Contenidos

Capítulo II


La Expedición

Acaba el día de sorprendernos con su belleza, el ambiente es frío, el silencio solo es roto por las incesantes idas y venidas de la pala sobre el agua. El color verde intenso del pinar hace que nuestra vista siga su observación sin descanso aparente. Nos acercamos paulatinamente hacia el desembocar del río sobre el pantano, empezándose a notar la pequeña corriente que nos avisa para que nuestro esfuerzo sea progresivo, subiendo sobre el entramado de tarajes que sobresalen del agua como si de tentáculos de pulpos se tratara. Intentando terminar éstos con nuestro matutino paseo.
Al girar un meandro del pequeño río aparece en la copa de un sauce la imagen indescriptible de una garza real la cual nos observa de lejos, pero, raro en ellas, no levanta vuelo, dejando que nos acerquemos hasta penetrar debajo del árbol y de sus majestuosas zancas. En ese momento sale de su pico un buen ejemplar de barbo que, esta vez, no sería parte de su dieta diaria, ya que cae sobre el agua y desaparece en el fango de sus fondos. ¡Ahora sí!, el asustadizo ave mueve parsimoniosamente sus grandiosas alas para en un instante desaparecer en la lejanía de las alturas del bosque.

El pasado estío, José María y yo, disfrutamos de la bondad de las aguas mediterráneas cruzando toda la costa granadina en nuestra pequeña embarcación, habíamos practicado piragüismo en ríos y pantanos pero la sugestión marina era algo desconocido en nosotros hasta aquellos momentos. La parada en el río tras la sorpresa del gran ave, nos hizo pensar en qué aventura prepararíamos para próximas oportunidades, habíamos tenido experiencias de todo tipo en la naturaleza terrestre, los bosques y montañas habían sentido nuestras gozosas pisadas, el bamboleante rodar de las bicicletas habían marcado su rastro sobre el Camino de Santiago, pero esta nueva actividad había penetrado muy adentro de nuestros sentidos.

La brisa de la ribera, el cantar de los pájaros y la soledad que nos inunda nos hace reflexionar sobre aquello que aún teníamos tan cerca de nuestro pensamiento, el Mare Nostrum. Esa particular experiencia había dejado huella en ambos, no estábamos dispuestos a permitir que el tiempo borrase de nuestra memoria imágenes como las vividas. Por ello, después de recordar, con todo el gozo que nuestra mente nos dejaba, aquellas magníficas imágenes, surgieron unas frases que marcaron lo que sería nuestra siguiente aventura:
-¿Te diste cuenta Lisardo, la cantidad de pequeñas fortificaciones que comunicaban la costa?. ¿Te imaginas qué pudo suceder a lo largo de los siglos con las diferentes civilizaciones que las pisaron?
-Por un momento me estoy trasladando a la época en que había que defender los trabajados territorios de las penetraciones de piratas y corsarios...
Después de un rato dejándonos llevar por las corrientes del río y de nuestras ideas, la situación estaba clara, debíamos experimentar aquellas aventuras marinas sobre unas embarcaciones distintas a las suyas, pero a su vez también difíciles de manejar en la mar, y ¿qué mejor experiencia que cruzar el Cabo de Gata observando y disfrutando de toda la costa con sus acantilados, pequeñas mareas y multitud de aves que nos acompañarían en nuestra ruta?.
La envergadura de este nuevo proyecto sería muy superior a los que hasta ahora nos habíamos propuesto, la preparación física y mental, los desplazamientos de las piraguas, la comunicación con tierra, los víveres... Todo iba a ser un cúmulo de dificultades que necesitaría una fase previa de unos nueve meses del año.

Esta mañana de noviembre es gélida, la bruma del pantano esconde las canoas como si de cortinas de humo asemejasen, la preocupación se manifiesta en nuestras mentes, mentes que pasan de ser dos a cinco. La decisión está tomada, esta aventura la abordaremos un grupo de amigos cuya principal característica es el amor por lo desconocido, por lo misterioso, por todo aquello que nos pueda sorprender gratamente, y todo ello envuelto en el halo de la naturaleza.

La convivencia entre los seres humanos nunca ha sido fácil, esta es la razón por la que entre todos decidimos que el factor más importante para la realización de este proyecto sería nuestra amistad y respeto mutuo, ya que los momentos difíciles llegarían, y nuestra fortaleza se escudaría en dicha amistad. ¡Bueno!, ya solo me queda presentar a estos nuevos componentes de la travesía: Fernando, el más tranquilo y sosegado de todos, Gerardo, siempre preocupado por los demás, y Ángel, el “Gran Babu” (abuelo en Swahili), título que le otorgaron años atrás en una tribu tanzana durante la ascensión al Kilimanjaro, la palabra que mejor lo define es sabiduría.

Es doce de julio de dos mil tres, atrás han quedado el otoño, el invierno y la primavera deleitándonos con los cambios que la naturaleza nos ha obsequiado durante las centenares de paladas que los pantanos granadinos han visto penetrar en sus cristalinas aguas. Nuestras reflexiones sólo se centran en la meteorología, tenemos previsto salir el quince de este mismo mes, siempre y cuando las previsiones del tiempo en el Mediterráneo nos den una certeza de calma de unos tres o cuatro días. El desánimo llega a nosotros cuando observamos que el temido poniente de nuestras costas se mantiene con gran fuerza, es la llamada fuerte marejada. Si esto sigue así habrá que posponer el inicio de la travesía.

