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"Crónicas de un Pueblo Serreño a finales del siglo XIX"



La Navidad acaba de dejar paso a un invierno gélido, los retorcidos almendros sobresalen del paisaje marcando una luz blanquecina con su deslumbrante floración, penetro en el valle acompañado de otros nuevos visitantes que charlan pausadamente dentro del ruidoso coche. El arroyo suena, eso es buena señal, ha debido llover durante esta época, lo que hará del campo un oasis de frutos y productos derivados de la anterior siembra, manteniendo a los pobladores satisfechos por sus tareas tradicionales y fructíferas.


Entrada al pueblo
Paramos en la plaza del pueblo, al bajar, allí me está esperando mi buen amigo Rafael, es ya un maestro experimentado, de niños jugábamos en las calles de nuestro pueblecito Bedmar pero pronto se fue al seminario de Jaén para labrarse su porvenir. De adolescentes nos escribíamos cartas y cuando él terminó su carrera vino a verme en varias ocasiones al pueblo, éramos excelentes amigos, pero la vida nos llevó por caminos diferentes, ya que yo seguí con las tareas de labranza mientras él fue destinado, nada más terminar, a un cortijo de la Sierra de la Contraviesa llamado La Ermita.

El coche de pasajeros

La Taberna
Y aquí estoy, después de muchos años nos pusimos en contacto y me invitó a conocer esta tierra andaluza, y por supuesto yo acepté. Está igual pero algo más mayor, lleva un traje negro y su sombrero del mismo color, ¿seguirá tan dicharachero como siempre? Al acercarnos nos miramos y con los ojos cristalinos nos damos un abrazo a conciencia, han pasado más de treinta años, pero nuestro aprecio seguro que se ha incrementado. Después de preguntarme por la familia me lleva a su morada, está casado con Carlota, una serreña de esta población, y tiene tres hijos de doce, diez y nueve años de edad. La noche es cerrada, y es el momento de cenar, en un instante me sube a la habitación y sin mediar palabra nos bajamos a la mesa con la familia, son encantadores, charlatanes, sencillos, los niños no paran de mirarme, no en vano sospechan que ese señor nuevo ha debido de pasar grandes aventuras con su rudo padre, y no dejan de preguntarme, yo , claro está, sólo puedo decirles lo correcto, nuestras correrías infantiles podrían dejar mal parado la estima hacia su progenitor, ya que con esas edades todos hemos pasado por situaciones que ahora la experiencia nos ha hecho enderezar.

Casa del boticario
Sólo voy a estar unos días con ellos, pero mi intención es conocer los entresijos y costumbres de esta comarca, así que después de tomarnos la humeante infusión de manzanilla empezamos a organizar lo que serán unas jornadas inolvidables, en ese instante recuerda algo y de repente salta de la mesa, ¡debemos irnos, me están esperando!, dice como si algo importante tuviera que hacer.

La Botica
No sé donde me lleva, pero con un andar endiablado me comenta que se “le ha ido el santo al cielo”, que algunas noches tiene una partida de cartas con sus amigos en casa del boticario, y que en esta ocasión la satisfacción de tenerme aquí le ha hecho olvidar algo tan transcendental. Llegamos con retraso, pero ellos lo están esperando, se sorprenden al verme, pero pronto me aceptan como uno más del grupo. Son los poderes fácticos del pueblo, el cura, el boticario, el sargento de la Guardia Civil y por supuesto él, el cultivado maestro. Me enseña la fastuosa casa, nada que ver con la de mi anfitrión, la botica es muy antigua, espaciosa y repleta de fármacos dentro de sus correspondientes cuencos de cerámica. Esto me sorprende, ya que el pueblo es pequeño y me parece excesivo la cantidad de producto sanador, pero él, enorgulleciéndose, me aclara que es la única botica del sur de la comarca, por lo que le hace tener una gran variedad y sobre todo cantidad, ya que es amplia la población que abastece, siendo además la época más fría del año, por lo que serán más necesarios sus remedios curativos. Es el momento de disfrutar de una velada al lado de la gran chimenea y con unas barajas que se entremezclan con los necesarios vasos de vino.

