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Capítulo IV


Cuando aún no han calentado nuestros músculos ya nos encontramos en aguas almerienses, las calas recogidas y llenas de palmeras van quedándose atrás, no hablamos, intentamos mantener la vista totalmente concentrada en lo que nos rodea, todo es nuevo, y aún más si pensamos que nuestra perspectiva durante este viaje será totalmente distinta.
Empezamos a retirarnos de la costa, a proa aparece cerca la Isla de Terreros, en esos momentos se nos acerca un explosivo navegante en piragua que nos acompañará durante un buen rato y con el que Gerardo y Ángel mantendrán una agradable conversación. Nosotros, José María y yo, observamos que Fernando se está descolgando del grupo, lo esperamos unos instantes y nos cuenta que se encuentra su canoa desequilibrada, que no puede seguir el rumbo establecido. Debemos trasvasar una de sus mochilas a nuestra embarcación, siguiendo a continuación con la parsimoniosa marcha.
A lo lejos se distinguen las otras tres piraguas, nosotros y Fernando estamos rodeando la Isla de Terreros, nos acompañan un grupo de gaviotas y paiños que posiblemente tengan ésta como su zona de anidamiento. Cerca de la costa observamos el que será nuestro primer baluarte de defensa de los ataques de piratas y berberiscos, el Castillo de Terreros.

Durante el reinado Nazarí, a principios del siglo XIII, el belicismo patente en el Mediterráneo con los pueblos del norte de África hace que se establezca un sistema de avisos costeros mediante castillos y torres vigías que serán utilizados asiduamente hasta mediados del siglo XVIII. Estas construcciones nos las iremos encontrando a los largo de toda la travesía almeriense.

La Posidonia Atlántica de los fondos cristalinos da un color boscoso a los espacios que cruzamos, de repente José María me avisa del cambio de rumbo ya que un alevín de gaviota se encuentra muy cerca de la proa y podemos golpearla. Paramos un instante para observarla, da la sensación que tiene un ala herida, pero nosotros, por más que nos pese, no podemos ayudarle.

Seguimos navegando a una distancia de la costa de unos dos kilómetros, a estribor nos acompaña la solemne vista de la Sierra de Almagrera, interponiendo su barrera geológica a los vientos y brisas que penetran del mar hacia el interior. El sol aprieta, el agua está calmada, en estos momentos vamos todos juntos acercándonos progresivamente a la línea de litoral.


Al haber iniciado la jornada bastante más tarde de lo previsto, no hemos hecho descansos intermedios, pero la hora se acerca, son las 2’30 p.m., los brazos empiezan a resentirse y los estómagos nos recuerdan que debemos disfrutar de nuestra primera pitanza en las calientes arenas ribereñas. Hemos detectado la Cala de la Cueva, parece un lugar apropiado para desembarcar, estamos muy cerca de Villaricos, por lo que nuestros objetivos se están cumpliendo. Vamos a comer.
Sacamos las piraguas del agua, no hay sombras cerca así que debemos montar nuestro especial “hide costero”, es una sombrilla pequeña a la cual le rodeamos varias sábanas ancladas con pinzas. Nos apretamos para que el sol no siga castigándonos, sacamos las viandas que transportan las bodegas y con unas “frescas” cervezas apaciguamos el hambre y la sed surgidas del esfuerzo continuado de esta mañana mediterránea.
En la tranquilidad del almuerzo Ángel nos cuenta una historia que conoció hace algún tiempo. Se dice que cercano a estas costas vivía en la época árabe un morisco de Cuevas de Almanzora llamado Yuder Pachá, en uno de los rápidos ataques piratas de la época, éste fue capturado y llevado a Marrakech. Allí se liberó y escaló puestos en la corte del sultán, convirtiéndose en el conquistador del imperio Songai. Este litoral no nos dejará de sorprender a medida que vayamos avanzando.


La comida no ha sido opulenta, intentamos evitar cargar nuestro sistema digestivo a estas horas ya que la tarde tendrá un componente físico aún superior al matutino, y pretendemos mantener un equilibrio entre gasto energético y necesidades nutricionales, para evadir las temidas “pájaras” que en una actividad aeróbica como ésta podría desestabilizar la estructura del proyecto. Aprovechamos la sombra y el descanso del almuerzo para dejar que los sueños conduzcan a las mentes hacia la gran aventura.

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