueblo, no se fiaban de lo que pudiera ocurrir. Pero el “frente” se tranquilizó, entonces sus padres lo mandaron llamar y en uno de los viajes de Ricardo a la villa lo acompañó subido detrás de él. Bajando el barranco miró hacia atrás, la misma sensación que tuvo al irse de su familia verdadera le sobrevino en ese momento, la pena y el ahogo estuvo presente en él durante todo el trayecto, pero sabía que allí había dejado a unos más que amigos, que serían para siempre, y que para siempre los tuvo y sigue teniendo en el corazón.

Ahora es un poco mayor, en la plaza no solo están las cantareras, también hay niños jugando, reconoce a varios de ellos, los niños lo miran. ¿De dónde vendrá Lisardo? Un fuerte abrazo con sus padres le hace recordar que el sueño siempre será pasajero”.

A mis hermanos Sonia e Ignacio, a mi preciosa mamá y por supuesto a mi querido papá, que desde allí arriba habrá hecho relucir una nueva estrella.

Fuente histórica: Lisardo Domingo Carretero. Albuñol.
Autor: Lisardo Domingo Blanco

El Valor de una Niña de Postguerra




La noche anda ya avanzada, es un día de primavera en Mágina y me encuentro deleitándome con la constante y parsimoniosa caída del agua del caño sobre la alberca. La oscuridad inunda el paisaje, algunos sonidos llegan difuminados desde el pequeño valle del arroyo. Con el paso del irreversible tiempo la vista cada vez se adapta más a la penumbra. Sentado sobre el tronco de pino una inmensa mole de chopo se cierne en la frontal de la mirada, su silueta enlaza con la de la serranía de enfrente, haciendo un todo con el majestuoso cielo estrellado hasta no poder más. Después de un instintivo movimiento un chapuzón suena muy cerca de mí, la pequeña rana se habrá asustado no esperando tal figura en la cercanía de su ecosistema acuático, en esos momentos en los que la naturaleza les tiene reservado el gran escenario sólo para ellos, sólo para la vida salvaje.
Llegada a los cortijos del Preñao y Pedro Montes



La mente empieza a notar el descanso del entorno, la respiración cada vez es más sosegada, el ruiseñor insiste en su melodía, que junto con la imagen estelar hace que los pensamientos fluyan con una armonía inusual. Un movimiento extraño en el agua me hace ponerme en alerta, enciendo la linterna y sorprendo a una pequeña culebra de cogulla que quiere escapar de mi curiosa persecución, bucea y de repente asoma su collarina cabeza para introducirse por el caño de la alberca. Desaparece, en ese instante recuerdo cuando reconstruí ese antiguo albañal, el cual perteneció a uno de los cortijos de gran solera de la sierra de la Contraviesa, en el llamado Cerro del Gato de Albuñol. Su nombre, cortijo del Preñao, y viene a cuento este recuerdo porque allí ocurrió una de esas bellas y curiosas historias de la época de la postguerra civil española, la cual llegó a mis oídos por una casualidad durante una visita a la morada de mis padres.

