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Salomón VII



Verano de 1996: “África”

...Después de venir del Mont Blanc nuestras mentes empezaron a pensar en la próxima aventura. El susto ya se había pasado y estaba claro que el reto próximo debía ser el Kilimanjaro, la cima con mayor altitud de África. Y allí estábamos, en Nairobi, Kenia. Teníamos que pasar de este país a Tanzania y después de muchos prolegómenos con los nativos del lugar logramos establecernos en Arusha, para días después acceder a la ciudad de Moshi y de ahí al Parque Nacional del Kilimanjaro. Subimos con varios guías y porteadores, éramos cinco, pero en la ciudad esperarían nuestro regreso otros cuatro componentes del grupo.
Durante esta expedición tuvimos multitud de anécdotas, que gracias a Dios no tuvieron consecuencias desagradables. Se nos perdieron las maletas; los Massais nos amenazaron cuando intentábamos tomar fotos de ellos; nos persiguieron para robarnos en la noche de Nairobi; regateamos en el zoco de la misma ciudad; se nos atrancó el todo terreno subiendo por la jungla; se nos estropeó el vehículo cuando visitábamos el parque del Ngorongoro, anocheciendo y temiendo por el ataque de los leones en la sabana; fuimos literalmente atracados por los pequeños monos de la misma sabana, dejándonos a más de uno sin bocadillo; visitamos las misiones en una avioneta con las mismas características de un Seiscientos; aprendimos a bailar y cantar en Swahili; nos abrazamos por el frío, como hermanos, con los guías cuando esperábamos el amanecer en la cima del Kilimanjaro; vimos como los porteadores nos preparaban la comida en la jungla utilizando sus propias manos para moverla dentro de la olla, y después nos la comimos; dimos clases en las escuelas de las misiones; hicimos de pintores en la construcción de las mismas misiones; lloramos de emoción cuando atravesábamos la jungla; compusimos y cantamos a más de cinco mil metros la que siempre sería para nosotros la música de la expedición; observamos a los leprosos viviendo en el río principal de Arusha, comiendo, aseándose y relacionándose con los demás; nuestro doctor estuvo ayudando en el hospital de las misiones... En unas palabras, África nos marcó a todos. ¡Y pensar que estamos hablando del lugar donde apareció por primera vez el ser humano!.

A Ángel, Jesús, Pepe, Andrés, Miguel, Luisa, Julio y Asun, porque aquellos momentos serán irrepetibles.

...Después de 15 años nos volvimos a reunir casi todo el grupo, lo hicimos en Cómpeta, Málaga, y fue un fin de semana de recuerdos, brindis, risas, sentimientos y sobre todo de amistad.

Por todos ellos.





Invierno de 1997: “Curtidos por la Climatología”
Mi pequeño hijo no llegaba aún a los dos años de edad, vivíamos en Puebla de Don Fadrique, el lugar más continental de Andalucía, llegándose a registrar una temperatura extrema, estando yo allí, de 17º C bajo cero, menos mal que sólo ocurrió una vez. Yo estaba enamorado de tres “entes” en aquellos momentos, mi mujer, mi hijo y el entorno natural que rodeaba a este apasionante lugar. En cuanto podía salía al campo a descubrir y aprender, a investigar y aportar, a convertirme en uno más de aquellos seres que vivían por allí. A veces salía con Patricia, al nacer el niño salíamos los tres, y cuando había que hacer algunas tareas en casa, y aprovechaba para sacar a mi hijo a pasear.



Un día de invierno pensé que hacía una excelente temperatura, entonces cogí la bici y a Lisardo y nos fuimos a hacer una ruta ciclista por “El Pinar”, un puerto de montaña muy frondoso y apetecible de patear. La subida fue muy bien, entonces estaba acostumbrado y entrenaba con frecuencia, el lastre del niño en la sillita casi no lo notaba, así que llegamos hasta la zona más alta. El día seguía espléndido y aunque íbamos muy abrigados no me fiaba de la bajada. Cuando estaba en pleno descenso noté que la temperatura estaba bajando, pero yo debía seguir, ya que estábamos muy lejos de la población.

Observé que los vehículos que nos adelantaban me hacían símbolos de estar loco, ya que la imagen del pequeñajo con pasamontañas, jersey de lana y cara enrojecida daba una impresión de ser un padre poco común, o mejor dicho, con “pocas luces”.

