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Capítulo XI


Caemos de nuevo en la desidia y en la monotonía, hay intervalos en que rotamos los brazos sin prestar atención al rumbo a seguir, los ojos se tupen, intentan descansar en el mar ese tiempo del que se han visto privados en tierra. De pronto tropezamos con algo muy duro, parece un gran tronco flotando, pero al pasar por completo la quilla observamos un buen ejemplar de safío que yace flotando sobre las tórridas aguas.
La panorámica terrestre vuelve a despuntar con la sierra de Alhamilla, yendo paralela en su camino al litoral y al rumbo elegido por nuestras “naves”. Un gran yate aparece a lo lejos a estribor, va lento pero da la sensación que nos observara, aunque al emproarse hacia nosotros nos sitúa en una posición de riesgo ya que en alta mar las piraguas podrían pasar desapercibidas.
Llevamos bengalas de socorro, pero nuestros movimientos ostensibles desvían su rumbo, ahora lo tenemos claro, es la patrullera de la Guardia Civil que realiza el perímetro que abarcamos y para sus motores. En seguida nos saluda el comandante pidiéndonos información sobre nuestro proyecto y la razón por la que estamos navegando mar adentro.
Realmente ellos se habían dado cuenta de nuestra presencia con mucha anterioridad, y procurando no causar ningún desperfecto en nuestro convoy fueron acercándose paulatinamente, así que en ningún momento habíamos sido ignorados por la patrullera.
Al cabo de un buen rato de charla amistosa, todos quedamos satisfechos, sobre todo nosotros, ya que su presencia y la corroboración por su parte del rumbo correcto que llevábamos nos hace sentirnos aún más seguros.

La parsimonia con que mueve sus olas el Mediterráneo es el que nos ha hecho decidir este rumbo, confiando en que un cambio meteorológico sea lo suficientemente lento como para darnos el tiempo necesario para volver a tierra sin daños en la flota. Esto sin embargo no siempre es así, si el cambio que se produce es brusco, en poco más de quince minutos las olas podrían ser nefastas, ya que hasta llegar al litoral tardaríamos al menos una hora. ¡La providencia nos ha acompañado!, nuestro “Mare” parece disfrutar de la presencia de estos “piratillas” deseosos de aprender de la naturaleza marina, y ha seguido manteniendo nuestras esperanzas a flor de piel.

En la lejanía, a babor, emerge de nuevo un extraordinario delfín saludando con sus imponentes saltos, recordándonos que en estas profundidades suelen transitar cetáceos tan maravillosos y peligrosos algunos como el calderón, la orca, el cachalote, el rorcual, la yubarta, y, como no, el delfín, siendo habitual también la aparición de algunos tiburones de tamaño medio como la tintorera. De ahí, la tensión que han experimentado nuestros sentidos cuando nuestra presencia sobre el agua se encontraba a grandes distancias de tierra, lo que hacía que solo rompiera el silencio el crepitar de los remos sobre el mar.



La franja costera está muy cerca, vamos a desembarcar en la playa de El Bobar, cercana a la desembocadura del río Andarax. Tanto el tiempo como el espacio recorrido han superado nuestras expectativas, pero, esta playa es poco hospitalaria, tanto la orilla como el interior tienen demasiado roqueo, lo que nos hace recapacitar y ponernos de nuevo en marcha hacia la “capital del reino”; en unos instantes abordamos el delta del desértico río, orientando nuestro rumbo hacia las playas del urbano Zapillo. Vamos muy cerca de la orilla, observamos las zonas para localizar un aconsejable campamento vivac. Son las 7’45 p.m., por lo que la muchedumbre veraniega todavía disfruta de los salinos baños. Por fin nos decidimos, en un pequeño claro introducimos nuestras canoas esperando a que anochezca para erigir nuestra estancia nocturna.

Nos hemos duchado con agua dulce, el cuerpo lo agradece, debemos desalinizar el torso por el contacto continuo de la sal sobre la piel que deja señales y rozaduras a veces muy molestas. En parejas nos acercamos a la tasca más próxima para refrescarnos y gozar de las famosas “tapas” almerienses.
El crepúsculo nos deja en soledad con la naturaleza, aprovechamos para “abordar” un chiringuito cercano que esta noche no abrirá y sentarnos en su terraza, desplegando todas las viandas que consumiremos con parsimonia, deleitándonos con una relajante y a la vez preocupante charla sobre lo vivido y sobre las dos posibles jornadas que nos quedarían para cumplir el tan deseado objetivo.

Sentados a las puertas de las tiendas observamos la imagen de Almería con su infinidad de luces, el puerto atrapa al mar, algunos grandes barcos entran y salen del mismo... Estamos entrando en el día siguiente, los cansinos ojos nos piden reposo, nosotros se lo damos, aunque el intelecto sigue alerta debido probablemente a la tensión que nos produce la posibilidad de un cambio en el estado de la mar.

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