Subía las escaleras llamando la atención de mi madre, pero ella no contestaba, sólo escuchaba a lo lejos la voz de una persona que me recordaba a alguien, pero no sabía ponerle cara. Me fui acercando al balcón y allí estaban las dos, dos buenas amigas de la adolescencia recordando y platicando sobre tiempos pasados y disfrutando de los momentos actuales. Tienen la misma edad, sobrepasan los ochenta, pero, aunque muy distinta la una de la otra, ambas mantienen una amistad entrañable, mi madre y la protagonista de la historia, Mari Carmen, Carmencilla la del Preñao.
Pronto entro en su conversación, y le pregunto a Mari Carmen si es cierto que cuando era joven y vivía en aquel cortijo tuvo una experiencia con los Maquis de la zona. Ella se sorprende de la pregunta, y enseguida me empieza a contar. Mi madre se limita a escuchar, escapándosele algunas lagrimas de pena y añoranza por los tiempos pasados y que por desgracia ya jamás volverán.
Cortijo de Preñao en la actualidad
“Todo ocurrió durante el 7 de mayo y el 8 de madrugada de 1947. Carmencita tenía 15 años, acababa de bajar de la era, situada en la parte de arriba del cortijo del Preñao, había estado ayudando a aventar la cebada que habían recogido el día anterior. En la puerta del cortijo, en la explanada, se encontraban los obreros que habían estado trillando y recogiendo las mieses junto con su padre, echaban un cigarrillo, acababan de dar de mano. Enfrente, desde el cortijo de Pedro Montes, salían un grupo de obreros que al atravesar el barranco e iniciar la cuesta hasta el Preñao parecían contentos acompañados del amo de dicho cortijo. Pero al llegar a la explanada se dieron cuenta, ya tarde, que no eran trabajadores del campo, eran maquis, bandoleros. Estos empezaron a vociferar asustando a los obreros que no sabían qué hacer, los maquis, mediante golpes y agresiones, hacían que todos levantaran las manos al grito “¡somos los guerrilleros de Francia!”. El jefe de todos ellos era el famoso “Polopero”, muy conocido por estos lares por su violencia cuando asaltaba cortijos del lugar o cuando se cruzaba con patrullas de guardia civiles.
Entrada principal
En unos instantes tenían retenidos a todos los obreros además de al padre y a la madre de Mª Carmen, junto con sus hermanos Frasco, Juan y José. La niña, al ver lo que ocurría, no se dejó ver, ya que cuando sucedía este altercado, ella estaba dentro de la vivienda limpiando el tubo de un quinqué. De esta forma ella escapó rápido hacia las cámaras, cogió las escopetas y salió por la puerta de arriba para esconderlas debajo de los penachos y del maíz. En ese mismo lugar se escondieron ella, una amiga que había venido a verla ese día y la joven maestra del cortijo de los Chaulines. De pronto pensó que si descubrían los bandoleros que habían escondido las armas podrían tomar represalias contra sus padres, así que volvió a salir del escondrijo y colocó las escopetas en su lugar de origen.
El miedo era pavoroso entre las damiselas, no sabían lo que podría ocurrir, no sabían qué buscaban esos malhechores, por qué allí, cuando en toda la contienda de la Guerra Civil jamás habían tenido un altercado con ninguno de los dos bandos. Entre las conversaciones que oyeron descubrieron que conocían muy bien estos cortijos, estaban bien informados, posiblemente por obreros que tenían de confianza en ambas haciendas. A Pedro Montes le exigían que les diera la pistola que tenía, aunque éste lo negó en todo momento y no les entregó el arma. A Frasquito, su padre, le pedían cien mil pesetas de las últimas ventas de productos agrícolas, lo cual no podía entregar porque lo había invertido recientemente en la compra de nuevas tierras.
Los bandoleros, viendo que todo se le tornaba a mal se reunieron aparte, y de manera violenta mediante golpes y empujones sacaron al mulero de su padre y a su hermano Frasco del grupo, habían decidido que estos se acercaran a Albuñol a pedir un préstamo al prestamista del lugar, Don Antonio Cueto. Les dejaron bien claro que en ningún momento podrían decir lo que realmente pasaba en el cortijo, sólo que necesitaban el dinero urgentemente para su padre, que estaba a punto de cerrar un trato muy beneficioso. Si esto no era así, con palabras textuales del propio Polopero, “mataremos a todos los del cortijo, incluido al de pecho (por un niño que tenía uno de los trabajadores)”.
Sendero del Cerro del Gato hacia el cortijo
Su hermano y el mulero se dirigieron al anochecer hacia el pueblo, allí dejaban maltrechos a todos los secuestrados. Bajando la cuesta del cerro del Gato iban cavilando cómo hacer la tarea sin levantar sospechas, la incertidumbre se apoderaba de ambos. Cuando entraron en la población estaba todo muy tranquilo, era un día de primavera sosegado, un grupo de niños jugaban en la plaza del pueblo. Se dirigieron a la casa del tal Cueto, al tocar varias veces en la puerta se dieron cuenta que no estaba allí, entonces decidieron contar lo ocurrido a varios vecinos, incluido su primo Joaquín el de la fonda, de esta manera consiguieron parte del dinero, pero Albuñol se puso en alerta.
Mientras tanto en el cortijo las cosas empezaban a cambiar, el jefe de ellos decide llevarse secuestrados a Pedro Montes y a su padre lejos de donde se encontraban. En ese instante, al oírlo, Mª Carmen sale del escondrijo y dice que ella se va a donde vaya su padre, el Polopero sorprendido la zarandea echándola para atrás, ella se empecina y se abraza a Frasquito. El bandolero recula y con un fuerte resoplido le dice a la niña que debe quedarse, ya que su padre morirá y ella tendrá que venirse sola hasta la hacienda. Eso no la convence y consigue irse con todos ellos, los bandoleros, su padre y el amigo.
Inician el camino al atardecer, suben hacia el cortijo de los Amates, para seguir cruzando la carretera para ascender por el cerro Gordo, por encima de Sorvilán. Al atravesar la zona de campiña uno de los bandoleros se queda vigilando la posible llegada por la noche del dinero. El resto sigue su camino hasta llegar después de varias horas a una gran encina. Allí paran, será el lugar donde monten su pequeño campamento. La noche estaba bien avanzada cuando se acercó el Polopero hasta la niña, empezó a conversar con ella, era un hombre joven y atractivo, y entre sus palabras dejó entender que había sido maestro de escuela. Le dijo a Mª Carmen que era muy bella, y que cuando gobernara Negrín en España vendría al cortijo para llevársela y casarse con ella. La niña, sorprendida, no hizo mucho caso de lo que oía ya que el miedo a perder a su padre la tenía ensimismada.
Explanada del cortijo
La noche seguía prolongándose, los mandados no aparecían por ningún lado, cada vez se marcaba más nerviosismo en el entorno. De vez en cuando, llamándose con el nombre de camaradas, se discutían, no descansaban ni un instante, no se dormían. De madrugada varios de los bandoleros saltaron al unísono totalmente crispados por no ver aparecer el dinero por ningún lado, cogieron a los dos secuestrados y los subieron de un empujón encima de un balate. Decían que los iban a fusilar sin ninguna piedad. Los hombres pedían clemencia, la niña gritaba y se aferraba a las piernas de su padre, entonces los maquis, al ver que la niña no paraba, la subieron también con ellos, era un quejido constante bañado en un mar de lágrimas. En ese instante, cuando parecía que se iba a  producir la tragedia, apareció el Polopero que estaba retirado descansando y al grito de la niña despertó, llegando muy enojado y gritando en voz alta “¡sí habrá tiros, pero hacia los mismos camaradas!
Después de esto el jefe de la banda decidió que de esta forma no conseguirían el dinero, así que los dejó ir, advirtiéndoles que en unos días pasarían de nuevo por el cortijo para cobrar el dinero, y que si eran apresados o matados por la guardia civil, no dudarían al poco tiempo volver el resto para matar a toda la familia y meterle fuego al cortijo.
Viéndose libres echaron a correr de forma desesperada, Carmen, la niña, le dio tiempo a coger de un asa la garrafa de vino, ya vacía, que los maquis le habían robado, y de esta forma recuperar al menos el recipiente. Cuando corría hacia abajo le vino a la mente un hecho ocurrido con los maquis precisamente a la familia de Pedro Montes, a los que habían matado por la espalda, así que Carmen paró y observó lo que dejaba atrás, para asegurarse de que no serían tiroteados a sangre fría. Vio como subían para después desviarse hacia los montes cercanos de la costa, donde decían que los tenían recogidos en el cortijo de San Pedro, llegando en una ocasión a estar la guardia civil en el mismo cortijo con los dueños mientras ellos estaban en una habitación contigua. A la larga se supo esto y la guardia civil castigó severamente a esta familia.
Panorámica al Mediterráneo desde la puerta del cortijo
Después de dicha observación la niña siguió la carrera hasta encontrarse con su padre y su amigo que la esperaban en la carretera del cerro Gordo. Prosiguieron su camino con mucho miedo, ya que todavía era de noche y no sabían con qué podrían encontrarse. Pronto llegaron al Preñao, su sorpresa fue enorme, los “civiles” de toda la comarca se encontraban en sus alrededores, habían tomado el cortijo. Lo que no habían conseguido las fuerzas del estado lo había materializado un pequeña niña, su valentía había hecho que estos dos hombres no murieran en manos de unos desaprensivos bandoleros.
Una vez reunidos en familia con su madre y hermanos, decidieron no quedarse ni un momento más en el hogar de toda su vida, las palabras del Polopero los intranquilizaba sobre manera, así que cogieron los cuatro bártulos más precisos y se marcharon hacia la casa de los Muñoz de La Rábita, mientras que la estirpe de Pedro Montes se marchó hacia el Cortijo Bajo. La despedida fue muy entrañable, habían sido vecinos y amigos durante varias generaciones, y ahora el destino los había juntado para separarlos para el resto de sus vidas.
Frasquito el del Preñao y toda su familia se trasladaron a vivir a la ciudad de Almería, a la casa de los Muñoz hasta que pudieron comprar la suya propia. Desde entonces jamás volvieron al cortijo, y los productos que generaba el mismo, los recibían de vez en cuando, ya que el medianero se los enviaba con el camión de los Morales hasta la misma ciudad. Con el tiempo compraron casa también en Albuñol, pasando en esta población largos periodos de su vida. Sin embargo, su existencia en torno a los cortijos habría desaparecido para siempre”.
La era desde donde vieron aparecer a los bandoleros