El Dormitorio de huéspedes
Volvemos a casa, el día ha sido muy atareado, primero ocho horas de camino, después la inusitada alegría que me ha supuesto volver a ver a mi gran amigo, y por último el tremendo vino que me ha dejado balbuceante. Por fin en el camastro, me hundo sobre la lana y casi sin desvestirme caigo en el sueño más profundo.

Acaba de salir el Sol, Rafael no me ha llamado, él ha tenido que desplazarse hasta una pequeña aldea donde tiene su Escuela Nacional. En la puerta arriba de la casa se oyen hablar varias personas, al llegar yo me saludan, es Carlota y un pastor, está ordeñando la cabra que esta mañana saciará nuestro apetito matutino. En el desayuno la señora me recomienda que visite una serie de lugares del pueblo, yo le hago caso y al terminar emprendo la marcha.

La Fuente de la Plaza
Al salir a la puerta encuentro una plaza ajetreada, un grupo de mujeres hacen cola para llenar sus recipientes de arcilla, colocan los pipotes y cántaros en una fila perfecta, y van llenando cuando les llega el momento. Otro corro de mujeres se reúnen al lado de la misma fuente para restregar de forma paciente y constante las vestimentas sobre los poyetes de los lavaderos, el jabón desgastado se reparte entre todas ellas, allí quedará para la próxima jornada.Al acercarme a ellas se produce un silencio extraño, me saludan y yo sigo mi recorrido. La plaza está empedrada, por lo que veo pocas calles más lo están. La tierra apelmazada por le caminar del paseante conforma la mayoría de las calzadas, al subir en busca de la zapatería un zagalón subido en su burro me llama la atención, debe pasar por allí y va cargado, debo apartarme y dejar su camino expedito. Al llegar a Eloy, el maestro zapatero, éste me invita a pasar, la habitación es pequeñísima, se encuentra todo a mano, él, sentado sobre una minúscula banqueta y sin apartar la mirada de sus punzadas sobre la suela, me cuenta algunas anécdotas ocurridas cuando, sobre todo los cortijeros que se acercan una vez a la semana al pueblo, le van narrando hechos ocurridos en esos campos de la sierra. Lo tengo que dejar, es muy afable pero mi inquietud por conocer más de este lugar me hace proseguir mi agradable caminar.
La Zapatería

No muy lejos de allí en una pequeña cuestecilla está la carpintería, dentro, el sonriente artesano, me mira y yo sin más entro en el habitáculo. Todo está lleno de serrín, él se esfuerza en hacerme comprender su trabajo, es muy joven y me dice que esta obligada afición le viene de su padre. La tarea es intensa, tiene gran cantidad de trabajo acumulado, pero me sorprende diciendo que sin prisa pero sin pausa todo llegará a su fin. Le comento lo que estoy haciendo y me aconseja una nueva ruta por las empinadas calles, allí lo dejo en su banco y con el berbiquí y el cigarrillo en la mano.

La Carpintería
Un nuevo equino se cruza en mi camino, en esta ocasión es el repartidor de pan, en un mulo lleva en sus alforjas de madera los bollos, roscas y panecillos de aceite. El olor me deslumbra, están recién hechos y sufro una fuerte atracción hacia ellos. Él va sujeto a la cola del animal para soportar la tremenda subida de la callejuela, no me da tiempo a preguntarle, pero una señora que se encuentra al Sol en la puerta de la casa me saca de dudas, la panadería está muy cerca de la iglesia, y para allá me dirijo.

El día es muy frío, y quizás por eso la tahona se encuentra con demasiada gente, no están comprando, sólo charlan, pero es comprensible, el calor que desprende el horno impregna todo el lugar. La panadera me ofrece diferentes productos, pero a mí se me van los ojos detrás de unos bollillos de aceite que al saborearlos me dejan el sabor a mi tierra jiennense, me llevo varios y vuelvo hacia la casa de donde partí esta mañana, es mediodía y mi amigo estará a punto de llegar.

