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Ruta Nocturna "Félix Rodríguez de la Fuente"


La tarde es plácida, algunos troncos de encina me tienen entretenido artesanalmente mientras mi mente está absorta en el gran maestro de la naturaleza ibérica. Esta próxima noche admiraré el compendio de imágenes que las tinieblas me dejen ver, un sendero de sensaciones nocturnas de las que posiblemente me vendrán recuerdos a lo largo de mis próximos años de  vida campestre, como otros muchos que mis amigos habrán tenido que soportar en mis dilatadas y rústicas charlas añejas.
Él supo inculcar a diferentes generaciones su amor hacia el silvestrismo, hacia todo aquello que oliera a musgo. Fuimos creciendo con sus rapaces y lobos, él se fue haciendo mayor, y de repente nos dejó. Un desafortunado accidente de avioneta en tierras inhóspitas americanas lo convirtió en leyenda, una leyenda que nunca ha dejado de escudriñar nuestros corazones salvajes de admiración a nuestra laboriosa natura.


He querido hacer algo especial para la primera vez que honro su legado, me encuentro cerca de uno de esos  lugares míticos en sus investigaciones salvajes, la Sierra de Cazorla, y esto añade intensidad sentimental al hecho. Rebuscando troncos para el fuego surge una monumental araña marronácea, de principio me recuerda a la tarántula ibérica, Lycosa tarantula, pero al observarla detenidamente rechazo esa hipótesis, ya que aunque de parecido tamaño y color, un dibujo increíble en el dorso de su cefalotórax deshace mi teoría, es una imagen de la cabeza de un ser humano, algo que desconocía que existiese en el campo íbero.
Con esta afortunada aparición me voy a la cama, me levantaré a media noche para iniciar esta ruta en solitario y con la imaginación puesta en algunas de aquellas enseñanzas que Félix trasmitió a muchos de nosotros en aquellas tardes televisivas monocromas, en las que su voz irrumpía con fuerza y aplomo convenciéndonos de que “si venía el lobo”, era para hacer de nuestro planeta un mundo mejor.


Aunque acaba de nacer la primavera de este año, la noche es muy fría, al salir a la puerta del cortijo la oscuridad me retiene unos instantes observando la majestuosidad  del cielo estelar. Empiezo el lento caminar intentando no encender la imperfecta luz de mi linterna, es el momento de educar a mis ojos para adaptarlos a la falta de luminosidad. En un tejado cercano se intuye la silueta del minúsculo autillo, él sí me ve bien pero no se asusta, al contrario, prosigue con su insistente canto que es contestado por el sonido agudo de una hembra a lo lejos.

 La senda la conozco muy bien, la he pateado a diestro y siniestro, pero nunca a estas tranquilizadoras horas. En más de una ocasión debo encender la frontal, la luna prácticamente no existe, y aunque eso favorece el esplendor  celestial, no me ayuda a discernir algunos de los accidentes del camino.
Me encuentro en territorio jiennense, en la orla del parque natural de Sierra Mágina, cercano a otros entornos naturales como la comentada Sierra de Cazorla, la Sierra de Huétor o la mole de Sierra Nevada. Lugares todos ellos que podrían ser los protagonistas de uno de aquellos añorados capítulos felixianos de la “Fauna Ibérica”, pero no, en esta ocasión el actor principal somos mi tenebroso sendero y yo.

