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Capítulo III
Cuaderno de Bitácora
Día Primero: 18 de julio de 2003
“La torre vigía realiza señales, el fuego de la antorcha refleja la preocupación del militar. La población se pone alerta, todos buscan refugio, a lo lejos, en el mar, aparecen varias galeras, pueden ser piratas, bucaneros, filibusteros o a lo peor corsarios. Pronto desembarcan en la costa, van provistos de dagas y mosquetes, el silencio envuelve los asentamientos...”
El sueño me acaba de despertar, es medianoche, la incertidumbre por la aventura no me deja descansar, mis pensamientos subconscientes me han acercado a la casi realidad de siglos pasados. Quizás como casi siempre el sueño ha sido algo irreal, es cierto que estas costas fueron invadidas en otros tiempos por corsarios y piratas, pero nunca por filibusteros o bucaneros ya que los primeros eran piratas del mar de las Antillas en el siglo XVII, ingleses y holandeses, y los segundos se iniciaron en la venta de carne ahumada para posteriormente abordar barcos en la zona oeste de la isla La Española en esta misma época.
La costa almeriense ha visto el desembarco de diversas civilizaciones a lo largo de su historia, fenicios, romanos, vándalos, visigodos, bizantinos, islámicos..., pero es sobre todo en el siglo XVI donde surgen una serie de “hordas” que avasallaron toda la costa, los piratas y corsarios. Nosotros iremos recordando esta no tan lejana historia durante la travesía por el Mediterráneo.
Su procedencia era italiana, berberisca (pertenecientes a Marruecos, Argelia y Túnez) y turca, sus propósitos era entrar en las costas españolas para masacrar y robar los botines de las poblaciones costeras, sin embargo, los corsarios se diferenciaban en su “patente de corso”, es decir, tenían documentos que les autorizaban a realizar esas acciones, podríamos decir que eran piratas oficiales o legítimos de su país.
A partir de la expulsión del los moriscos de nuestro país se produjeron diversas invasiones piratas con gran efectividad, éstos tenían un profundo conocimiento del terreno siendo los principales instigadores de estos ataques y consiguiendo capturar a un número muy alto de cristianos nativos de las costas almerienses. Estos cristianos eran vendidos como esclavos en los puertos norteafricanos, acudiendo a negociar y a pagar los rescates por los mismos monjes trinitarios o mercedarios españoles.
La oscuridad me recuerda que el descanso será esencial para llevar a buen puerto nuestro proyecto, por fin me adormezco.
Son las 8’30 a.m., nos asombra el primer amanecer, todavía tendrán que llegar nuestros compañeros de travesía. Al salir de la tienda sorprendo en sus alrededores a un grupo de gaviotas argenteas y charranes patinegros que levantan vuelo cuando mi cuerpo se espolea.
Empiezan los imprevistos, Ángel, la noche anterior, tuvo un problema con su dentadura, es importante. La alimentación en estas situaciones es primordial, por lo que deberá solucionar ese hándicap antes de salir. Decide acercarse a Águilas con el amigo Eduardo que le acompaña. Nosotros mientras desayunamos para posteriormente dar un pequeño paseo hasta la Cala de los Cocedores, allí volvemos a quedar absortos de la imagen que se introduce en nuestros aventanados ojos. Es una cala pequeña, en forma de media luna, con cuevas excavadas en las paredes terrosas donde posiblemente pasaban la noche los mariscadores, esperando a que sus redes rebosaran para obtener una merecida recompensa.
Ya vuelve nuestro compañero, todo solucionado, en poco tiempo aparecen Gerardo y Fernando acompañados de Ignacio que en unos instantes desaparece con el vehículo, para dejarnos solos a los cinco organizando la inminente partida.
Las “bodegas” están repletas, sobre las 11’30 a.m. iniciamos nuestra ruta, las embarcaciones ponen rumbo al sur, las “velas” se abren de par en par, son diez, aunque por más que nos pese en esta ocasión el viento no podrá ayudarnos a surcar los mares, ya que son pequeñas, sólidas, asimétricas y necesitan unos brazos aguerridos que las introduzcan con potencia y regularidad en el salino líquido elemento.
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