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Capítulo VII


Carboneras tiene un importante puerto comercial y pesquero, al atravesar su bocana un gran buque de carga japonés inicia su rumbo a no se sabe que otro lejano puerto. El día es espléndido, el agua mantiene esa temperatura tan agradable que al mojarnos no nos impresiona, pero sí nos recuerda que el modo de desplazamiento que estamos utilizando deja a nuestro tren inferior corporal en un estado total de adormecimiento.
Ya hemos dejado atrás la torre vigía del Rayo, en la Cala de la Galera, y enfrente, enfilada con la proa de nuestras naves, se distingue a lo lejos una de las torretas más estratégicas de la costa mediterránea, Mesa Roldán, que junto a su faro se encuentra atalayada en una majestuosa llanura, limitada con el mar en un pétreo acantilado cuya caída haría estremecer al más osado escalador.

Es la 1’10 p.m., los compañeros ya han bajado de sus canoas, preparando el lugar para una sana, regocijante y reponedora comida. Estamos en la Playa de los Muertos, ya hemos “invadido” el Parque Natural de Cabo de Gata, su arena es gorda y limpia, hemos pensado pescar algo para añadirlo a nuestros manjares... Es imposible, la carnada utilizada no debe ser del agrado de estos peces. ¡Otra vez será!.

Situadas al oeste de la playa se encuentran unas cuevas amplias que nos invitan a relajarnos con una hermosa siesta que deberá ser interrumpida, por más que nos pese, a la hora establecida por el grupo para reiniciar la marcha, esa hora fatídica será la de las tres de la tarde.

Una vez “soltadas amarras” y desentumecidos nuestros músculos, nos comenta Fernando una preocupación que le tiene dubitativo desde la jornada anterior. Su muñeca izquierda no le responde, el dolor a veces es insoportable, pero sus ganas de nuevas emociones le hace seguir adelante. Da la sensación de ser una tendinitis, esta era una de las dificultades que podían aparecer ante un esfuerzo prolongado; el entrenamiento invernal debería haber servido de prevención ante estas contrariedades, pero la reacción real del organismo no la sabríamos hasta que llegase el momento, dicho momento ha llegado y su situación se complica, pero no hay nada decidido.

Nos acercamos al paso que hay entre la Punta de los Muertos y la Punta de Media Naranja. La sombra del acantilado nos hace conmovernos por las imágenes que atraviesan nuestras pupilas, cuevas, lava petrificada, salientes rocosos que simulan espadas ensartadas sobre el agua... Son unos instantes únicos, nuestra velocidad en nudos se enlentece, nos introducimos en la mayoría de las grutas y acariciamos sus frescas paredes, dejamos que las canoas se muevan con total libertad mientras localizamos varios grupos de gaviotas argenteas y patiamarillas, y un cormorán moñudo que en uno de sus estridentes movimientos consigue su ansiado objetivo, un pequeño pez que empieza a engullir con toda presteza.


Volvemos a imprimir mayor intensidad a nuestras máquinas, nos encontramos en la preciosa bahía que va desde el pueblecito pesquero de Agua Amarga hasta Punta Javana, promontorio espectacular que tendrá un especial significado en nuestra andanza.
El agua sigue espléndida, reluciente, parece que nos invite a distanciarnos de tierra. Así lo hacemos, mantenemos una distancia con el litoral de unas dos millas, lo que invade nuestros pensamientos de la gran inseguridad que envuelve en este medio a nuestras canoas. Sin embargo, la suerte nos escolta, nunca nos habríamos atrevido a penetrar en el mar en circunstancias de oleaje fuerte, por lo que aprovechamos para darnos un gran chapuzón en alta mar, sin pensar en qué criaturas estarán surcando las profundidades, o qué batallas pudieron suceder en esta agua tan cercanas a poblaciones de fácil acceso e invasión.

Estamos llegando a Punta Javana, cerca de nosotros un delfín rompe el sosiego del entorno con saltos acrobáticos, pronto desaparece sin volver a demostrar sus piruetas circenses. Vuelve a repetirse lo que será una constante durante todo el recorrido por el Parque Natural, aguas que aparentan pinturas de pulcras que están y rocas azabaches que empujan con descaro al mar como si le quisieran echar un pulso, entendiendo ahora el por qué de la furia marina cuando rompe con insistencia sobre estos irregulares acantilados.
Al llegar a la “Punta” descubrimos una pequeña isla que no muestra la cartografía utilizada, está a ¼ de milla de la costa, sorprendiéndonos varias piraguas encalladas sobre la escalonante superficie de la isla. Decidimos parar y reposar en ella, el espacio para amarrar las canoas es minúsculo, por lo que subimos unas sobre otras hasta asegurarlas en la roca. Gerardo y Ángel son expertos buceadores, entre sus enseres llevan los necesarios utensilios para la inmersión; es el momento de aprovechar éste su gran acierto.

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