A
finales del s. XVIII las colinas y cerros de la comarca de Albuñol estaban
pobladas de monte bajo, y se vivía del pastoreo del ganado en estas yermas
tierras.
A
principios del s. XIX se tala el monte bajo para realizar nuevas plantaciones
de almendros y viñas, que prosperan maravillosamente en estas tierras gracias al
clima privilegiado del que goza esta zona. Al cabo de unos años, en la comarca se
producía vino y almendras en gran cantidad, que surtía parte del mercado
nacional, a prueba de cualquier competencia.
Pero
la desgracia vino a cebarse a esta tierra privilegiada: La filoxera, una plaga
de insectos que ya había creado grandes problemas en los viñedos de la Provenza
francesa, hizo su aparición en Albuñol en el año 1.887. El devastador insecto
no sólo destruye la viña, sino que también ataca al arbolado. La crisis económica
que se produce obliga a la emigración de alpujarreños, que en su mayor parte se
dirigen a Linares (Jaén), Río Tinto (Huelva), Orán (Argelia) y Buenos Aires
(Argentina), entre otras ciudades. Se asegura que se desplazó más del 5% de la
población existente.
Se
hizo una repoblación de vid, en primer lugar con plantas americanas, para lo
que los labradores hicieron un cuantioso desembolso. Pero esta operación no
tuvo éxito, pues las nuevas plantaciones ni fueron ensayadas previamente ni su
implantación fue dirigida por una persona competente.
En
la búsqueda de cepas adecuadas y resistentes, dieron con la viña rupestris, o
verdadera cepa de montaña, ensayada con éxito, resistente a la cal del suelo y
a la filoxera. Gracias a ella pudieron salvar su economía, bastante mala por
aquellos tiempos.
Foto: En la actualidad, Albuñol desde
el Cerro del Gato. Viñedos en primer término.
El
pilar de la economía del municipio de Albuñol fue la agricultura, en mayor
parte la de secano, con una gran producción de almendras, higos, pasas y vino.
La elaboración y envasado de estos productos proporcionaron al pueblo trabajo
en sus instalaciones, y se activó el comercio interior y de exportación, como
nos detalla Madoc en su Diccionario:
“Las producciones más abundantes de Albuñol
son el vino (70.000 arrobas) y la pasa (12.000) consumiéndose el primero en su
mayor parte en la fabricación del espíritu, que se exporta a Jerez para
beneficio de aquellos vinos.
El espíritu, el vino, los higos, las
pasas y almendras se embarcan en el puerto de La Rabita al extranjero y puertos
nacionales del Mediterráneo. El embarque de vinos para Gibraltar se calcula en
100.000 arrobas y el de espíritu de 36 a 40; en 700 botas al año para Cádiz,
Jerez y Málaga.
Disponía Albuñol 3 fábricas de
espíritu de vino con 6 máquinas, una de ellas de fabricación continua.”
(Pascual
Madoc. Diccionario Geográfico Estadístico Histórico. 1.845 – 1.850)
Foto: Año 1948. Al fondo, una de las
Fábricas de Aguardientes de Albuñol, la del Calvario. Don Natalio Rivas y otras
autoridades en el día de la colocación de la primera piedra del Grupo Escolar
Natalio Rivas.
¿Y
qué es un espíritu o espirituoso?
Cuando
el vino supera una graduación de 15º, deja de serlo para convertirse en un
espirituoso. Así, los espirituosos son bebidas alcohólicas destinadas al
consumo humano con una graduación mínima de 15º, obtenidas por destilación.
Los
espirituosos que se obtienen de la uva son: el brandy, que procede de vino
destilado envejecido en roble; el aguardiente, obtenido por la destilación del
vino; y el orujo, por la de orujos fermentados.
La
explicación científica a la fermentación del vino es que la mucosa dulce de la
uva se convierte en una sustancia bien definida: el azúcar; el espíritu del
vino pasa a llamarse alcohol.
La
venta que se realizaba en el comercio local, habitualmente a granel, en recipientes
de estaño u hojalata, lo era en función de las siguientes medidas para
líquidos:
-
La arroba: 16 a 18 litros
-
La media arroba: 8 a 9 litros
-
El jarro: 1 litro
-
El medio jarro: medio litro
-
El cuartillo: un cuarto de litro
La
arroba se empleaba en la venta de vino o aceite de oliva, mientras que las
medidas menores se utilizaban en la venta de alcoholes, en especial el
aguardiente.
Foto: Año 1877. Tipos populares de la
Alpujarra Baja. Cavadores de viñas tomando el desayuno. Composición y dibujo de
D. Juan Rivas y Ortiz.
LA FÁBRICA DE ALCOHOL
A
principios del s. XX se explotaba una cantera de mármol en la Rambla de
Aldahayar, paraje de Las Angosturas, de la que se extraían vetas que se
trasladaban a las instalaciones de la empresa explotadora, cerca de Albuñol, en
el paraje de la Ermita de San Antonio, para su tratamiento y manipulado.
Foto: En la actualidad, Las
Angosturas.
Foto: En la actualidad, Las
Angosturas.
Por
las dificultades de extracción y transporte, y por la poca calidad y fragilidad
del mármol, esta explotación era muy poco rentable, y tenía los días contados.
A
mediados del s. XX llegó a Albuñol D. Fernando Zafra, procedente de Sevilla, como
director de la Oficina de Correos. Conocedor del sector vinícola, adquirió los
terrenos y las instalaciones de la fábrica del mármol, para reformarla y convertirla
en la Fábrica de Alcohol de Albuñol, conocida popularmente como la fábrica de Don
Fernando.