… El ruiseñor ya no se oye, la noche empieza a clarear, es hora de volver a la morada. Una historia más, una vida más. Aprovecharemos los momentos que nos quedan.



A Mari Carmen y a sus hijos, que seguro habrán disfrutado y difrutarán de una mujer de armas tomar.

"Un Maestro en Épocas de Contienda"

Albuñol, su pueblo adoptivo

Con este relato quisiera hacer un reconocimiento a todos aquellos maestros que consiguieron con su noble arte, en épocas de gran dificultad social, política y económica, enseñar y educar a una población infantil y juvenil que necesitaba de su saber para poder desenvolverse en sus posteriores años de vida.

En el norteño pueblo de Torvizcón, en 1888, nace en el seno de una familia pobre de labradores el protagonista de nuestra historia. Ramón, que es su nombre, vivirá en una época donde las revueltas sociales y políticas marcarán el devenir de nuestro país.
Don Ramón Castilla con sus alumnos


En estos años España es un país eminentemente agrícola, el penúltimo monarca de la casa de los borbones es el rey, Alfonso XIII. Éste reinará desde su nacimiento en 1886 hasta 1902 auspiciado por la regencia de su madre Mª Cristina de Habsburgo. Una vez cumplida la mayoría de edad se convierte en el rey absoluto gobernando hasta 1931, cuando es derrocado y comienza la IIª República.
Durante este periodo coincide el reinado de Alfonso XIII con la época histórica de nuestro país de la Restauración, desde 1875 hasta 1923, cuyo enfoque político fue las alternancias pactadas en el poder de los dos grandes partidos políticos, los Conservadores y los Liberales. En 1923 irrumpe la dictadura de Primo de Rivera, que durará hasta 1930.
En 1931, ya sin el rey, se instaura la IIª República, que durará hasta 1936, año en el que un levantamiento militar desemboca en la desastrosa Guerra Civil Española (1936-1939). A partir de ahí el gobierno del dictador Francisco Franco será el encargado de manejar el destino de los españoles.
Pues bien, en todo este entramado surge la figura de Ramón Castilla en esta pequeña población. Sus primeros años de vida los pasa como todos en la Escuela Pública, ayudando además a sus padres en las labores agrícolas. Pronto su maestro descubre en él a un alumno aventajado, despierto y con muchas ganas de aprender. Se reúne con su padre y le aconseja que debe seguir estudiando una vez termine en el pueblo, sin embargo el padre se ve impotente ante esta propuesta, no tiene medios para ofrecerle una carrera universitaria en Granada, y así se lo indica a su maestro. Éste no ceja en su empeño y prepara a su pupilo para las pruebas universitarias, ayudándole no solo en sus estudios académicos, sino en las necesidades que tendría una vez pasadas las pruebas para desarrollar la carrera de Maestro Nacional. Ramón no llegó nunca a establecerse en Granada durante su carrera universitaria, él seguía su preparación con su maestro y viajaba para presentarse a cada uno de los exámenes. Cuando llegaba este momento se engalanaba con su único traje, se colocaba el guardapolvos y subía a la carreta que lo llevaría a la capital. En Órgiva los carreteros cambiaban los mulos y proseguían su viaje, para al llegar a la ciudad quitarse dicho guardapolvos que protegía el traje y dirigirse a la presentación de las diversas pruebas y exámenes. Jamás obtuvo notas negativas, ya que su ilusión y su capacidad fueron suficientes para en los años correspondientes convertirse en Maestro de la Enseñanza Pública.
Texto de época


No tardó mucho en sacar una plaza a través de oposiciones, siendo su primer destino la hermosa ciudad de Loja, allí estuvo dos años y al siguiente desembarcó en el pueblo que lo vería crecer como persona, el que lo vería casarse, y ya a los setenta y dos años de edad, morir. Ese destino fue Albuñol, en el pueblo había dos pequeñas escuelas, una de niñas, cuya maestra era Dª Rosario López y otra de niños, la cual era regentada por él. He dicho escuelas, pero en realidad lo que eran es aulas con un número de niños no inferior en cada una de ellas de sesenta. Ellos, los maestros, llevaban todo el entramado administrativo, educativo y de enseñanza de la escuela. Para ello el nivel de disciplina era quizás desmedido, pero posiblemente indispensable para poder mantener un orden e esas aulas masificadas. D. Ramón jamás utilizó la “violencia” para enderezar el camino de sus alumnos, era un hombre muy serio pero a la vez muy cariñoso y disciplinado, cuando un niño cometía alguna infracción o erraba en sus tareas, él se sentaba a su lado y con una metodología de la paciencia y el respeto hacia su alumno intentaba convencerlo de su error, de esta manera jamás hubo malas palabras y sí buenos hechos que hicieron de este docente un ser respetado y extremadamente querido en la población.
De esta época viene el famoso dicho “pasas más hambre que un maestro de escuela”. Y era cierto, sus pagas mensuales durante largo tiempo fueron de 75 pesetas, suficientes para un joven sin muchas responsabilidades, pero una vez casado tuvo que dar “clases particulares” extras sumando a su nómina mensual otras 10 pesetas por las mismas. No obstante, cuando conoció a Marina, la que sería su esposa con los años, él no sabía que provenía de una familia pudiente, lo que hizo que su vida fuera bastante más solvente de lo que hubiera sido si sólo hubiera dependido del sueldo de maestro.
Al casarse con los años con Marina, ambos deciden vivir en Albuñol, ya que D. Ramón tenía su plaza definitiva en esta localidad. Allí echan raíces e intentan crear una familia amplia, sin embargo el destino les tenía preparado algo muy distinto, no podrían tener descendencia, lo que haría que volvieran a plantearse la vida diferente manera.
El Maestro