Por fin llegamos al pueblo, a la entrada existe un ermita muy soleada, allí paré y masajeé a mi hijo, estaba helado y pensando que podía enfermar no descansé hasta que entro su cuerpecillo en calor. Lo que más me extrañó fue la capacidad de sufrimiento de un niño tan pequeño, ya que no lloró en todo el trayecto, y al llegar a casa mi mujer no se podía imaginar lo que habíamos pasado. Menos mal que el niño no hablaba... Hasta pasado bastante tiempo no me atreví a contarle la historia real.

A “la Puebla”, que me hizo pasar demasiados ratos agradables.


Primavera de 1997: “Última Excursión”
Ya llevaba cuatro cursos en la Puebla, sin yo saberlo había organizado una salida senderista con mis alumnos de sexto de primaria que sería la última por estos pagos. El viernes la predicción era negativa, seguro que llovería el fin de semana, pero yo pensé que habría que esperar al día siguiente para cerciorarnos de dicha predicción.
Al despuntar el sol al aspecto del cielo era perfecto para un día de campo, así que todos nos pusimos en marcha hacia lo que sería una aventura inesperada. Me acompañaba otro profesor, y en total iban medio centenar de niños. La ruta es una clásica por aquí, desde la población subimos en dirección a las Santas, fueron unos nueve kilómetros en los que todos gozamos con una naturaleza en pleno esplendor. Al llegar al río Bravatas nos acercamos hasta la ermita de las Santas patronas del pueblo, Alodía y Nunilón, y allí almorzamos con la premura que nos aconsejaba el ya no tan apacible cielo.
Iniciamos de nuevo la marcha en sentido contrario, y prácticamente a la mitad del recorrido se inició una tromba de agua que fue aumentando a tormenta eléctrica. Nos encontrábamos entre medio de dos grandes crestas donde los rayos rompían sin cesar. No podíamos resguardarnos en el bosque, ya que los árboles eran grandes y podían atraer a los rayos, así que decidimos seguir en plan sargento “cantando sin cesar”. La realidad es que iba muy asustado, ya no por mí, sino por la cantidad de niños que llevábamos, los cuales iban chorreando literalmente y agotados por el esfuerzo de todo el día. Cuando faltaban un par de kilómetros encontramos un cortijo, y en su porche nos resguardamos. Pasaba el tiempo, entonces no teníamos móviles, y la preocupación aumentaba por momentos. ¿Qué estarían pensando los padres?.
La pista forestal cada vez tenía más barro, y temiendo que llegara la noche, volvimos a salir a la intemperie, las canciones militares volvieron a ser el sonido cercano de mis alumnos, debía darles la sensación que allí no pasaba nada, ¡qué lejos de la realidad!.
Agotados llegamos al inicio del pueblo, los padres esperaban con los automóviles, y aunque parezca mentira seguían apretando los truenos en la sierra.
Esta fue una de las experiencias más positivas a lo largo de mis siguientes salidas, ya que a partir de entonces siempre les hice y les haré caso a los científicos del tiempo.

Verano de 1998: “Ruta de los 2000 por el noreste de Andalucía”

Después de conocer a los que serían mis próximos vecinos, pensamos en volver a mi pueblo de adopción para realizar una ruta en varios días hasta Cazorla. Íbamos seis personas, y algunos de nosotros no nos conocíamos ni mucho menos bien. Al llegar al autobús que nos llevaría a la Puebla, ya observamos el primer detalle de inexperiencia, Nasser, nuestro recién amigo palestino, traía dos mochilas con seis litros de agua para la travesía, ¡qué barbaridad!.
La realidad es que fue una experiencia formidable, pero quisiera recordar aquel momento en que cuando dormíamos en el refugio de la Sagra ocurrió algo anecdótico.
Ya habíamos cenado, la ruta que iniciamos al atardecer terminó a las tres de la madrugada en dicho refugio. Comimos y bebimos bien, y después de chascarrear un rato pensamos en acostarnos, los próximos días serían duros. Cuando estábamos todos en silencio y con las velas apagadas , sentimos un roer muy cerca de nosotros, pronto encendimos las linternas para detectar al posible intruso. En ese momento desapareció el sonido, por lo tanto no le dimos mayor importancia y volvimos a acostarnos. En pocos segundos se repitió la escena, todos volvimos a levantarnos a ver qué ocurría, pero en esta ocasión nos silenciamos con las linternas encendidas. ¡Ahí estaba!, en la bolsa de comida de Sergio se movía algo, pero ¿cómo es posible?, si está cerrada. Una vez abierta, salto como un resorte un pequeñísimo ratoncillo, que en nuestra acalorada y alegra charla comensal había aprovechado para introducirse en donde más les atrae a ellos, la exquisita comida de un montañero.

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