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Capítulo VIII


El Parque Natural Marítimo Terrestre de Cabo de Gata-Níjar fue también declarado Reserva de la Biosfera; si por algo se caracteriza es por sus sierras volcánicas y su entorno desértico, teniendo un especial significado la exuberante biodiversidad marina que envuelven sus aguas. Esta debe ser la causa por la que nuestros buceadores siguen bajo las aguas rodeando una y otra vez el islote, viéndose acompañados por los otros piragüistas, que una vez fuera del agua nos explican que han salido de la población de Las Negras para penetrar en estos privilegiados fondos.
Después de estos antecedentes, nosotros, noveles en estas líderes, no podíamos dejar de sentir en nuestras propias carnes esta actividad, por lo que después de unos didácticos consejos de los versados nos lanzamos al mundo submarino.
La nitidez subacuática es sobrecogedora, los roquedos están impregnados de vida marina, algas, estrellas de mar, caballitos de mar, peces multicolores y unas profundidades que pasan del colorido insospechado de estos seres vivos a la oscuridad plena, no llegando a ser divisado su fondo por la vista. Han sido quince minutos inesperados, sorprendentes, que han demostrado sin ningún lugar a dudas la necesidad de aplicar sistemas de protección a la naturaleza que procuren que el entorno pueda mantenerse como hace siglos, estableciéndose un equilibrio ecológico constante, imprescindible para la manutención y subsistencia de todas las especies terrestres.


Son las 6’00 p.m., estamos sentados sobre las afiladas rocas de la isla, Fernando, con su inconfundible cigarro relajante y con un semblante triste nos expresa su sentir sobre el estado físico en que se encuentra. Nosotros no queríamos tocar este tema en conversación, intentando que las sorpresas que iría viviendo durante el recorrido le hicieran olvidar el sufrimiento del dolor articular. ¡No podía seguir!, había decidido retirarse pensando que esto sería lo más beneficioso para el grupo y para él, sin embargo los demás no pensábamos igual, podríamos aminorar la intensidad de remada, descargaríamos parte de su canoa para reducirle lastre... Él no se deja convencer, después de una emotiva despedida lo observamos como desaparecía con su piragua por la Cala de San Pedro, posteriormente se dirigiría hacia Las Negras para allí terminar con estos intensos días de aventura marinera.

El convoy se había reducido, de nuevo solos penetramos hacia el interior, queremos acortar la bahía de Las Negras desde la isla hasta la Punta de la Polacra. Estos momentos son tristes, nuestro amigo ya era imperceptible, no hablamos, sólo remamos y nos dejamos llevar de nuevo por la imaginación pretérita, ha sido un año de preparación , de preocupaciones, de momentos indescriptibles con las pieles totalmente caladas y humedecidas por las descuidadas gotas que despegaban de nuestras palas. Ahora todo iba bien, estábamos dentro de un proyecto deseado por todos, pero un imprevisto, una lesión, estaba apartando del mismo a un componente del clan. Esperemos que el destino no vuelva a darnos la espalda.


La Polacra es un nombre atractivo pero no menos que su majestuosa figura, es una imponente mole de 260 m. de altura con una caída vertiginosa al mar, cuya oscuridad pétrea unida a la sombra producida por su esbeltez, nos introduce en un mundo irreal, lunar, que nos hace descubrir todos sus rincones, cuevas, islotes y arrecifes, plagados de gaviotas y charranes.
Coincidimos con varios piragüistas que al contarles nuestro camino nos hacen varias preguntas interesándose por la organización y la real posibilidad del objetivo final del proyecto.

El sol empieza a descender, el rumbo es ahora de suroeste, nos encontramos con fuerza ya que hacemos unos “largos” a máxima potencia, activando los músculos en unos momentos en que la luz solar no nos deja localizar lo que sería nuestro fin de la jornada, el pueblecito marinero de La Isleta.

En todo el tramo que recorre desde la Mesa Roldán hasta las costas de Rodalquilar las defensas contra piratas y corsarios han estado bien representadas, hemos divisado las torres de Vela Blanca, Cala Higuera, Los Lobos y la de San Pedro, lo que pudo significar que fue una zona de gran ímpetu invasor tanto de Fenicios, Griegos o Árabes.

Estamos atravesando la grieta que divide el Peñón Blanco, en la cúspide del peñón no se aprecia que haya nadie, en otras épocas, según la tradición de La Isleta, las mujeres subían al mismo para despedir a sus maridos cuando partían a la mar en sus andanzas pesqueras. Entramos al pequeño puerto, preguntándole a uno de los pescadores que limpiaban sus barcas el lugar donde comer esta noche, indicándonos que el sitio ideal se encuentra en el siguiente pueblo, en Los Escullos. Está a poco más de una milla, pero realmente no nos esperábamos seguir remando a estas horas crepusculares.


Ahora sí, la playa de Los Escullos espera nuestro desembarco, no parece que existan duchas, por lo que metidos en el agua nos aseamos como podemos y agasajamos nuestros cuerpos con vestidura seca y limpia. Estamos preparados para cenar, la noche se oscurece plenamente, la luna esta encerrada, nosotros organizamos las piraguas y nos desplazamos hacia el camping para por fin comer algo caliente, sin saber que sería la única y la última vez que podríamos darnos este gustazo durante toda la expedición.
El escollo puede aparecer donde menos lo esperamos, en esta ocasión debería haberse evitado pero pensar en comer a mesa y mantel pudo con nuestra imprudencia. Los enseres y materiales se encuentran en las canoas, éstas a unos doscientos metros de la “posada marina” y sin posibilidades de ser transportadas por el exceso de peso; la playa no se encuentra iluminada, por lo que cualquier desaprensivo podría haber dañado seriamente nuestro viaje si hubiera sustraído algún utensilio fundamental.

El campamento está montado, a las 00’10 a.m. nos acostamos, en esta playa la contaminación acústica nocturna nos ha sorprendido, pero es tal el agotamiento que en poco tiempo pasamos a flotar sobre nuestros profundos sueños.

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