Los aproximadamente doscientos veinte kilómetros de ruta marina están muy cerca de ser inaugurados, hemos decidido empezar en la “frontera” con Murcia y terminar en la granadina. Quizás haya sido un capricho de aquél que quiere terminar en su propia tierra bajo el calor de los suyos, pero también es cierto que posiblemente las corrientes ejercidas por el viento nos serán más favorables siguiendo este rumbo.

Quince de julio de dos mil tres, el mar sigue embravecido, aprovechamos para hacer una visita a la comandancia de la Guardia Civil de la población costera de Adra, para darles a conocer el proyecto, indicándoles en el documento que les entregamos cuál es el objetivo del mismo, los componentes del grupo, las etapas previstas y la posibilidad de vivaquear en la costa durante la noche. Después del formalismo normal en estas situaciones, uno de los componentes del cuartel, Pelayo, nos empieza a hacer una serie de preguntas preocupándose por la actividad que teníamos pensado realizar. Es un señor afable, educado, interesado por este deporte; nos dice que es asturiano y que ha vivido muy de cerca el piragüismo a través de las famosas bajadas del río Sella en su tierra. La duda que él nos expone con más énfasis es la decisión nuestra de hacerlo en seis etapas, con una media entre treinta y cinco y cuarenta kilómetros diarios. Nosotros le comentamos que ésta sería la norma siempre y cuando el mar fuera soportable de palada y nos dejara remar durante ocho o nueve horas diarias.
Después de un rato de conversación distendida nos despedimos de él, marchando para Albuñol donde esperamos inquietos nuestro devenir. En el camino de vuelta no dejamos de observar el mar, ese mar que esperamos sea benevolente con nosotros.

Por fin, el diecisiete de julio amanece el día como todos esperábamos, el mar suaviza sus formas y nos invita a la aventura. Todos estamos en contacto, así que en pocos minutos organizamos la ida hacia la región murciana. Ángel, José María y yo hemos quedado al anochecer en el límite de provincias, concretamente en la playa de la Carolina de Águilas; mientras, Gerardo y Fernando llegarán a la playa al día siguiente al amanecer.

Después de unas monótonas horas de viaje aparece ante nosotros la que será la cala de nuestro primer cubil. La imagen primera es de total atracción hacia el agua, la cala es pequeñita, de arena muy fina y limpia, formado una media luna, enfrentándose al grandioso pueblo de Águilas con su castillo en la cima del gran peñón que la protege.
Pepe, Jesús y Eduardo son los amigos de otras tantas experiencias en la naturaleza que en esta ocasión nos han trasladado en los vehículos hasta este enclave Mediterráneo. Sus expresiones, como la de todos nosotros, son de auténtica sorpresa, ya que la imagen crepuscular con la que nos deleita el entorno nos traslada fácilmente a los mares caribeños o australianos.
Oscurece, es la hora de marchar de los amigos, nosotros nos quedamos solos y decidimos montar el campamento vivac. Durante todo el viaje Ángel dormirá con el saco pero al exterior, sin embargo José María y yo decidimos utilizar una pequeña tienda y una sábana que nos proteja de los que en algunos momentos serían nuestros más enfervorecidos enemigos, los mosquitos.

Son las 0’15 a.m. de la madrugada, hemos cenado y la vista sigue llenándose de esplendor, el mar está totalmente en calma, el agua a una temperatura tropical y las canoas apoyadas sobre la arena esperando que alguien las desperece. No hay duda, tenemos que mojarlas, así que nos preparamos y decidimos disfrutar del Mare Nostrum levantino por primera vez. La Luna está escondida pero enfrente sobresalen las luces que marcan la población de Águilas; tomamos rumbo a la nocturnidad enfilando lo que de día nos pareció una isleta y que ahora se ha convertido en una insinuante sombra que despunta del calmado mar.


Después de unos cuatrocientos metros de paleo llegamos a la isla, ésta no aparece en los mapas, por lo que decidimos bautizarla con el nombre de Isla Bienvenida. La oscuridad nos envuelve, estamos acariciando los bordes de su arrecife, observamos que parece roca volcánica con un sin fin de entrantes y salientes que asemejan a una majestuosa esponja de mar. Decido bajar con mucho cuidado ya que la canoa se desplaza al intentar poner pie en tierra, por fin lo consigo y doy un paseo por todos los recovecos del islote. Me vuelvo a sorprender cuando al acercarme a uno de los espolones eclosionan varias aves pequeñas de color blanquecino que desaparecen en la noche. Esto hace que preste más atención y enfoque la linterna con más esmero; descubro multitud de pececillos minúsculos que viven aparentemente en los charcos que se forman en la isla, las algas aparecen en grandes cantidades, decidiendo finalmente dirigirme hacia la canoa, pero antes de volver a embarcar tropiezo con un cangrejo gigante que parece que nos esté recibiendo con agrado por la empresa que pronto emprenderemos.
Este enclave nos ha puesto de manifiesto las posibilidades que tiene el mar en una supuesta supervivencia en el mismo.

Nos alejamos de la isla de nuevo hacia el campamento, desembarcamos y tanto Ángel como José María se acuestan, yo, por mi carácter intranquilo y excitado prefiero dar un paseo solitario por la playa, como si de un Robinsón perdido se tratara. Observo en la penumbra las caprichosas formas que la erosión ha originado en las paredes de la cala. Voy andando por el agua tibia, los pies reciben un masaje inesperado que los relaja suavemente, mis oídos solo escuchan la caída minúscula de las olas al romper sobre la orilla...

Es la 1’30 a.m., el sueño puede con mi entusiasmo, el fresco tacto de la sábana me adormece, mi pensar deja una interrogante en el ambiente: ¿será tan intensa nuestra aventura como el momento vivido hasta ahora?.

No hay comentarios: