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"Un Maestro en Épocas de Contienda"

Albuñol, su pueblo adoptivo

Con este relato quisiera hacer un reconocimiento a todos aquellos maestros que consiguieron con su noble arte, en épocas de gran dificultad social, política y económica, enseñar y educar a una población infantil y juvenil que necesitaba de su saber para poder desenvolverse en sus posteriores años de vida.

En el norteño pueblo de Torvizcón, en 1888, nace en el seno de una familia pobre de labradores el protagonista de nuestra historia. Ramón, que es su nombre, vivirá en una época donde las revueltas sociales y políticas marcarán el devenir de nuestro país.
Don Ramón Castilla con sus alumnos


En estos años España es un país eminentemente agrícola, el penúltimo monarca de la casa de los borbones es el rey, Alfonso XIII. Éste reinará desde su nacimiento en 1886 hasta 1902 auspiciado por la regencia de su madre Mª Cristina de Habsburgo. Una vez cumplida la mayoría de edad se convierte en el rey absoluto gobernando hasta 1931, cuando es derrocado y comienza la IIª República.
Durante este periodo coincide el reinado de Alfonso XIII con la época histórica de nuestro país de la Restauración, desde 1875 hasta 1923, cuyo enfoque político fue las alternancias pactadas en el poder de los dos grandes partidos políticos, los Conservadores y los Liberales. En 1923 irrumpe la dictadura de Primo de Rivera, que durará hasta 1930.
En 1931, ya sin el rey, se instaura la IIª República, que durará hasta 1936, año en el que un levantamiento militar desemboca en la desastrosa Guerra Civil Española (1936-1939). A partir de ahí el gobierno del dictador Francisco Franco será el encargado de manejar el destino de los españoles.
Pues bien, en todo este entramado surge la figura de Ramón Castilla en esta pequeña población. Sus primeros años de vida los pasa como todos en la Escuela Pública, ayudando además a sus padres en las labores agrícolas. Pronto su maestro descubre en él a un alumno aventajado, despierto y con muchas ganas de aprender. Se reúne con su padre y le aconseja que debe seguir estudiando una vez termine en el pueblo, sin embargo el padre se ve impotente ante esta propuesta, no tiene medios para ofrecerle una carrera universitaria en Granada, y así se lo indica a su maestro. Éste no ceja en su empeño y prepara a su pupilo para las pruebas universitarias, ayudándole no solo en sus estudios académicos, sino en las necesidades que tendría una vez pasadas las pruebas para desarrollar la carrera de Maestro Nacional. Ramón no llegó nunca a establecerse en Granada durante su carrera universitaria, él seguía su preparación con su maestro y viajaba para presentarse a cada uno de los exámenes. Cuando llegaba este momento se engalanaba con su único traje, se colocaba el guardapolvos y subía a la carreta que lo llevaría a la capital. En Órgiva los carreteros cambiaban los mulos y proseguían su viaje, para al llegar a la ciudad quitarse dicho guardapolvos que protegía el traje y dirigirse a la presentación de las diversas pruebas y exámenes. Jamás obtuvo notas negativas, ya que su ilusión y su capacidad fueron suficientes para en los años correspondientes convertirse en Maestro de la Enseñanza Pública.
Texto de época


No tardó mucho en sacar una plaza a través de oposiciones, siendo su primer destino la hermosa ciudad de Loja, allí estuvo dos años y al siguiente desembarcó en el pueblo que lo vería crecer como persona, el que lo vería casarse, y ya a los setenta y dos años de edad, morir. Ese destino fue Albuñol, en el pueblo había dos pequeñas escuelas, una de niñas, cuya maestra era Dª Rosario López y otra de niños, la cual era regentada por él. He dicho escuelas, pero en realidad lo que eran es aulas con un número de niños no inferior en cada una de ellas de sesenta. Ellos, los maestros, llevaban todo el entramado administrativo, educativo y de enseñanza de la escuela. Para ello el nivel de disciplina era quizás desmedido, pero posiblemente indispensable para poder mantener un orden e esas aulas masificadas. D. Ramón jamás utilizó la “violencia” para enderezar el camino de sus alumnos, era un hombre muy serio pero a la vez muy cariñoso y disciplinado, cuando un niño cometía alguna infracción o erraba en sus tareas, él se sentaba a su lado y con una metodología de la paciencia y el respeto hacia su alumno intentaba convencerlo de su error, de esta manera jamás hubo malas palabras y sí buenos hechos que hicieron de este docente un ser respetado y extremadamente querido en la población.
De esta época viene el famoso dicho “pasas más hambre que un maestro de escuela”. Y era cierto, sus pagas mensuales durante largo tiempo fueron de 75 pesetas, suficientes para un joven sin muchas responsabilidades, pero una vez casado tuvo que dar “clases particulares” extras sumando a su nómina mensual otras 10 pesetas por las mismas. No obstante, cuando conoció a Marina, la que sería su esposa con los años, él no sabía que provenía de una familia pudiente, lo que hizo que su vida fuera bastante más solvente de lo que hubiera sido si sólo hubiera dependido del sueldo de maestro.
Al casarse con los años con Marina, ambos deciden vivir en Albuñol, ya que D. Ramón tenía su plaza definitiva en esta localidad. Allí echan raíces e intentan crear una familia amplia, sin embargo el destino les tenía preparado algo muy distinto, no podrían tener descendencia, lo que haría que volvieran a plantearse la vida diferente manera.
El Maestro

