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"La Guerra en los Cortijos"



Aunque nos pese, la Guerra Civil Española fue uno de los acontecimientos históricos más vergonzosos que se han producido en nuestro país. El sacarlo a la luz en el bloque de “Historias y Leyendas de la Contraviesa”, no tiene otro objeto que recordar a nuestros lectores más jóvenes a lo que puede llevar la violencia más extrema por desavenencias ideológicas y políticas. Ciudades, pueblos, familias, fueron destrozadas socialmente, y durante esos tres años y la posguerra se produjo un distanciamiento y un odio que separó a vecinos, amigos e incluso a hermanos.
Como con cualquier otra historia que descubra en nuestra Sierra, seré lo más objetivo posible, trascribiendo de forma precisa la información recibida por la fuente histórica. En el caso de esta trama, las propias familias del que escribe estuvieron divididas en bandos opuestos, simpatizando la familia de mi padre con el bando “nacional” y la de mi madre con el bando “republicano”.
Procesión en Albuñol


“Los leños embravecidos por la humedad del campo chisporrotean en la pequeña chimenea, creando una agradable calidez en el ambiente de la alcoba. Estamos retrepados sobre las mecedoras percibiendo los diminutos copos de nieve que casi no se atreven a caer. Esto es muy habitual en Mágina, mis padres no lo habían vivido nunca en su dilatada vida, pero sin embargo, me sorprende cuando él apunta que le trae este ambiente algunos recuerdos de su niñez. Yo le pregunto, y él comienza a relatar algo que sin lugar a dudas no es fácil de evocar.
Cuando se inició la “Guerra” él tenía sólo siete años, era una familia tradicional, de cuatro hijos, que vivía en el mismo pueblo de Albuñol. El pueblo estaba tomado, al igual que toda Granada, por los republicanos, lo que hacía más difícil la vida para aquellos cuya ideología política era opuesta a la “oficial” local. En la Casa de las Margaritas estaba instalado el cuartel militar, al lado de la iglesia, prácticamente en el centro de la población. Fueron pasando los días y la confrontación era cada vez más manifiesta y peligrosa, no se podía salir de noche a la calle, había racionamiento para conseguir los alimentos básicos, los niños ya no podían asistir a la escuela, los cántaros sobre la fuente con las mujeres esperando turno era el único momento afable permitido y las inquisidoras miradas entre los propios vecinos eran inevitablemente estremecedoras.
El puente Aldahayar, al fondo la sierra


Pronto su familia empezó a ser acosada, por lo que su padre, que regentaba la farmacia, decidió que él, su hijo menor, debería estar lejos de ese ambiente de extremada peligrosidad. Un día vino al pueblo uno de sus mejores amigos, Antonio Soto, que era el dueño de uno de los cortijos situados al norte de la población, Los Morenos. En una conversación en su casa le pidió a su amigo que se llevara durante un tiempo a Lisardo a su cortijo, porque tenía miedo de que sufriera algún daño viviendo en Albuñol. Antonio, como era de esperar, no puso ninguna pega y le comunicó que en unos días vendría a por él. Esa misma noche tocaron a la puerta de la familia Domingo, eran dos militares que con los fusiles en mano amedrentaron a toda la parentela. Al pequeño Lisardo lo subieron en la silla de madera y exclamaron: ¡Qué hacemos con éste!; fue un momento tenso en el que su madre, Deogracias, saltó de forma espontánea a recoger en sus brazos a su asustado hijito. Después de unos minutos de silencio en el que los guardias se dedicaron a registrar las habitaciones buscando no se sabe qué, decidieron irse sin más.
Pasaron unos días, la tensión iba creciendo por momentos, a su hermano Pepe se lo llevaron detenido al calabozo del cuartel, posteriormente lo tendrían recluido durante un año en la cárcel de Almería.
Una fría tarde de enero de 1937 aparecieron por su casa Antonio y su hijo Ricardo con dos grandes mulos, venían para recoger a Lisardo que, a regañadientes, fue despidiéndose de su familia. Salieron a la plaza, y a la grupa del mulo de Ricardo cogieron el camino hacia los cortijos.
Fuente de la plaza de Albuñol