Triciclos de época
En la puerta de la casa de Rafael ya están sus hijos, juegan con amigos a “Parir la Gata”, tengo que esperar a que terminen ya que el juego se realiza justo en el tranco de la puerta, deben sacar a fuerza de empujones las posaderas de sus contrincantes. En ese momento llega él, con su jaca sujeta por las riendas y andando de forma pausada les hace un gesto a los chiquillos y estos huyen hacia el interior de la casa, nos saludamos y lo acompaño a la cuadra para dejar al animal. Una vez sentados en la mesa me recuerda que por la tarde lo acompañaré a la escuela, así que almorzamos y me preparo para la corta andanza.

La tarde aunque fría es espléndida, vamos los dos subidos en el animal, y mi amigo me va explicando diferentes costumbres de los labriegos de la zona. Pasamos por pequeñas vegas llenas de hortalizas, sus amos están con la raspa agachada dejando sus propiedades como auténticos vergeles, ni una mala hierba, la acequia inundando la zona de regadío, y ellos al paso del caballo le hacen un ademán de respeto al maestro al que tantas veces acudieron en momentos de incertidumbre.

Tejedora
Hasta ahora no había podido presenciar el porte en la lejanía de este pequeño pueblecito. Subido en la grupa y esforzándome en una mirada posterior, se ve la imagen de mi novedoso lugar, está entre medias de dos pequeños valles, ambos con una constante escorrentía de agua cristalina, sobresalen sus tejados a dos aguas de teja roja, las torres de la iglesia triplican el tamaño de los hogares de alrededor.
Tiene claramente diferenciados dos barrios, uno el alto, donde al parecer viven las personas con un nivel adquisitivo algo menor, y el bajo, alrededor de la iglesia y el ayuntamiento, donde se encuentran también todos los tenderetes de los trabajos de artesanos. Se encuentra ubicado en la serranía de la Contraviesa, de espaldas a la impresionante imagen de Sierra Nevada, en su frontal se puede percibir el oleaje del cercano mar Mediterráneo, pero lo que más caracteriza a su paisaje son los olivos y encinas, que se diferencian con su colorido verde variado de las centenares de cepas peladas vinícolas y la exuberante irisación provocada por los floridos almendros rosáceos y blancos.

Escuela Nacional
Estamos llegando a la escuela, multitud de niños de diferentes edades rodean la puerta de entrada, al observarme piensan que puedo ser otro ilustrado maestro, pero pronto salen de su duda, Rafael les aclara que soy un amigo de la infancia, y que vengo a conocer este entorno y sus costumbres tan peculiares. Al entrar me coloco cerca de la mesa del docto, los alumnos se van sentando y casi sin quererlo me miran de reojo. Yo me dedico a fisgonear en sus formas, en sus atuendos, en sus palabras…, en sus miradas. La mayoría van en pantalón corto, las rodillas mezclan la roña de sus piernas con las costras de sus juegos, estamos a finales de semana y hasta el domingo no se lavarán en las blanquecinas palanganas con sus jarros de porcelana.

La Mesa del Maestro
Son cincuenta y siete niños, todos niños, porque las chicas van a otra escuela sólo para ellas, donde una maestra les presta toda la atención que se merecen. El silencio en la clase es apabullante, todos en su trabajo, prestando atención a la explicación de su educador. Las edades son diversas, pero la labor individualizada de Rafael hace que todos se sientan satisfechos. Me acerco a uno de los chicos y le pregunto algo de su vida, sobre el trabajo de sus padres, los hermanos que tiene. Él, con el respeto habitual, me da todos los detalles que puede a sus ocho años, pero en un momento dado me sorprende con la declaración del temor hacia el maestro por un tachón hecho en su pequeña pizarra, ya que el pizarrín que utilizaba en ese instante se le partió. Yo lo tranquilizo, y me viene a la mente el fuerte carácter de mi amigo, el cual lo expresa sin dudarlo en sus clases magistrales.