Los años iban pasando y la monotonía del quehacer diario se apoderaba de su pequeña familia, su esposa deseaba tener un hijo y él, con su habitual aplomo y respeto, la tranquilizaba con otras tareas haciéndole entender que Dios había querido para ellos ese destino y deberían conformarse. No obstante, a ambos le rondaba por la cabeza una idea, ¿habría posibilidades de adoptar un niño en la época en la que vivían?
En una ocasión recibieron una información que les hizo volver a retomar el delicado tema de los hijos, en Alfornón, una humilde familia había sufrido la muerte de la madre por una enfermedad que le llamaban “piojo verde”, quedándose dicha familia en una situación muy pesadumbrosa. José Cañas, que así se llamaba el padre, era aguardientero, lo que hacía que sus recursos económicos fueran extremadamente modestos. Su ralea la componían siete hijos, cinco niñas y dos niños, al morir la madre, José intentaba donar en acogida a su hija pequeña, y este hecho llegó a oídas de Marina. En un viaje relámpago en mulo, se desplazaron hasta la pequeña población y se entrevistaron con José, en una larga plática en la sencilla casita de la familia Cañas llegaron a un acuerdo, su menuda Rosarito, de 16 meses de edad, se iría con ellos como hija en acogida, pero jamás perderían el contacto, pudiéndola visitar cuando surgiera a Albuñol, y periódicamente deberían ir de encuentro a Alfornón siempre que José viviera. Así fue, esta niña se convertiría por el azar de la vida en su única hija, ella los adoró siempre como sus auténticos padres, respetando y queriendo siempre a su padre biológico y a sus hermanos separados por el destino.
Ésta se convertiría en una familia repleta de felicidad, por una parte habían aliviado al pobre aguardientero de una boca más que dar de comer, y por otra Marina y Ramón disfrutarían de por vida de su ejemplar hija.
La historia en el pueblo fue la de una estirpe con medios para sobrevivir holgadamente, con las tradiciones típicas del momento, él trabajaba en su querida escuela y en los ratos libres que le quedaban los utilizaba para convertirse en un hombre culto, con una sabiduría que consiguió a base de esfuerzo y tesón. Aprendió latín en las tediosas tardes de invierno, poseyendo como único maestro a su raído diccionario comprado años atrás. Las lenguas era una de sus grandes pasiones, así que empezó por las noches también a aprender francés, utilizó diferentes bibliografías que había conseguido, pero lo más curioso es que para cultivarse en la entonación y pronunciación del desconocido idioma, sintonizaba hasta de madrugada un dial de la radio francesa que consiguió captar por casualidad. Hubo anochecidas en las que su propia esposa debió llamarle la atención para que volviese a la cama, él, como buen esposo, siempre hizo caso de su amada mujer.
Por otra parte, Marina, y después de mayor Rosarito, eran las amas de la casa, allí amasaban para hacer las voluminosas hogazas de pan, el agua se la traían de la fuente con cántaros alguna que otra criada que tuvieron, el avío lo hacían con leña, y anualmente mataban varios cerdos que serían las principales viandas de la temporada.
Algunos de sus alumnos ya mayores

Don Ramón era un hombre erudito, le apasionaba la ciencia de la astronomía y tenía una predilección especial por lo estudios de la naturaleza. Su mujer había heredado parte del cortijo del Maestro Moreno, en los alrededores de la población de Cádiar, para posteriormente comprar los huertos adyacentes para conformar una hacienda rural importante. Esto hizo que sus dos pasiones las pudiera desarrollar con soltura, en las épocas estivales que pasaban allí, las noches de estrellas, los cultivos en el huerto y las estancias en plena naturaleza aprendiendo in situ de todo aquello que abarcaban sus expectantes ojos fueron una constante en su quehacer diario.
En el cortijo debía lidiar con diferentes personas que pasaban por allí, arrieros, guardias, vendedores, y sobre todo con jornaleros. Una vez, uno de estos jornaleros llegó con su torpe andar desde Cádiar a trabajar,  a don Ramón le extrañó que en pleno invierno viniese con esos ropajes parcos en tela y semidestrozados. Le preguntó que si no tenía otra ropa, y él le contestó que no. Entonces nuestro protagonista entró en la casa y en pocos minutos sacó un traje completo, chaleco, chaqueta, pantalón, camisa y ropa interior, y se lo regaló. El asombrado hombrecillo se quedó perplejo, y dándole las gracias una y otra vez guardo su preciado regalo y siguió trabajando. Al día siguiente se presentó de nuevo en el cortijo, y cuál fue la sorpresa de don Ramón al ver que venía de nuevo vestido de igual forma que en días precedentes. Le preguntó que qué había hecho con el traje, y el noble hombre un poco cabizbajo respondió que él trabajando no tenía frío, y que el traje lo guardaba a buen recaudo por si tenía que ir a algún entierro.
En otra ocasión iba montando su mulo en dirección a otro cortijo del entorno, lo llevaba cargado con herramientas que pensaba utilizar, de repente la bestia se asustó al verse sorprendido por un ofidio de gran tamaño, se levantó y Ramón no pudo sostener las riendas, cayendo de mala manera al suelo. Una vez todo en calma, cogió el mulo y se fue andando hasta el cortijo, se había roto el esternón, el cual curó con el tiempo y le hizo no volver a subir jamás a ningún équido. Tal fue su tozudez, que cada vez que tenía que ir con carga a Albuñol o volver desde allí hasta el cortijo, iba acompañando al arriero andando las veinte millas de distancia, mientras éste iba subido en su mulo.
En el cortijo

