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Travesía de Cabo de Gata en Káyak



El estío es bochornoso, el sudor nos empapa haciéndonos soportar los rayos directos del Sol sobre nuestros resecos cuerpos, ¡nos daremos un remojón!.
Al salir del agua recordamos que tenemos un proyecto por realizar todavía, visitar juntos la temperamental costa de Cabo de Gata. Hemos consultado las previsiones meteorológicas y en los próximos días el mar no pasará de marejadilla, ¡puede ser nuestra oportunidad!.

Ya estamos en carretera con nuestras piraguas, nos desplazamos hacia las Salinas de Cabo de Gata, en ese poblado nos disponemos a iniciar la travesía, pero en esas horas el mar parece que se balancea en demasía.




Hace unos años atravesamos toda la costa almeriense en cinco días, sabiendo que no sería fácil que el mar fuera complaciente con nosotros y nos dejara surcarlo. Entonces Poseidón nos acompañó, pero hubo parajes que habrían necesitado una observación y estudio más íntegro. Por ello hemos pensado en navegar durante dos días por las límpidas aguas del parque natural de Cabo de Gata.

La duda envuelve nuestras mentes, pero después del recorrido terrestre desde nuestros lugares de origen debemos aventurarnos, y así lo hacemos. Una vez cargadas las embarcaciones nos adentramos en el agua, pronto notamos que no será un viaje sosegado, pero no nos importa ya que con las primeras paladas detectamos imágenes que en pocos lugares de la Tierra podríamos encontrar.

Nos empezamos a acercar al acantilado del faro, las rocas negruzcas y deshilachadas crean una impresión fantasmagórica, estamos solos pero muy cerca de la costa, por lo que en un caso extremo en muy poco tiempo podríamos desembarcar en esas arenas. Al pasar justo por debajo del faro nos adentramos en una estrecha y espectacular grieta por la que el mar pasea a sus anchas, y donde éste se calma por la ausencia del temido viento marino.

Las montañas que nos observan son las únicas de carácter volcánico de la Península, por lo que su fisonomía tiene un marcado rango desértico, siendo una sierra muy seca donde aparecen dunas y exclusividades que sólo se observarían en las zonas áridas africanas.

Seguimos nuestro sendero acuático alejándonos de su punto de inicio, en los cortados rocosos lejanos un grupo de niños nos saludan, quizás les extrañe ver estas pequeñas embarcaciones en este gran mar. Cercanos a tierra sobresalen continuos picachos del agua, forman figuras que parecen maléficas, creando un halo misterioso en el que la mente imagina cómo se pudieron formar tras erupciones y posibles movimientos terrenales. Nos vamos acercando a cada una de esas formaciones rocosas, descubrimos algunas cuevas que si el mar hubiera estado en calma las habríamos penetrado, pero en estos momentos es infructuoso, ya que el golpeo del agua contra ellas nos salpica estremeciendo nuestra piel colmándonos de inseguridad. A este enclave le llaman “Arrecife de las Sirenas”, posiblemente el nombre le va de perlas, ya que algunas formaciones parecen seres sobrehumanos que emergen de las aguas azul cobalto, aunque la leyenda dice que los pescadores lugareños confundían los gritos de las extinguidas focas monje sobre las rocas, creyendo que era el llanto de las sirenas.

No muy lejos aparece el “Arrecife del Dedo”, una inmensa roca que parece que nos señala, como un enorme dedo, hacia el universo, quizás queriéndonos decir que alguien vela por los marinos por ahí arriba.
Doblamos el cabo con un viento de poniente preocupante y que nos afloja los músculos de nuestro constante remar. Momentos antes, al divisar la primera torre vigía con finalidades antiberberiscas, rozamos lo que a simple vista parecía un nevero de la cercana Sierra Nevada, que desembocaba directamente al mar. Esto no podía ser así, pronto, al acercarnos, vemos como el negro carbón del lugar ha sufrido un desprendimiento, dejando a la intemperie la roca madre, ¡maravilloso!.

Progresivamente vamos avanzando, acompañados por el reiterante pasar de las olas que nos transportan hacia el levante mediterráneo. Llevamos demasiado tiempo paleando, arribamos en “Cala Carbón”, una de las muchas playas pequeñas a donde la gente realiza excursiones hasta llegar a ellas, para gozar de un mar especial, de una costa limpia y con sabor a otras épocas. Tomamos un necesario desayuno energético y seguimos la ruta.

Las formas caprichosas geométricas de las rocas pasan una a una, manteniendo siempre tonos negros y azulados, rotos por el grana de nuestros kayak rompiendo las olas al pasar. Por la época en que nos encontramos, la mayoría las calas son visitadas por algún que otro bañista que disfruta del sol de forma muy natural y sin complejos. Al acercarnos sólo nos saludan y nos fijan con sus miradas, para ellos nosotros sí que somos extraños.

Circundamos dos de las playas más conocidas del Parque, la de Mónsul y la de los Genoveses, en donde el mar nos da un respiro, son ensenadas y se navega con muy poco esfuerzo, allí se encuentran fondeados varios veleros un poco más sofisticados que nuestras embarcaciones.

Hasta ahora nos han acompañado algunas aves en el navegar, a lo lejos hemos divisado flamencos, en los arrecifes las gaviotas patiamarillas y algunos cormoranes moñudos nos echan el ojo, siendo estos últimos los que inician un torpe vuelo chapoteando con sus enormes alas el agua cristalina. Los charranes, en un picado formidable, pescan no muy retirados de nosotros, pero lo más sorprendente es el medio por donde nos desplazamos, un agua extremadamente limpia, transparente, en la que podemos observar las diferentes fanerógamas, los erizos, peces multicolores... Estamos en uno de los enclaves más ricos en fauna marina de todo el Mediterráneo.