La Fragua
A media tarde volvemos hacia la morada, la jaca necesita reponer sus calzas, por lo que nos acercamos al llegar al pueblo a la fragua, allí el fornido herrero no tarda mucho tiempo en atendernos, saca del fuego las herraduras incandescentes y las introduce en agua, coge una por una las patas del animal y con una habilidad propia de su experiencia arremete contra la pezuña cada hierro. Una vez realizado el pago nos acercamos andando hasta la barbería, aquí están algunos de los amigos del maestro, y es el lugar donde se reúnen todas las tardes para relatar y poner a caldo a aquellos que según ellos merecen ser estimados. Al pasar un buen rato nos despedimos y nos vamos a la tienda de ultramarinos, allí nos espera su mujer, regenta este establecimiento y en la trastienda tienen una imprenta, que junto con su esposo elaboran algunos de los pasquines y panfletos que se difunden por la comarca.

La Tienda de Ultramarinos
Mientras ellos siguen con sus labores yo me siento en el banco del exterior, un grupo de niños recorren la plaza de arriba abajo, están jugando, y aunque la noche se ha echado encima a ellos no parece preocuparles, juegan con unas chavas intentando sacar de un agujero, hecho en la tierra, unas piedrecitas. No paran de luchar, discutir, saltar y reír, esto no es nuevo, es lo que hemos hecho en todas las edades de nuestra vida, es la forma que hemos tenido de marcar nuestro territorio, de establecer nuestro estatus en la sociedad, desde pequeños hemos creado un rol con nuestra personalidad, y por supuesto hemos reafirmado los lazos de amistad, esa amistad que también me hizo conocer a mi querido Rafael.

La Imprenta
Carlota se interpone entre mis observaciones, con una voz estruendosa llama a su hijo mayor, lleva en la mano un “hoyo”, es un trozo de pan al que le quitan el migajón y le echan azúcar y aceite, para después taparlo. El niño asustado se acerca y se sienta a mi lado, la madre le da la esa merienda que debería haber tomado hace algún rato, él sabe que el juego se ha terminado, se queda triste conmigo y yo le cuento algunas de mis historias, este momento le servirá para aprender que sus padres le marcan unos hábitos para que su vida sea lo más feliz posible e íntegra.

La Sastrería
Antes de la hora del cierre de las tiendas, Rafael me lleva a conocer a uno de los personajes más populares de la villa, era el sastre, el apodo era “El Novelista” ya que era un sabio de la naturaleza, y cuando alguien lo visitaba él le contaba con pelos y señales todo aquello que había aprendido en sus cacerías, desde pequeño había salido con su padre a cazar, escudriñando todos los bosques y terrenos calizos que rodeaban la localidad, así que aproveché, y mientras mi amigo se iba a casa yo estuve escuchando al sastre en cada uno de sus relatos. ¡Cuánto me hubiera gustado tener un conocido como éste!, tuve que marchar, pero cuando subía la cuesta miré para atrás, el sereno seguía mis pasos, le pregunté la razón de su insistencia, pero al observar que entraba en casa del maestro se disculpó y reanudó su protectora ruta, las llaves sobre su cintura delataban su presencia.

Los Serenos
La cena está a punto de llegar a su fin, una pena, hemos charlado de todas las facetas que durante tanto tiempo habíamos vivido cada uno por nuestro destino. El tintorro da paso al postre, unos borrachuelos acompañados de leche fresca de cabra. Esto ha sido el culmen de una cena copiosa, claro, había que dejar en el forastero una buena impresión, y bien que lo han conseguido. De inicio una esponjosa tortilla de habas del terreno, para seguir con un hirviente puchero de gallina, donde la cuchara de palo quedaba hincada entre degustación y degustación. Hoy la cocina de carbón ha tenido un alto rendimiento, sobre todo para mí.