El tiempo iba pasando y después de las revueltas a nivel nacional estalló la Guerra Civil. Uno de los veranos de estos años, estando en el cortijo, llegaron dos de sus alumnos de manera muy exaltada, eran Paco Miranda y Pepe Sánchez. Al abrirles las puertas, ellos, muy nerviosos, le dan una alarmante noticia, los mandos del ejército republicano habían decidido confiscar su casa de Albuñol como cuartel vivienda para establecerse en ella.
Esto trastocó todos sus planes estivales. Recogieron todo lo imprescindible y volvieron a Albuñol, efectivamente allí se encontraron la casa tomada por los militares, eran dos familias sin hijos, una la del comisario Don José, con su esposa Doña Antonia y la otra la del capitán Don Santiago, con su correspondiente mujer Doña Adelita. Eran valencianos, y aunque trataron a la familia de Don Ramón muy bien, ellos eran los que mandaban y se apoderaron de las habitaciones mejor orientadas y más grandes de la casa, pero pudieron convivir juntos durante toda la guerra.
Albuñol en aquella época

A la hija de Don Ramón le llamaban Rosarín, eran muy cariñosos con ella y con el tiempo llegaron a tener una buena relación. Durante las comidas establecieron dos turnos, en el primero comían los mandos militares y en el segundo ellos. Los alimentos en esta época estaban racionados, y existían las “cartillas de racionamiento”, en la que se marcaba la cantidad de productos básicos se podían recibir, entre ellos estaba el pan, el arroz, los garbanzos… Una de las veces que Rosarito acompañaba a la madre al local del racionamiento, observó algo extraño, a su madre le estaban echando mucha más cantidad de alimentos que a los demás, entonces ella dijo en voz alta que cuánta azúcar le echaban en el saquito, en ese momento recibió una regañina de su madre, y el soldado que repartía el condumio la llamó aparte y le invitó a que se callara, ya que ellos sabían quién eran y le echaban más alimentos por ser los que acogían a los mandos republicanos. Esta situación de convivencia incómoda hizo que su familia no pasara faltas en ningún momento, aunque pasaron alguna que otra situación delicada, como cuando la tía Luisa de Don Ramón, que tenía la cabeza ida, vino a vivir con ellos al quedarse sola, ya que dos de sus nietos que permanecían con ella fueron llamados a filas por el bando nacional. Uno de los días esta señora dijo en voz alta en la casa: ¡vaya unos sinvergüenzas, nos quitan el aceite y el vino de la casa y el cortijo! El comisario dio la voz de alarma, pensaba que la casa donde estaban estaba habitada por fascistas, mandó llamar a un destacamento para llevarse a Don Ramón, pero después de una larga charla y de varias investigaciones resolvieron que la señora estaba en un estado mental en crisis, por lo que decidieron que todo siguiera como estaba.
Durante estos años de conflicto bélico toda la vida social se había paralizado, por lo que Don Ramón no pudo aportar un sueldo a la casa, ya que la escuela se cerró a cal y canto. Ellos, al vivir con los militares nunca tuvieron falta, pero esa situación de desgracia no era plato de buen gusto para nadie. Desde su balcón llegaron a ver cómo se llevaban los rojos a algunos de los vecinos del propio barrio a las cárceles, viéndose impotentes sin poder hacer nada, callando y sufriendo las crueldades de una guerra injusta.
Vista general de Albuñol

Los años fueron pasando y el fin de la guerra dio paso a los primeros años de la dictadura franquista. Todo volvió en el pueblo a ser parecido, se restablecieron los poderes políticos y el Maestro pudo volver a dar sus apreciadas clases. En una de las estancias largas en el cortijo les sucedió algo inesperado pero posible en esta época. Los maquis, que eran bandoleros republicanos que “se echaron al monte” para evitar ser capturados por el gobierno, solían acercarse a las casas de campo para pedir comida y otras necesidades que tenían. Por ello la Guardia Civil convivía durante algunos días en esos cortijos para proteger a las familias de los ataques maquis. En uno de los momentos en los que tenía que ir a por agua, Rosarito cogió  el pipo y se acercó a la mina con su padre. El padre se quedó en el camino, ya que quería acostumbrar a su hija a que fuera sola para perder el miedo que como todo niño ella también tenía. Al bajar a la mina apoyó el pipote sobre la piedra para llenarlo, y en ese momento aparecieron por detrás cuatro individuos, que sin decir ni pío le dieron tal susto que dejó el recipiente sobre la piedra y volvió corriendo y gritando con su padre. Ambos se fueron rápido al cortijo, y al llegar contaron la historia a los Civiles. Ellos de forma inmediata fueron a verificar los hechos, y en no mucho rato volvieron tranquilos a apaciguados. Les tranquilizaron diciendo que sólo eran “blanquillos”, que era como llamaban a los Guardias Civiles disfrazados de bandoleros para poder capturar a estos de improviso. Realmente la hija de don Ramón se había asustado con razón, ya que fueron multitud de veces las que por la noche pasaron por los aledaños del cortijo varios grupos de bandoleros, aunque jamás entraron en el interior del mismo.
La ermita de San Antonio

"Más vale burro sano que sabio muerto". Esta es una de las famosas frases que aprendí de este hombre que tanto cariño y devoción dejó en aquellos que lo conocieron. A ti, Don Ramón Castilla Álvarez, donde estés, serás un influjo positivo para el que escribe, y un espejo donde mirarme en tantos días de docencia que me esperan.


Quisiera dedicar este relato a Rosarito Cañas, que con su paciencia octogenaria supo contarme esta educativa historia, y a la cual le guardo un gran respeto y cariño por todos los años de amistad que nos ha dado a mí y a mi familia.

Fuente histórica: Rosario Cañas.
Autor: Lisardo Domingo.

