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Capítulo X


Vuelve la bonanza, una vez cruzado el cabo nuestros sentidos vuelven a verse embriagados por tanta hermosura, la roca volcánica desciende hacia el agua apareciendo calvas blancas que resaltan de la constante oscuridad. Son desprendimientos que en alguna era se produjeron dejando al descubierto la piel del despeñadero.
Nos acercamos a uno de los múltiples intervalos naturales que el Parque nos ofrece, “El Dedo”. Es un saliente peñascoso situado muy cerca de la costa, con una altura aproximada de doce metros, aparentando un gran dedo índice que nos señala hacia las fuerzas de la naturaleza, clamando a ellas para que sean benevolentes con los marinos que trajinan por estas latitudes.
El faro nos da la bienvenida, dejando que surquemos sus mansas aguas entre “iceberg” azabaches de tornadizas formas, cortando con nuestras proas la grieta gigante que nos llevará a la cala donde volveremos a pisar tierra.


Los estiramientos musculares son muy necesarios en estos momentos, tomamos algún producto energético y nos damos un baño. La transparencia del mar invita al buceo, la Posidonia marca el ritmo del suave oleaje. Un pequeño pulpo se engancha en la pierna con la tranquilidad de encontrarse entre amigos, pronto sigue su camino. Auténticos bancos de peces pasan una y otra vez dando un colorido caribeño a este singular paraje.

Volvemos a botar las canoas, al virar la primera punta aparece el todopoderoso Golfo de Almería, cuyas dimensiones nos hacen si cabe aún más insignificantes, teniendo en cuenta que nos encontramos en un espacio marino que tiene aproximadamente 32 millas de longitud desde el faro de Cabo de Gata hasta Punta Sabinar, y una distancia máxima desde el litoral de unas 14 millas.
Este paraje debió ser uno de los lugares más castigados por los invasores de antaño. Hasta ahora habíamos localizado las torres vigía en zonas escarpadas, esto hacía casi inexpugnables las fortalezas peninsulares, pero de repente esta influencia geológica desaparece, las poblaciones, los asentamientos están abiertos al inmenso mar, el esfuerzo bélico será intenso, encontrándose las diferentes expediciones piratas una fácil penetración hacia el interior entre las sierras de Alhamilla y Gádor.


Estas costas y todo el Mare Nostrum vivieron una época de tranquilidad y de alejamiento de la piratería durante más de 200 años, este fue el periodo de la Pax Romana. El artífice de la limpieza de estos filibusteros fue Pompeyo el Grande, a él le encargaron terminar con esta lacra, dividiendo el Mediterráneo en zonas, a cada zona le asignó una flota y un comandante, quedándose él con el grueso de los navíos.
La estrategia de batalla que empleó fue la de ir pasando por cada una de las zonas delimitadas, haciendo que los piratas abandonaran su asedio. De esta forma fue pasando por todas las comarcas hasta acorralarlos a todos en la zona de Cilica, en Turquía, tierra natal de la mayoría de los piratas, y en donde no había ninguna escuadra romana. Allí reunió a toda su flota y acabó con ellos aplastándolos literalmente contra la costa.
El tiempo pasó y el Imperio Romano se descompuso, volviendo todo a su estado inicial, en donde el más fuerte se quedaba con todo. Hasta entonces la piratería mediterránea había sido exclusividad de los musulmanes, pero ahora surgían los normandos sicilianos, que con una situación geográfica estratégica se hacían amos y señores de los saqueos marítimos y terrestres.

Esta situación pasó a ser insostenible, por lo que los reyes europeos tuvieron que ser cada vez más duros con la piratería, ya que amenazaba continuamente el comercio y los ingresos de las coronas, teniendo que crear auténticas flotas de protección que en muchos casos acompañaban a las embarcaciones comerciales del reino. Este belicismo pirata existió en nuestros mares casi hasta principios del siglo XX.

El vuelo de un grupo de flamencos con rumbo a la costa despierta nuestro monótono remar para dirigir los sentidos hacia el humedal de las Salinas de Cabo de Gata, lugar donde pasan gran parte del año estas zancudas aves africanas. El paisaje ha cambiado, las paredes rocosas se han retirado hacia el interior, convirtiéndose en auténticas llanuras costeras, con la arena blanca acariciando el constante azote de la ola sobre el torso.

Son las 2’30 p.m., el sol no da tregua y nosotros desembarcamos en la playa de San Miguel de Cabo de Gata. Debemos refugiarnos bajo la casa marina de la Cruz Roja, desplazando todo el material de las embarcaciones al lugar. Esto no tiene nada que ver con la anterior parada, algas, biodiversidad, límpidas aguas... Eso sí, nos resguarda de un sol abrasador del que en todo momento intentamos protegernos mediante una buena hidratación, gorros de paja frescos pero impenetrables a los rayos, y por supuesto realizando descansos en zonas umbrías como ésta.
El almuerzo es presuroso, José María consigue unas cervezas frescas, el líquido que nosotros transportamos está demasiado calenturiento, así que nos sientan de maravilla, recordándonos siempre que son uno de los grandes manjares imprescindibles de la travesía.

El espacio de sombraje es muy reducido, en poco tiempo tornamos a salir ya que el descanso sestero esta vez no lo podemos consumar. El rumbo oeste nos llevará hacia la zona del río Andarax, en la que penetraremos mar adentro aproximadamente a unas 3’5 millas, donde podremos saborear el relajante y tranquilo mar.

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