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Salomón II


Eran otros años, mi infancia y adolescencia fue la que se podía esperar de un niño normal de aquella época, jugaba hasta el anochecer en los barrios, salíamos al entorno cercano a interactuar con el medio, nos enfrentábamos en un lugar rocoso situado en el interior del pueblo con otros grupos de niños, en el juego que llamábamos “lucha de flechas”... Todo era normal, aunque con el tiempo me di cuenta que muchas de nuestras actitudes pudieron ser negativas para el Mundo en que vivíamos. Nadie nos aconsejó correctamente en aquellos momentos, o mas bien nadie nos educó para favorecer la entonces majestuosa naturaleza en la que nos movíamos.

Recuerdo en estos momentos a uno de los maestros que le guardo un mayor cariño, en algunas ocasiones, cuando habíamos terminado nuestras tareas, nos mandaba al patio de juego a colocar unas trampas “pillapájaros” para capturar gorriones, ese día tendría almuerzo especial. Otro de estos maestros especiales, en el mejor de los sentidos de la palabra, un día subía por la calle donde yo vivía, los vecinos estaban nerviosos y asustados, una culebra se había paseado a sus anchas por el lugar, entonces este héroe capturó sin compasión al ofidio y de dos golpes la mortificó. Era la cultura de la época, las tradiciones heredadas de los abuelos, eran los años setenta. Cuando salíamos al campo, a veces lo que hacíamos era capturar ranas o insectos, para cometer con ellos acciones a las que prefiero no hacer referencia por mi condición actual. Al organizar las “luchas de flechas” y arcos, antes había que construirlos, dándole a los sauces unas batidas tipo “caballo de Atila”, y a las carriceras, nos podemos imaginar cómo quedaban; y todo para, después de una lucha sin cuartel, lanzarnos unos a otros esos endiablados punzones que podían convertirse en catapultas de piedras al agotarse las flechas, es decir, no estábamos precisamente buscando una relación cordial con los nativos de otros barrios.

Fueron unos años agradables en el recuerdo, los niños éramos felices y creo que muy sanos, sobre todo por la variedad de juegos y actividades que realizábamos sin la necesidad de un control de nuestros educadores. Pienso que fue una evolución natural que desde nuestros antepasados hemos ido desarrollando, y que por bien o por mal, en estos momentos ha sufrido un cambio radical. Ahora el niño no se relaciona en las calles, no se acerca a los campos, no aprende a relacionarse con los demás en diferentes situaciones. En muy poco tiempo hemos pasado de la relación constante con el entorno natural, aunque no siempre en beneficio del mismo, a la pasión por las nuevas tecnologías informáticas y televisivas, en las que la juventud tiene depositadas un importante espacio de tiempo en su vida cotidiana.

Estas elucubraciones me hacen recapacitar, antes no éramos admirables, quizás faltaron las bases para una “educación hacia el campo”, pero ahora no hemos mejorado aquel estatus, no sólo no nos estamos educando hacia la protección de la naturaleza, sino que ni siquiera nos acercamos ella, lo que aún es peor. Por ello, y para aportar mi granito de arena en esta Mundo, he interiorizado en mi forma de vivir esta “isla de paz y percepción del medio”, con la cual espero que sirva para que mis experiencias y las de todos aquellos que la conozcan, puedan ayudar a tener un mayor aprecio por el suelo donde vivimos y quienes lo conforman.

En estos años he realizado multitud de visitas a este entorno, he visto cómo pasaban las estaciones, cómo cambiaban las formas, los colores, los aromas; también he observado cómo pasaban las personas y aportaban sus pensamientos y acciones..., y todas han sido sensaciones positivas. Por ello he querido aportar mis primeras investigaciones sobre los seres vivos que rodean este paraje, esperando que os sirva este conocimiento y que vosotros, los visitantes de esta “isla”, expreséis los que en algún momento hayáis vivido por estas latitudes marinas.

No obstante, antes de desarrollar mis experiencias relativamente recientes, quisiera hacer una recopilación de relatos de lo que han sido algunos de los hechos curiosos, anecdóticos u originales de mi vida en la naturaleza. Seguro que podría recordar muchos más, aunque lo que he intentado es hacer ver a toda persona que esté interesada, como si entablamos periódicamente una relación con el mundo natural, sus experiencias serán de un gran valor, no solamente físico y creativo, sino también psicológico y moral.

Invierno de 1973. “Nieva en Albuñol”

Amanece, es un día invernal, el cielo está completamente cerrado y las nubes no dejan pasar los rayos de sol. Estamos en clase, pero ni profesores ni alumnos estamos tranquilos, la temperatura es muy baja para nuestro clima meridional y el sonido habitual exterior parece haber desaparecido. ¡Está nevando!, nuestro pueblo no está acostumbrado a este resplandor, todo está blanqueado, ¡doña Paquita nos da el día libre!.

Un grupo de amiguetes decidimos subir al cerro del Gato, será difícil, ya que la nieve ha sido continua y los senderos están repletos de ella. Hemos conseguido ascender casi a la cima, ahora bajaremos, pero cómo, lo mejor será dejar que nuestra habilidad nos lleve por el camino más corto. El descenso lo realizamos como si toda la vida hubiéramos vivido en los Alpes, rodamos, resbalamos, patinamos..., y por supuesto disfrutamos de un día hermoso como pocos habría a partir de entonces.




Finales de los años 70 y principios de los 80. “Nuestras Excursiones”

Somos un grupo de amigos que nos encanta el campo, en nuestros ratos libres hacemos excursiones, y cada vez más, realizamos rutas de días completos. Nuestros padres no lo comprenden. En una de ellas salimos Diego y yo hacia un precioso pueblecito de la sierra llamado Murtas, el inicio fue duro, ya que éste se encuentra en la zona alta de la Contraviesa, al volver, yo había estrenado ese día unas botas y noté una pequeña rozadura en el lateral del talón. Llegamos a casa sin problemas, pero a los pocos días esa rozadura se infestó, lo que hizo que una noche en la que no podía resistir más, mi pobre padre, que venía harto de trabajar, tuviera que coger el coche de nuevo y llevarme al hospital de Granada. De esta forma, sobre las tres de la madrugada me operaron aquel pie, recibiendo de mis padres una regañina importante, ya que no se había producido la lesión por trabajar, sino por dar un paseo con gusto hacia la susodicha sierra.

Además de esta salida hicimos otras muchas con amigos como Andrés, José, Paco o Ernesto, y siempre disfrutamos de las paradas y almuerzos con aquellas longanizas y morcillas caseras exquisitas y ese buen vino de nuestra tierra.






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