Índice



  1. "Un Maestro en época de Contienda"
  2. "El Burro delante para que no se Espante".
  3. "La Guerra en los Cortijos"
  4. "Épocas de Estraperlo"
  5. "Historias de Maquis en la Contraviesa"
  6. "El Padre de los Pobres"

"El Burro delante para que no se Espante"



Los primeros verdecillos pululan de unas ramas a otras, el olor a mastranzo húmedo del barranco impregna las primeras horas de la mañana. En la lejanía, sobre las crestas serreñas, blanquean las primeras nevadas de este nuevo año. Es el momento de refrescarnos de la caminata, del recodo del pilar salta chillando la desconfiada mirla, nos ha sobresaltado, pero a su vez nos ha situado a su altura, como animales, todos nos acercamos a beber las aguas que nos brinda el campo, en este caso, la centenaria “fuente del Madroño”.
Una gélida tragantá nos aporta el tono suficiente para proseguir el camino, unas almendras con sus higos secos correspondientes sacian nuestros mal acostumbrados estómagos. Aposentados en la piedra de la fuente observamos la llegada de un señor con su viejo mulo, mientras compartimos saludo el animal mete el hocico en el pilar, no parece ruborizarse por nuestra presencia, no parece tener miedo a estos otros animales, seguro que habrá sido bien tratado a lo largo de su vida. Empezamos a departir con su amo, él es un hombre de terruño, acostumbrado a encontrarse con pocas personas por estos entornos, por ello denota la gana de entablar debate. Tras sus primeras palabras demuestra su experiencia campestre, nos dice que su abuelo fue arriero y carrero, y sin saber ni cómo nos narra una de esas anécdotas que sólo podían ocurrir en aquellos “maravillosos” años.
Fuente del Madroño (Conoce tus Fuentes)


Su antepasado vivía como él en Alfornón, era una población con mucha vida, existían varios molinos harineros, otros tantos de aceite y hasta ocho fábricas con sus alambiques de aguardiente. Esto hacía que el bullicio diario hiciera de este pueblecito un ambiente comercial especial. Para el transporte de todos estos productos se utilizaban las bestias de carga, además de los correspondientes carros. Su abuelo tenía varios mulos y un par de carretas con los que sobrevivía en aquella difícil época. Una vez estaban listos los productos él los cargaba en su carro, patatas, pellejos de vino o cántaras de aceite eran habituales en esos caminos de herradura. Se marchaba a otras poblaciones o cortijos para venderlos, no volviendo hasta que no lo había despachado todo. Este trabajo, como todos los de aquel tiempo, eran muy sacrificados, las familias podían pasar meses sin saber nada de sus parientes, ya que pasaba bastante tiempo hasta poder  vender el producto o trocarlo por otro género carente en el pueblo.
Con el tiempo estos equinos aprendían los caminos más habituales, siendo sorprendente lo que a continuación nos narró.
Mulo de carga (J.C. Spahni)


“En no pocas ocasiones, mi abuelo tenía tareas que realizar en el campo, por ello, la confianza que les daba sus yuntas de mulos, hacía que pudiera emprender sus partidas hacia Órgiva o Lanjarón sin necesidad de acompañarlos. Tenía un burro que, como todos ellos, aprendió con los años estas rutas arrieras, así que este “Burro Guía” iba delante del séquito de bestias siguiendo el camino habitual, sólo llevaba como carga un gran cencerro que al andar marcaba un grave sonido que los mulos restantes seguían a ciegas. Estos otros mulos iban atados unos a otros y cargados con serones de diversos productos, cuando llegaban a su destino los estaban esperando en el lugar, allí eran descargados y vueltos a colmar para que hicieran la travesía de vuelta, y siempre el burro delante para que no se espanten”.
Eran momentos de humildad y respeto hacia los demás, se sabía del esfuerzo que cualquier hecho representaba, así que acciones como la narrada fueron habituales en estos territorios campesinos, algo que por desgracia sería impensable en el mundo actual, pero que no por ello deberemos de dejar de fomentar entre las nuevas proles, ya que serán ellos los que regeneren esta deteriorada sociedad.
Después de este ratico de plática el servil hombre desaparece por la senda de la barranquera, nosotros ya tenemos también unos lustros, sin embargo todavía nos queda mucho que aprender…. y que enseñar.

Fuente Histórica: Antepasado de esta Sierra.
Autores: 
Eduardo López Lorente
Lisardo Domingo Blanco

"Épocas de Estraperlo"


El invierno ya se había metido bien, y era el último viaje de este año al marquesado. Tras las nieves del puerto, y los hielos del ventisquero, recibió como pudo este agüilla "recalaera" que le había pillado antes de bajar al río Chico de Los Bérchules.

Descansando él y descansando las bestias, pensaba por dónde cruzaría la zona de Cádiar, porque estas hambres y este estraperlo traían locos a todo el mundo: al que tenía y al que no tenía, al que vendía y al que compraba, y a la guardia civil, claro. No quería que le pasara lo que a unos de Albuñol por San Antonio del año pasado, cuando creyendo que dando más vuelta lo tendrían más fácil, tuvieron un tropiezo con unos civiles de Ugíjar. Se vieron en el cuartel, sin mulos y sin mercancía, con alguna palabra más alta que otra por medio, y también con alguna bofetada. Gracias a que a don Pepe Salas le llegaron noticias y por teléfono respondió por ellos, sin ni siquiera tener que mentar su amistad con don Natalio, que todo el mundo sabía. Desde entonces había vuelto a los caminos de siempre, los de caras conocidas.

Molino de Albuñol


Había acertado al figurarse que con un tiempo tan malo con poca gente se encontraría, y hoy todavía no había tropezado con nadie, ni con maquis ni con guardias. De todas formas, pensó que esta noche no iba a acercarse a Narila, porque la bajada desde Alcútar nunca le había gustado, tan encajonada. Y aunque tenía que recoger un "recao" en la posada de Cádiar,  también la iba a dejar de lado para probar suerte por la Venta de Cuatro Caminos. Así que antes de llegar al cruce empieza a prepararse. Dos mulos venían de vacío, con lo que no tenía que repartir su carga entre los demás. Tras dejar el resto de la recua amarrada en el cañaveral, apartada del camino, a estos dos los despachó camino adelante y él se subió a un bancal para escuchar mejor lo que pasaba. Silencio. Cuando el repiqueteo de las herraduras se escuchó al otro lado de la ramblilla, entonces echó a andar camino abajo silbando como buscando las bestias, mirando a todos lados, y pasó cerca de la venta sin cruzarse con nadie. Aceleró el paso hasta alcanzar a los dos mulos, y los amarró.