Por fin es mediodía, desembarcamos en la masificada playa de San José. ¡Qué bocadillo de jamón y queso nos hemos preparado!. Nos “echamos una siesta” entre las sombras pétreas y las de nuestras piraguas. Después de un tiempo de descanso, volvemos a penetrar en el mar, la bahía de San José no permite observar el movimiento real que impone el viento al Mare Nostrum, sólo nos percatamos de ello cuando salimos de la misma, el mar está embravecido y no nos deja llevar un rumbo fijo, el esfuerzo nos mantiene demasiado tensos. Observamos a lo lejos, en la costa, una pequeña cala de arena amarillenta, está rodeada por una zona árida con muy poco matorral, en realidad ésta es la característica de esta sierra, no existen arboledas, alguna que otra palmera, chumberas, espartales, palmitos y plantas aromáticas que contrastan con la infinita biodiversidad del entorno marino.

El persistente y progresivo remar nos hace recordar la anterior vez que pasamos por aquí. Estamos atravesando el monumental acantilado de “Punta de Loma Pelada”, al mirar hacia atrás vemos la desgarradora imagen que deja el astro solar sobre la costa escarpada y bañada por las considerables y relucientes olas. Al rodear la Punta encontramos una nueva ensenada que en otros tiempos puedo ser refugio de piratas por su excelente localización, ya que forma una semicircunferencia de pequeños riscos que podrían camuflar fácilmente a naves de tamaño mediano, a nosotros, por supuesto, nos alivia del temporal, prosiguiendo muy cerca de tierra, evitando así el viento de poniente que arrecia por momentos y que seguro no nos va a dejar en todo el camino.

Nuestro objetivo estaba marcado en desembarcar en el pueblo pesquero de la Isleta, por ello Fernando decide alejarse de la costa para acortar trecho, tomando como rumbo dicha población, la cual tenemos a la vista en la lejanía. Yo sigo cerca de tierra y observo que mi compañero cada vez se aleja más, le hago señales de alarma con mi pala, pero parece no localizarme. Cuando me encuentro cerca del cuidado castillo de los Escullos, decido acercarme hasta él, y con gran esfuerzo volvemos a coincidir, me dice que no me veía por el reflejo solar.

Empezamos a comprender que nuestra ruta prevista había de cambiar, tomamos un nuevo rumbo hacia los Escullos, pero el viento endemoniado nos hace trabajar a marchas forzadas, estando cerca de la población hemos tenido que luchar a sotavento para poder desembarcar, ¡ya estamos fuera!, los bañistas nos miran, estamos extenuados. Tendidos en la arena decidimos pasar la noche aquí, mañana la climatología nos orientará hacia la aventura o no.

La organización prevista de la travesía marina se torna terrestre, debemos acercarnos a los vehículos para trasladarlos a los Escullos. Después de ser acompañados en coche por una señora francesa amabilidísima, cogemos un autobús que nos lleva por el parque natural hasta “Cala Carbón”, allí empezamos a caminar deleitándonos con el sendero acuático que habíamos recorrido durante toda la jornada, pero esta vez desde las crestas de los acantilados.

Se hace de noche, con los frontales encendidos nos vamos acercando a nuestro objetivo. Hemos tenido suerte, no esperábamos recorrido interior tan espectacular, la nocturnidad nos sobrecoge, la luna creciente, las luces de los barcos en el infinito, el dulce cantar de los grillos...

Estamos cenando en el bar de Emilio en los Escullos, aquí hemos dejado las piraguas mientras hemos realizado el recorrido a pie, nuestra satisfacción se manifiesta en el estado de ánimo, hemos disfrutado de una insigne aventura nocturna sin esperárnosla, y ahora el pollo al ajillo, no podemos pedir más.

Está amaneciendo, son las siete de la mañana y el mar está en una calma tensa. Nos está invitando a seguir nuestra travesía, nosotros aceptamos la invitación.
Introducimos nuestros kayak de nuevo en el mediterráneo y proseguimos el viaje. Nos acercamos a la Isleta del Moro, poblado marino donde descubrimos un pequeño puerto de embarcaciones pesqueras sin refugio alguno, abierto al mar. Continuamos atravesando dos grandes promontorios de piedra que emergen del mar y que son el “santo y seña” de este lugar. Al salir de ellos el mar empieza a moverse transmitiéndonos intranquilidad, no queremos volver, nuestro espíritu de sacrificio nos lleva a seguir remando, las imágenes terrestres sigues siendo impresionantes, pero esa impresión la transmitimos hacia el temor que nos impone el mar desgarrado que hace en algunos momentos no ver al compañero, el oleaje nos envuelve.

Empezamos a atravesar la “Punta de la Polacra”, posiblemente uno de los acantilados más asombrosos y alpinos de la costa, el mar rompe sobre sus rocas erosionadas, ya no podemos más, nos volvemos.

La mente se relaja, hemos pasado momentos difíciles y preocupantes, pero la experiencia nos ha hecho recapacitar y, de nuevo a sotavento, regresamos a nuestro lugar de partida matutino. Arribamos en una playa cercana a Rodalquilar para absorber energía calórica e hidratarnos. Ya sólo nos quedan unas pocas millas para terminar.

La Isleta y por último los Escullos, es mediodía, unas cervecitas almerienses nos despiden de este apasionante mar.

Hasta el próximo cabo.


Travesía realizado en agosto de 2009 por Fernando Guerrero y Lisardo Domingo.

Datos de interés:

* Longitud recorrida: 40 km. aproximadamente.
* Tiempo de remada: 11 horas.
* Épocas recomendadas: todas, pero no adentrarse en estas aguas con vientos de poniente por su peligrosidad.

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