Después de la intensa tertulia nos vamos al lecho, la bombilla de mi habitación casi no me deja ver el brasero de cáscara de almendras que me ha preparado Carlota, lo detecto por el calor que desprende, ya que sus brasas tapadas no desprenden ninguna luz. Han sido unas jornadas muy profundas, con usanzas parecidas en algunos casos a mi tierra, pero en otros con unas peculiaridades muy diferentes, cualquier rincón español podría sorprendernos gratamente con sus tradiciones. Posiblemente sea una de las últimas veces que podré viajar fuera de mi querida tierra. Los párpados se me cierran, vuelvo a sentir en la lejanía el sonar del sereno, eso siempre tranquiliza, parece que el tiempo será bueno mañana, espero disfrutar antes de mi partida de la procesión del santo patrón del pueblo…


La cocina
Se oyen los cohetes, muy temprano la banda de música recuerda a los pueblerinos que es el día de su patrón, los niños saltan de la cama de alegría, saben que hoy se pondrán sus galas y la señora madre les aportará una perragordas para gastarlas en los puestecillos de dulces que se han plantado en la plaza de la iglesia. La hija menor, que estaba asomada a la puerta de la casa, empieza a chillar, es una alimaña, acaba de salir de la cuadra. Raudos nos acercamos con unos palos de almez, el animal es una comadreja, puede haber acabado con las gallinas o con sus huevos. La tenemos prácticamente acorralada, pero en un descuido salta sobre nosotros y escapa hacia el campo cercano, esta vez se ha librado. No hubiera sido justo su caza, ya que la pobre no había sido capaz de dañar a ningún elemento del corral, así que el destino le ha dado otra oportunidad.

Se vuelve a oír la banda de música, ya llega por la calle Real, asomados al balcón y todos engalanados vemos como pausadamente pasa y se para la procesión del santo, la gente en silencio, pero con espasmos de alegría cuando uno de sus vecinos en voz alta vitorea al patrón, acompaña al sacerdote que con una leve sonrisa me mira y yo le respondo. Las boinas negras relucen alrededor de la imagen, todos están contentos, las mujeres cogidas a sus chiquillos, las plantas de mastranzo alfombrando las calles y sobre todo yo, el extraño que, con una triste mirada, sabe que posiblemente no volverá a ver más a esta sencilla gente, a este hombre que fue parte de mi historia.

La Procesión

El coche aguanta las empinadas pendientes de tierra, arriba, en el puerto, dejo de ver a esa entrañable aldea, mis compañeros de viaje charlan sin parar, a mí me cuesta volver la mirada atrás, los años pasarán y sus descendientes harán a este lugar algo mejor de lo que ellos le dejarán…, o no.

Dedico este emotivo relato a esos tres niños que vivieron en aquella época, Rafael, Mª Ramona y en especial a mi querida madre Juanita.

5 comentarios:

Unknown dijo...

Acabo de leerlo, ahora entiendo por qué decías que me iba a gustar. Realmente me ha encantado, he viajado a otra época en la que he recordado a mis seres queridos.

Un beso de "tu hermanilla" (entre lágrimas)...

Anónimo dijo...

.....y sus descendientes harán a este lugar algo mejor de lo que ellos le dejarán…, o no. NO

Anónimo dijo...

hola maestro soy anna paula y ya hicimos este trabajo de tu abuelo hooooo tu padre nose muy bien un beso adios

Joseant dijo...

Hola, me ha impresionado y gustado mucho este relato, ¿Es parte de algún libro? es muy interesante como refleja el Albuñol de principios de siglo XX, puesto que el maestro era tu abuelo ¿no?

Tambien me gusta muchísimo la fotografía de la procesión de la Virgen de los Dolores.

Joseant dijo...

Que curiosa la foto,parece como si le hayan dicho a la gente "foto" muchos salen mirando hacia ariba, los hombres aparecen todos reunidos y las mujeres al otro lado y detrás de la procesión. Pensaba que no habia fotos antiguas del pueblo, si tienes mes se agracede que las compartas en este interesante blog.