Esta forma de cruzar en sitios comprometidos se le ocurrió a su hermano Paco, porque en una ocasión en que iba a por carga, y se paró a dar de vientre, los mulos siguieron el camino. Y cuando los fue a buscar, abrochándose todavía la correa y poniendo en su sitio la faca, se encontró con que una pareja de la guardia civil los tenía parados y lo estaban esperando:

El Visillo de Albuñol


- !Dios guarde a ustés!
- ¿Dónde vas, rizao, tan lejos de tu pueblo?
- Buscando los mulos, que me paré a dar de vientre y se me han escapao.
- A ti se te van a escapar... Ahí los tienes.
- Queden ustés con Dios, cabo.

Así que ahora Luis "el rizao" volvió andando tranquilamente a por el resto de la recua, y tras cogerlos, de nuevo pasó junto a la venta para seguir ya con todas las caballerías buscando el paso de la Contraviesa, porque de ahí para abajo, como quien dice, ya mismo estaba en Albuñol.


Autor: Eduardo López Lorente.
Fuente histórica: Andrés López Lorente.





"Historias de Maquis en la Contraviesa"

Cojáyar
Hablar de los maquis es hablar de una época de la historia de España que aún puede hacer daño a algunas personas que lo vivieron en su propia piel. Sin embargo fue algo que ocurrió, no fueron leyendas, y aunque algunos de los relatos que se cuentan puedan parecerlo, no debemos de dejar que se pierdan en el olvido. Antes de entrar en detalle voy a describir y a puntualizar una serie de datos históricos relacionados con estos personajes “que se tiraron al monte” surgidos después de la Guerra Civil española.
Cuando acabó la guerra, Franco no intentó ninguna reconciliación, Paul Preston habla de la “política de la venganza”: hay 450.000 exiliados, 90.000 ejecutados durante la guerra y 41.000 durante la posguerra por motivos ideológicos.
El origen de los huidos es esa represión, su destino era ser ejecutados o la ley de fugas. Estaban desorganizados, huyeron para salvar la vida, al principio apenas tenían armamento y ni siquiera una conciencia política de lo que hacían. Tenían muy difícil huir al extranjero, en Portugal la dictadura de Salazar los hubiera entregado a Franco y desde 1940 en Francia se hubieran topado con la ocupación nazi. España se había convertido en una ratonera, su situación era dramática.
 Fue la época más sangrienta en la que hubo verdaderas matanzas también por parte de los maquis como una manera terrible de defenderse y para dar lecciones en algunos pueblos.
A partir del 47 con la “ley de bandidaje y terrorismo” los montes de España se convierten en una auténtica cacería. Había ya una larga tradición de “ley de fugas” y pasan a aplicarla por todo y a todos: guerrilleros en activo, ex-guerrilleros, enlaces o sospechosos de ser enlaces, daba lo mismo. Era una época de terror en la que sólo unos cuantos consiguen salvarse. Mediante esta ley,  la jurisdicción militar podía sancionar con la muerte la mera omisión de denuncia de hechos relacionados con el maquis; se prohibió el tránsito por los caminos rurales al oscurecer y se dio licencia a la Guardia Civil para disparar sin previo aviso sobre los sospechosos.
Fuente de Jorairatar
A partir del 49 se puede certificar el fin de la resistencia armada. Ya son sólo grupos que como en la época de los huidos sobreviven con una especie de fatalismo personal. Del 50 al 52 atravesar España era muy difícil.
También los guerrilleros y la izquierda practicaban la discriminación de género. Ellos decían: “el monte no es lugar para mujeres”. Sin embargo, la importancia de las mujeres fue decisiva sobre todo en los enlaces: viudas de republicanos, hijas o mujeres de ejecutados o simplemente mujeres no concienciadas pero que en ese contexto dan un paso adelante y se comprometen. En esa época y además en el medio rural más conservador es conmovedor cómo esas mujeres vertebraban la lucha política.
Los guerrilleros, en su mayor parte militantes comunistas, aparecieron ante la opinión pública como meros bandoleros que habían hecho de la violencia un medio de vida, y aunque en los primeros tiempos recibieron el apoyo de la población rural, la represión y la propaganda del régimen oscurecieron el carácter político de una insurrección armada que duró ocho años y cuyo objetivo fue la restauración democrática.

Tinao de Cojáyar
Por su parte, la Guardia Civil también cambió de estrategia: en lugar de mover fuertes contingentes multiplicó el número de cuarteles y organizó las "contrapartidas", guardias disfrazados de maquis que llevaban el mismo sistema de vida y que actuaban igual que ellos, con una doble finalidad: obtener información y romper la unión entre pueblo y guerrilla, cometiendo actos vandálicos de los que se responsabilizaba a ésta. La estrategia sembró además la desconfianza entre las diversas partidas, en las que ya había de por sí algunos delincuentes que distorsionaban la acción subversiva. 
Aunque confusos, los datos que manejan los historiadores indican que entre 1943 y 1952 por la guerrilla pasaron unos 10.000 hombres (6.000 militantes del Partido Comunista) y cometieron 953 asesinatos, 538 sabotajes, 5.963 atracos y 845 secuestros en toda España. Tuvieron 1.826 encuentros con la Guardia Civil, con 2.173 muertos y 467 capturados. Además se entregaron otros 546 guerrilleros y 2.374 más fueron detenidos. En total, 5.560 bajas.
Por parte de la guardia civil, las bajas bailan desde el millar que apunta Hartmut Heine a los 257 muertos y 370 heridos que admite el propio cuerpo. En el periodo señalado se realizaron 19.444 detenciones entre la población civil.