El adiós había sido apresurado, no debían ser vistos por los militares, así que sin perder tiempo y con los mulos cargados iniciaron el camino hacia el puente Aldahayar, allí, tras una leve mirada atrás el niño soltó unas lágrimas, no sabía cuándo volvería a ver a su familia.
Subiendo por el camino de las minas se dirigieron a la sierra, en poco menos de dos horas divisaban la entrada del cortijo, era un lugar desconocido para el niño, pero pronto sería su hábitat natural. Al llegar a la casa observó que en el porche de la puerta había varios cerdos husmeando, al bajarse del mulo los animales huyeron con aparente descontrol. La madre de Ricardo se acercó a él y le hizo una afable caricia, eso lo tranquilizó y cogido de la mano de la señora entró en la vivienda, la temperatura era muy agradable, fuera en el camino, el frío había hecho mella en él, así que se acercó a esa chimenea gigantesca que tenían en el comedor y que él nunca había visto en una casa, ya que la temperatura del pueblo hacía innecesaria la utilización de estos ingenios”. Este fue el hecho que le hizo recordar a mi padre la historia vivida en su infancia cuando estábamos sentados al calor de la lumbre en el Cortijo del Lince en Sierra Mágina.
“Al llegar la noche conoció al resto de su familia adoptiva, además de Ricardo estaban sus tres hermanas, todas mozas ya, y que enseguida supieron hacer más agradable la vida del pequeño Lisardo. En una de las habitaciones de las hermanas mayores fue donde dormiría a partir de entonces, en la misma cama y sin ningún rubor. Esa noche cenaron todos juntos, como siempre, pero la compañía del niño del pueblo hizo que hubiera algo más de algarabía, ya que le preguntaban diversas curiosidades y él contestaba si ninguna vergüenza, no tardaron mucho en hacer creer a Lisardo que ése sería su nuevo hogar.
Los días fueron pasando lentamente, él fue aprendiendo las labores del campo, y aunque era muy joven le empezaron a dar responsabilidades varias. La que más le gustaba era cuando después de las tareas campesinas Antonio llegaba con los mulos y los descargaba, era el momento de darles agua, y como la fuente estaba un poco lejana había que llevarlos hasta allí, entonces era cuando el niño cogía las riendas de uno de ellos y los llevaba hasta la fuente del cortijo de los Corros. Recuerda que en más de una ocasión llegó a ir subido en el mulo por esos tortuosos caminos de arrieros. En uno de esos momentos en que se acercaba a la fuente con las bestias, en un cortijo cercano apareció una “vieja” que le causó estupor y miedo, se volvió de inmediato al cortijo y se lo comento a Ricardo, éste, como niño que también era, le contó una historia de miedo que no olvidó nunca, aunque para convertirse en un cortijero auténtico tuvo que lidiar con la pobre señora que jamás le dirigió una palabra en las otras muchas ocasiones que la encontró en su equina tarea diaria.
El Calvario