Siempre se ha dicho que para conocer, observar o escuchar la naturaleza debemos de ir en silencio, y si es en solitario mejor. Pues sí, el silencio es incontestable, aunque sean los momentos más ajetreados de la diversa fauna mamífera y de las sigilosas rapaces nocturnas, mi sensación es de una inmensa soledad sonora. Por fin escucho en la lejanía el rugir de lo que serán varios jabalíes, no me preocupan en exceso, pero entro en lo que serán las dos horas nocturnas, una continua alerta a lo que pueda surgir del camino o bosque interior.
Voy ascendiendo con la compañía estelar, el cielo está limpio, la Vía Láctea marca la senda que no desaparecerá hasta el amanecer, acompañada de constelaciones como la Osa Mayor, Casiopea o el grandioso Orión, surcado por la estrella más brillante del firmamento, Sirius. Casi sin esfuerzo aparente, penetro en el espeso bosque de quercíneas y pináceas, vuelvo a encender mis ojos artificiales, las sombras me juegan más de una mala pasada, por los cortados rocosos el Gran Duque marca su territorio, no dejará de insinuarse a su hembra durante toda la subida nocturna, pronunciando con ahínco su arrogante cantar en el silencio de la oscuridad.
El Paso del Lobo

La senda se estrecha hasta llegar al “Paso del Lobo”, son dos grandes rocas que parece se abrieran para dejar expedito el camino del extraño viandante de esta noche. En ese momento varios movimientos en la espesura me hacen detenerme e incluso retroceder, posiblemente una garduña o una gineta se ha visto sorprendida por esta masa amorfa que no conocen por suerte en estas moradas. Empiezo a ascender hacia la cuerda de la montaña, el día empieza a clarear, con las primeras luces los rastros y señales fáunicas sobresalen por cada uno de los rincones arbustivos de la serranía. Una vez en la vertiente de la montaña los excrementos de las monteses delatan su presencia de forma masiva en horas vespertinas. Las hozaduras de tejones y jabalíes dejan al descubierto las raíces de gran cantidad de árboles y arbustos, en ese momento pienso en qué seres me habrán rodeado durante la oscuridad de las primeras horas… El peligro más apremiante de estos bosques podrían haber sido los jabalíes, pero por suerte, en esta época las hembras están en su periodo de gestación, lo que las hace más dóciles y escurridizas, todo lo contrario sería más entrada la primavera y el verano, donde sus paseos con los rayones o jabatos podrían crear un enfrentamiento con cualquier ser con el que se cruzasen, protegiendo la hembra con su propia vida la defensa de su prole.

Al llegar a la cumbre de la Sierra de las Cuevezuelas la panorámica es extraordinaria, por el sur emerge la blanca Sierra Nevada, al este, abrasada por el sol matutino, concurre la nueva tierra del quebrantahuesos, la Sierra de Cazorla, y al noreste la serranía de mayor altitud andaluza si exceptuamos los tresmiles nevadenses, Sierra Mágina. Un gran roble solitario, todavía desnudo, deja entrever las esféricas agallas ya abandonadas por sus moradores insectívoros. En el pinar, el insistente piquituerto destroza una piña en la copa de uno de sus ejemplares mayores. El amanecer ha dado paso al cambio en la vida animal, la mayoría de los mamíferos buscan donde resguardarse de la pasada nocturnidad intensa, mochuelos, cárabos y demás especies de la misma familia desaparecen ocultándose en cualquier recoveco rocoso o arbustivo. Sin embargo ahora es el momento de las demás aves, de liebres, conejos, cabras y de algún zorro despistado.

Ya avanzada la mañana el trinar primaveral de las aves cantoras inundan el valle, desde una de sus cimas, Piedra Ballesteros, la vista esplendorosa de la cañada hace relucir los verdes almendros y los olivos recién podados buscando la efectividad en su fruto para la próxima temporada. La bajada se hace liviana, las ardillas han dejado varios centenares de piñas comidas alrededor de los grandes árboles, el picapinos tamborilea sobre los ejemplares más deteriorados, buscan las larvas bajo sus cortezas, en poco menos de un mes empezarán con esta misma sinfonía, pero en esta ocasión serán los machos construyendo sus nidos en profundas oquedades  para satisfacer a sus cónyuges.

El sol empieza a picar en las espaldas, jilgueros, pardillos y verderones me acompañan con sus cantos hacia el fin del recorrido, otra experiencia en contacto directo con el mundo de la naturaleza, otra supervivencia, otro aprendizaje… Gracias Félix.

Sierra Mágina