Los años iban pasando y la monotonía del quehacer diario se apoderaba de su pequeña familia, su esposa deseaba tener un hijo y él, con su habitual aplomo y respeto, la tranquilizaba con otras tareas haciéndole entender que Dios había querido para ellos ese destino y deberían conformarse. No obstante, a ambos le rondaba por la cabeza una idea, ¿habría posibilidades de adoptar un niño en la época en la que vivían?
En una ocasión recibieron una información que les hizo volver a retomar el delicado tema de los hijos, en Alfornón, una humilde familia había sufrido la muerte de la madre por una enfermedad que le llamaban “piojo verde”, quedándose dicha familia en una situación muy pesadumbrosa. José Cañas, que así se llamaba el padre, era aguardientero, lo que hacía que sus recursos económicos fueran extremadamente modestos. Su ralea la componían siete hijos, cinco niñas y dos niños, al morir la madre, José intentaba donar en acogida a su hija pequeña, y este hecho llegó a oídas de Marina. En un viaje relámpago en mulo, se desplazaron hasta la pequeña población y se entrevistaron con José, en una larga plática en la sencilla casita de la familia Cañas llegaron a un acuerdo, su menuda Rosarito, de 16 meses de edad, se iría con ellos como hija en acogida, pero jamás perderían el contacto, pudiéndola visitar cuando surgiera a Albuñol, y periódicamente deberían ir de encuentro a Alfornón siempre que José viviera. Así fue, esta niña se convertiría por el azar de la vida en su única hija, ella los adoró siempre como sus auténticos padres, respetando y queriendo siempre a su padre biológico y a sus hermanos separados por el destino.
Ésta se convertiría en una familia repleta de felicidad, por una parte habían aliviado al pobre aguardientero de una boca más que dar de comer, y por otra Marina y Ramón disfrutarían de por vida de su ejemplar hija.
La historia en el pueblo fue la de una estirpe con medios para sobrevivir holgadamente, con las tradiciones típicas del momento, él trabajaba en su querida escuela y en los ratos libres que le quedaban los utilizaba para convertirse en un hombre culto, con una sabiduría que consiguió a base de esfuerzo y tesón. Aprendió latín en las tediosas tardes de invierno, poseyendo como único maestro a su raído diccionario comprado años atrás. Las lenguas era una de sus grandes pasiones, así que empezó por las noches también a aprender francés, utilizó diferentes bibliografías que había conseguido, pero lo más curioso es que para cultivarse en la entonación y pronunciación del desconocido idioma, sintonizaba hasta de madrugada un dial de la radio francesa que consiguió captar por casualidad. Hubo anochecidas en las que su propia esposa debió llamarle la atención para que volviese a la cama, él, como buen esposo, siempre hizo caso de su amada mujer.
Por otra parte, Marina, y después de mayor Rosarito, eran las amas de la casa, allí amasaban para hacer las voluminosas hogazas de pan, el agua se la traían de la fuente con cántaros alguna que otra criada que tuvieron, el avío lo hacían con leña, y anualmente mataban varios cerdos que serían las principales viandas de la temporada.
Algunos de sus alumnos ya mayores