Foto: Fábrica de Alcohol de Don
Fernando. Albuñol.
Foto: Vista parcial de Albuñol desde
la Fábrica de Alcohol de Don Fernando.
La
materia prima para la fábrica era la uva, que cargada a granel llegaba en
camiones procedente principalmente de la comarca de Berja y Dalías (grandes
productoras de uva). Generalmente era uva de baja calidad, que no era muy buena
para la obtención de vino.
Se
descargaba directamente en el lagar de la fábrica, y por medio de un mecanismo
“sinfín” se picaba y prensaba. El mosto iba a parar a unos pozos, donde
fermentaba hasta convertirse en vino.
Según
nos cuenta “Bartolo”, antiguo trabajador, había más de 20 pozos, y este mosto
podía volver a “hervir”. Para comprobar que la fermentación había concluido,
bajaban a dichos pozos con un papel encendido, y si el papel se apagaba volvían
a salir corriendo si no querían perder el conocimiento y caer al pozo, “se los
chupaba”.
Este
vino se reconducía a una caldera, que se calentaba con leña de almendro a
“fuego directo”. El orujo o restos de la vendimia (palillos, granillas y
pellejos) lo llamaban “caspas”, los secaban en el patio de la fábrica o en la
rambla, y los reutilizaban para alimentar el fuego de la caldera.
El
proceso de destilación se desarrollaba en 2 fases: La primera era la
vaporización de los elementos volátiles del vino mediante calor, y la segunda
era la condensación de los vapores producidos. Es decir, al pasar el vapor por
los calderines de la destiladora, éste se enfriaba, y por efecto de la
condensación caía en estado líquido a un depósito, hecho ya alcohol.
El
alcohol vínico es el resultante de la destilación de vino y borras.
Nos
cuenta ahora “Juan”, otro antiguo trabajador, que la fábrica funcionaba todo el
año, y en los meses fuertes de campaña se trabajaba las 24 h. en 3 turnos de 8
h. Me recuerda el fuerte sonido de la sirena del cambio de turno, pues en el
turno de la mañana “despertaba a todo el pueblo”.
Durante
los meses de julio y agosto se paralizaba la producción de alcohol, y sólo se
trabajaba en jornada de 8h., que se dedicaban a tareas de limpieza y
mantenimiento de los pozos e instalaciones.
Albuñol
es un pueblo en donde los cortes de luz eran y son frecuentes, por lo que para
evitar que la actividad de la fábrica se paralizase durante largo periodo por
el corte de suministro eléctrico, disponían de un generador auxiliar, que
automáticamente arrancaba al cortarse el suministro de la red y proporcionaba
la electricidad que precisaba la fábrica.
Foto: Años 60. Vista panorámica de la
Fábrica de Alcohol de Don Fernando y de la Ermita de San Antonio desde el
Molino de Agustín Lorente.
Foto: Años 70. Vista parcial de la
Fábrica de Alcohol de Don Fernando y de Albuñol, desde la Ermita de San
Antonio.
La
chimenea central formaba parte del conjunto fabril, y servía para evacuar a la
atmósfera los humos y gases generados por los hornos de la fábrica. Cabe
mencionar el recuerdo del olorcillo característico que había en el ambiente del
pueblo cuando la fábrica estaba en funcionamiento.
Las
características del alcohol destilado dependían de muchos factores, como
variedad y calidad de la uva, fermentación del mosto, porcentaje de uva de
buena/mala calidad, etc.
Concluidos
todos los procedimientos de elaboración y tratado del alcohol en la fábrica,
salía de la misma cargado en camiones cisterna. Su principal destino eran la Bodega
y Compañía del Vino del vecino pueblo de Albondón (Granados y Lardón). Entre
otros usos, se utilizaba en aumentar el nivel de la graduación alcohólica de
sus vinos o anisados. En menor cantidad, su destino era algunas bodegas de La
Mancha.
Foto: Año 1.950. Anuncio en el diario Patria de la Fábrica de
Alcohol de Don Fernando. Albuñol.
Tras
las grandes inundaciones de la riada de octubre de 1.973, la fábrica resultó
gravemente afectada, y cesó su actividad en la producción de alcohol.
Foto: Días después de la riada de
19/10/1973, vista aérea de la Fábrica de Alcohol de Don Fernando y Albuñol.
Foto: 20/10/1973. El amanecer tras la
riada. Rambla, Cerrillo, Ermita de San Antonio y Fábrica de Alcohol de Don
Fernando. Albuñol.
Unos
años más tarde se rehabilitaron parte de sus instalaciones, pero esta vez para
elaboración y envasado de higos secos en periodos de campaña. Fue una actividad
efímera
Foto: Años 70. Trabajadoras de los
higos tras la riada de 19/10/1973. Albuñol.
Actualmente
no quedan restos de la edificación de la Fábrica de Alcohol. En los terrenos
donde se asentaba se construyó el Instituto de Enseñanza Secundaria “La
Contraviesa”.
Estas
líneas en recuerdo de la Fábrica de Alcohol de Don Fernando nos acercan al conocimiento
de esta singular actividad y su arquitectura industrial asociada en Albuñol, y
ponen de manifiesto aspectos sociales, económicos y vivenciales de esta actividad,
y su razón de ser. Es de resaltar la imagen de la chimenea del conjunto fabril.
Fue un edificio emblemático, vecino y contrapeso paisajístico de la Ermita de
San Antonio, elemento singular del paisaje de nuestra localidad, que ejercía de
vigía, fielato y antesala del pueblo.
Fuentes:
Bartolo y Juan, antiguos trabajadores de la fábrica.
Autores:
Eduardo Antº y Andrés López Lorente