No tardó mucho en descubrir lo bien que se vivía en ese cortijo, y posiblemente en todos los de alrededor. No les faltaba de nada, todo era abundancia, pero el trabajo era de sol a sol. En invierno estaba la matanza, aquellos marranos que conoció a su llegada serían los que alimentarían a toda la familia durante el año. Eran días de fiesta, aunque las noticias de la guerra entristecían a todos. Estando allí, en una de las bajadas de Antonio al pueblo, éste llegó con una noticia aterradora para el niño, se habían llevado a la cárcel de Baza a varios hombres del pueblo, entre ellos a su padre y a su tío Lorenzo. Estas crónicas lo dejaban aturdido y con pocos ánimos, pero él sabía que debía resistir, ya que con el tiempo todo debería pasar y él se convertiría en un hombre.
Las viandas en el cortijo eran esplendorosas, a veces se hacían en el mismo campo, pero otras se juntaban en la casa para catar aquellas pipirranas hechas con las hortalizas recién traídas por él de la huerta, aquellos pucheros que si te descuidabas costaba sacar la cuchara del propio plato por la cantidad de sustancia, o aquellas migas, que era el plato más apetecido por todos, que se colocaban en la misma sartén en el centro de la mesa para que el desgaste del duro trabajo se viera saciado en no muchos minutos.
Uno de los quehaceres que él asumió durante toda su estancia en el cortijo fue el surtir de leche y huevos a los trabajadores durante la mayoría de los días. En una ocasión, cuando ya estaba acostumbrado se acercó al corral donde estaban las cabras y las gallinas, primero recogía la leche en una cántara, y después abría el habitáculo del gallinero para coger los huevos frescos. Cuando iba a realizar la tarea como de costumbre, dejó la cántara llena de leche en el rincón habitual, al sacar uno de los huevos el gallo se tiró a por él, haciéndole correr despavorido tropezando con la cántara, que se derramó liando un gran revuelo en el cobertizo. Al llegar de nuevo a la casa pensó que sería recibido con una gran regañera, pero cuando lo contó ellos sonrieron y no le dieron importancia, la despensa estaba llena de otros muchos víveres.
Sin lugar a dudas lo que más le gustó de las tareas de campo fue la época de la recogida de los cereales, sobre todo cuando llevaban el producto a la era, allí se juntaban los habitantes de todos los cortijos de alrededor, echaban el trigo o el centeno a la era por turnos, y con la yunta de mulos se ponían a trillar. Al finalizar aventaban el cereal y dividían la paja del grano, por último cada lugareño se llevaba el producto según lo que había aportado. Esto que se cuenta con tanta celeridad, suponía varias semanas de trabajo y juerga, ya que de forma simultánea los hombres y las mujeres que traían la comida se enzarzaban en debates, discusiones y bromas que hacían de ese tiempo el momento más deseado del día por el pequeño Lisardo.
Camino a la Plaza


Los meses pasaron, estuvo cerca de un año viviendo con esta maravillosa familia, en ninguna ocasión bajó al pueblo, no se fiaban de lo que pudiera ocurrir. Pero el “frente” se tranquilizó, entonces sus padres lo mandaron llamar y en uno de los viajes de Ricardo a la villa lo acompañó subido detrás de él. Bajando el barranco miró hacia atrás, la misma sensación que tuvo al irse de su familia verdadera le sobrevino en ese momento, la pena y el ahogo estuvo presente en él durante todo el trayecto, pero sabía que allí había dejado a unos más que amigos, que serían para siempre, y que para siempre los tuvo y sigue teniendo en el corazón.

Ahora es un poco mayor, en la plaza no solo están las cantareras, también hay niños jugando, reconoce a varios de ellos, los niños lo miran. ¿De dónde vendrá Lisardo? Un fuerte abrazo con sus padres le hace recordar que el sueño siempre será pasajero”.

A mis hermanos Sonia e Ignacio, a mi preciosa mamá y por supuesto a mi querido papá, que desde allí arriba habrá hecho relucir una nueva estrella.

Fuente histórica: Lisardo Domingo Carretero. Albuñol.
Autor: Lisardo Domingo Blanco

3 comentarios:

Antonio Antequera Soto dijo...

Soy Antonio Antequera Soto, por lo que he leído, se trataría de mi abuelo, Antonio Soto, dueño del cortijo en LOs MOrenos., y su hijo Ricardo que mencionas sería mi tío, hermano de mi madre, Pilar Soto que seguramemte era una de esas tres mozas que mencionas, me he emocionado al leer esa historia, si bien mi madre había comentado algo al respecto no con la profundidad que relatas. Vivo en Lobos, provincia de Buenos Aires, Argentina. antequeraantonio@yahoo.com

Lisardo Domingo dijo...

Antonio, encantado de conocerte aunque sea desde tan lejos. Para nosotros esta historia es conmovedora, ya que fue dura para una familia, al igual que para otras muchas en España. A través de ti quiero agradecer la forma de ser de tus familiares en aquellos duros momentos, y decirte que gracias a esos hechos personas como yo pudimos llegar a existir.

Unknown dijo...

Soy Carlos Campos , Antonio Soto era mi bisabuelo , Consuelo su hija hermano de Ricardo y Pilar