Don Ramón era un hombre erudito, le apasionaba la ciencia de la astronomía y tenía una predilección especial por lo estudios de la naturaleza. Su mujer había heredado parte del cortijo del Maestro Moreno, en los alrededores de la población de Cádiar, para posteriormente comprar los huertos adyacentes para conformar una hacienda rural importante. Esto hizo que sus dos pasiones las pudiera desarrollar con soltura, en las épocas estivales que pasaban allí, las noches de estrellas, los cultivos en el huerto y las estancias en plena naturaleza aprendiendo in situ de todo aquello que abarcaban sus expectantes ojos fueron una constante en su quehacer diario.
En el cortijo debía lidiar con diferentes personas que pasaban por allí, arrieros, guardias, vendedores, y sobre todo con jornaleros. Una vez, uno de estos jornaleros llegó con su torpe andar desde Cádiar a trabajar,  a don Ramón le extrañó que en pleno invierno viniese con esos ropajes parcos en tela y semidestrozados. Le preguntó que si no tenía otra ropa, y él le contestó que no. Entonces nuestro protagonista entró en la casa y en pocos minutos sacó un traje completo, chaleco, chaqueta, pantalón, camisa y ropa interior, y se lo regaló. El asombrado hombrecillo se quedó perplejo, y dándole las gracias una y otra vez guardo su preciado regalo y siguió trabajando. Al día siguiente se presentó de nuevo en el cortijo, y cuál fue la sorpresa de don Ramón al ver que venía de nuevo vestido de igual forma que en días precedentes. Le preguntó que qué había hecho con el traje, y el noble hombre un poco cabizbajo respondió que él trabajando no tenía frío, y que el traje lo guardaba a buen recaudo por si tenía que ir a algún entierro.
En otra ocasión iba montando su mulo en dirección a otro cortijo del entorno, lo llevaba cargado con herramientas que pensaba utilizar, de repente la bestia se asustó al verse sorprendido por un ofidio de gran tamaño, se levantó y Ramón no pudo sostener las riendas, cayendo de mala manera al suelo. Una vez todo en calma, cogió el mulo y se fue andando hasta el cortijo, se había roto el esternón, el cual curó con el tiempo y le hizo no volver a subir jamás a ningún équido. Tal fue su tozudez, que cada vez que tenía que ir con carga a Albuñol o volver desde allí hasta el cortijo, iba acompañando al arriero andando las veinte millas de distancia, mientras éste iba subido en su mulo.
En el cortijo

El tiempo iba pasando y después de las revueltas a nivel nacional estalló la Guerra Civil. Uno de los veranos de estos años, estando en el cortijo, llegaron dos de sus alumnos de manera muy exaltada, eran Paco Miranda y Pepe Sánchez. Al abrirles las puertas, ellos, muy nerviosos, le dan una alarmante noticia, los mandos del ejército republicano habían decidido confiscar su casa de Albuñol como cuartel vivienda para establecerse en ella.
Esto trastocó todos sus planes estivales. Recogieron todo lo imprescindible y volvieron a Albuñol, efectivamente allí se encontraron la casa tomada por los militares, eran dos familias sin hijos, una la del comisario Don José, con su esposa Doña Antonia y la otra la del capitán Don Santiago, con su correspondiente mujer Doña Adelita. Eran valencianos, y aunque trataron a la familia de Don Ramón muy bien, ellos eran los que mandaban y se apoderaron de las habitaciones mejor orientadas y más grandes de la casa, pero pudieron convivir juntos durante toda la guerra.
Albuñol en aquella época