Imagen de Alfornón
               "Desde la senda se vislumbra el Guadalfeo, un ir y venir de insectos sobrevuelan las jaras en flor que inundan la sierra. Enfrente, en la lejanía, los pueblos de la alta alpujarra reciben el esplendoroso sol, el cernido de la pequeña rapaz sobre la peña me hace dirigir la mirada a la espesura del camino, allí, sentados sobre un tronco de encina caído, dos lugareños charlan pausadamente. Sus sombreros de paja y el bastón de uno de ellos incentivan mi acercamiento hacia ellos, al presentarme me miran con curiosidad y se sorprenden de mi inusitado entusiasmo. 
Las posibles historias de maquis en esta serranía no es plato de buen gusto para casi nadie, es una época pretérita que no ayudó a la cohesión ni al acercamiento entre vecinos de estas poblaciones. No obstante, cuando empezamos a entablar debate y confianza ellos se animan.
Ambos son octogenarios, uno de ellos, el más vivaracho, empieza a recordar en voz alta. En aquella época vivía con su familia en un opulento cortijo en las cercanías de la población. Los “Civiles” tenían su vivienda como sitio de vigilancia, ya que los maquis solían visitar aldeas o cortijos donde era fácil pedir o robar para subsistir sin ser apresados. Estos civiles de forma constante mantenían esa vigilancia en su cortijo, fue tan habitual su presencia que su padre les tenía preparada un camastro para dormir. Ellos tenían prohibido descansar en esas horas de centinelas, por lo que Pepe, el dueño del cortijo, había ideado la manera de evitar un castigo a los militares, ya que el teniente de Castell de Ferro cuando se acercaba por allí llegaba en caballo, el cual se oía desde lejos, en ese momento él avisaba a los adormilados vigilantes y por una puerta trasera saltaban del cortijo a los puestos de imaginaria.
En todos esos años de guerrilla no llegaron nunca a entrar al cortijo los maquis, ya que probablemente ellos supieran los entresijos que se urdían en su entorno. A veces dice que llegaron a verlos escondidos por los alrededores, momentos duros para su familia, ya que cuando estos guerrilleros entraban en las casas la tensión se palpaba en el ambiente, ya que podían intimidar hasta llegar incluso al daño físico o la muerte.
Ellos se tiraban a la sierra para evitar ser capturados y torturados, dice de repente el otro cavilante aldeano, y comienza a recordar algunos de los hechos referentes a aquellos difíciles momentos:
Alfornón
En las ventas del Haza del Lino tenía un cortijo un labriego apodado “El Manco”, una noche fría de otoño tocaron en su puerta, y al abrir encontró a una persona acobardada y mal herida. Era un maqui, lo acogió con buen gusto viendo que era una persona necesitada. Pasaron varios días y este hombre se recuperó, convivía con su familia sin aparentes problemas. Una mañana “El Manco” decidió ir a Sorvilán cargando en su mulo varios sacos de patatas para cambiarlas por panes y diversos alimentos que echaban en falta en el cortijo. Al llegar al pueblo se dirigió al cuartel de la Guardia Civil y allí denunció la presencia del maqui en su cortijo. Con esto lo que intentaba era tener de buen agrado a los civiles para en un futuro ser bien tratado por ellos. Al mediodía llegaron al Haza del Lino los guardias, comandados por el cabo Galdeano, y “El Manco”. Al entrar a su cortijo vio al maqui afanándose en la lumbre con una gran sartén de migas, después de saludarlo dio un aviso al civil que entró y sin mediar palabra le dio muerte de un disparo. Fueron hechos duros de entender, pero era una época de penurias y supervivencia en la dura sierra. 
En la Contraviesa había un jefe de ellos, se escondía por el campo de Polopos y le llamaban el “Morito” o el “Polopero”, vuelve a recordar el lugareño. Era muy temido en la comarca, sus acciones a veces eran muy violentas, por lo que los cortijeros de estos campos jamás hablaban de él cuando eran preguntados por los civiles, evitando así represalias del famoso bandolero. En una ocasión se desplazó andando desde la sierra hasta la localidad de Órgiva, era un hombre valiente y cada vez que podía intentaba demostrarlo. Entró en una cantina donde había entre otros dos guardias civiles, tomó su vino y al pagar dejó una nota al posadero que ya llevaba escrita en la que decía: “Así paga el Morito”. El cantinero sorprendido y asustado no dijo nada, había invitado a los guardias y arriesgado a ser capturado si éste hablaba, pero no ocurrió así. A las pocas semanas fue apresado por las cercanías de Órgiva, dicen que esa anécdota acontecida en la cantina y algunas otras lo delataron y lo llevaron a prisión.
Un repentino movimiento en el zarzal cercano nos saca de la sorprendente historia, un pequeño ratoncillo asoma el hocico y tras un breve vistazo desaparece de nuevo. Uno de los aldeanos me pregunta por dónde he llegado hasta allí, le explico la ruta que he seguido cruzando desde Alfornón hacia Torvizcón. Él me comenta que he debido pasar por uno de los cortijos que mana otra de las historias de estos sobrecogedores personajes, es la Venta de La Bolina.
Esta venta se encuentra en la carretera de Los Presos, el dueño de la misma se llamaba Manuel Estévez, de vez en cuando algunos maquis pasaban por allí para utilizarla de posada, dejándole un buen dinerillo al posadero. Los bandoleros solían tener caudales por sus continuos robos sobre todo en cortijos y pequeñas aldeas, así que pagaban bien a quienes los aceptaban, ganándose así la complacencia de estos aldeanos. Después de abrigar durante bastante tiempo a algunos de estos maquis, los civiles se habían enterado, y estaban esperando la oportunidad para atraparlos en una de sus visitas a la venta. Estévez, que también sabía lo que podía ocurrir, dejó de abrigarlos en sus dependencias, así que los maquis durante una fría noche de invierno entraron por sorpresa, lo cogieron y lo ataron con un cordel a un mulo y lo arrastraron durante horas por los alrededores de la venta, por último lo tumbaron debajo de un olivo y allí le dieron dos tiros en la frente.
Cortijo en la Venta del Haza del Lino

Se está haciendo tarde, ellos tienen que volver a sus aposentos, son historias conmovedoras que por desgracia no solo se vivieron por estos contornos, la memoria de las personas de estas edades todavía guardan esas vivencias en sus recuerdos. Nos despedimos y deseándoles unos años venideros prósperos los veo desaparecer por el collado. Seguro que sus descendientes estarán orgullosos de ellos, nosotros también".

Fuentes históricas: 
Dos abuelos octogenarios de esta Sierra.
Paul Preston.
Hartmut Heine.