A la hija de Don Ramón le llamaban Rosarín, eran muy cariñosos con ella y con el tiempo llegaron a tener una buena relación. Durante las comidas establecieron dos turnos, en el primero comían los mandos militares y en el segundo ellos. Los alimentos en esta época estaban racionados, y existían las “cartillas de racionamiento”, en la que se marcaba la cantidad de productos básicos se podían recibir, entre ellos estaba el pan, el arroz, los garbanzos… Una de las veces que Rosarito acompañaba a la madre al local del racionamiento, observó algo extraño, a su madre le estaban echando mucha más cantidad de alimentos que a los demás, entonces ella dijo en voz alta que cuánta azúcar le echaban en el saquito, en ese momento recibió una regañina de su madre, y el soldado que repartía el condumio la llamó aparte y le invitó a que se callara, ya que ellos sabían quién eran y le echaban más alimentos por ser los que acogían a los mandos republicanos. Esta situación de convivencia incómoda hizo que su familia no pasara faltas en ningún momento, aunque pasaron alguna que otra situación delicada, como cuando la tía Luisa de Don Ramón, que tenía la cabeza ida, vino a vivir con ellos al quedarse sola, ya que dos de sus nietos que permanecían con ella fueron llamados a filas por el bando nacional. Uno de los días esta señora dijo en voz alta en la casa: ¡vaya unos sinvergüenzas, nos quitan el aceite y el vino de la casa y el cortijo! El comisario dio la voz de alarma, pensaba que la casa donde estaban estaba habitada por fascistas, mandó llamar a un destacamento para llevarse a Don Ramón, pero después de una larga charla y de varias investigaciones resolvieron que la señora estaba en un estado mental en crisis, por lo que decidieron que todo siguiera como estaba.
Durante estos años de conflicto bélico toda la vida social se había paralizado, por lo que Don Ramón no pudo aportar un sueldo a la casa, ya que la escuela se cerró a cal y canto. Ellos, al vivir con los militares nunca tuvieron falta, pero esa situación de desgracia no era plato de buen gusto para nadie. Desde su balcón llegaron a ver cómo se llevaban los rojos a algunos de los vecinos del propio barrio a las cárceles, viéndose impotentes sin poder hacer nada, callando y sufriendo las crueldades de una guerra injusta.
Vista general de Albuñol

Los años fueron pasando y el fin de la guerra dio paso a los primeros años de la dictadura franquista. Todo volvió en el pueblo a ser parecido, se restablecieron los poderes políticos y el Maestro pudo volver a dar sus apreciadas clases. En una de las estancias largas en el cortijo les sucedió algo inesperado pero posible en esta época. Los maquis, que eran bandoleros republicanos que “se echaron al monte” para evitar ser capturados por el gobierno, solían acercarse a las casas de campo para pedir comida y otras necesidades que tenían. Por ello la Guardia Civil convivía durante algunos días en esos cortijos para proteger a las familias de los ataques maquis. En uno de los momentos en los que tenía que ir a por agua, Rosarito cogió  el pipo y se acercó a la mina con su padre. El padre se quedó en el camino, ya que quería acostumbrar a su hija a que fuera sola para perder el miedo que como todo niño ella también tenía. Al bajar a la mina apoyó el pipote sobre la piedra para llenarlo, y en ese momento aparecieron por detrás cuatro individuos, que sin decir ni pío le dieron tal susto que dejó el recipiente sobre la piedra y volvió corriendo y gritando con su padre. Ambos se fueron rápido al cortijo, y al llegar contaron la historia a los Civiles. Ellos de forma inmediata fueron a verificar los hechos, y en no mucho rato volvieron tranquilos a apaciguados. Les tranquilizaron diciendo que sólo eran “blanquillos”, que era como llamaban a los Guardias Civiles disfrazados de bandoleros para poder capturar a estos de improviso. Realmente la hija de don Ramón se había asustado con razón, ya que fueron multitud de veces las que por la noche pasaron por los aledaños del cortijo varios grupos de bandoleros, aunque jamás entraron en el interior del mismo.
La ermita de San Antonio

"Más vale burro sano que sabio muerto". Esta es una de las famosas frases que aprendí de este hombre que tanto cariño y devoción dejó en aquellos que lo conocieron. A ti, Don Ramón Castilla Álvarez, donde estés, serás un influjo positivo para el que escribe, y un espejo donde mirarme en tantos días de docencia que me esperan.


Quisiera dedicar este relato a Rosarito Cañas, que con su paciencia octogenaria supo contarme esta educativa historia, y a la cual le guardo un gran respeto y cariño por todos los años de amistad que nos ha dado a mí y a mi familia.

Fuente histórica: Rosario Cañas.
Autor: Lisardo Domingo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Bonita historia.

Anónimo dijo...

Mi padre era de Albuñol.

Ignacio Domingo Blanco dijo...

Qué bonito niño. Estaba haciendo mis cosas con "onda melodía" (sobre las 12 de la noche) y me he encontrado con tu blog. Al darme cuenta que hablabas de Don Ramón, poco a poco me he ido imaginando la vida en aquellas épocas. Me ha recordado la lectura de "tiempo entre costuras" que María Dueñas nos detalla en una época parecida a la que tú cuentas, y no sé quien lo hace mejor.

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