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"Épocas de Estraperlo"


El invierno ya se había metido bien, y era el último viaje de este año al marquesado. Tras las nieves del puerto, y los hielos del ventisquero, recibió como pudo este agüilla "recalaera" que le había pillado antes de bajar al río Chico de Los Bérchules.

Descansando él y descansando las bestias, pensaba por dónde cruzaría la zona de Cádiar, porque estas hambres y este estraperlo traían locos a todo el mundo: al que tenía y al que no tenía, al que vendía y al que compraba, y a la guardia civil, claro. No quería que le pasara lo que a unos de Albuñol por San Antonio del año pasado, cuando creyendo que dando más vuelta lo tendrían más fácil, tuvieron un tropiezo con unos civiles de Ugíjar. Se vieron en el cuartel, sin mulos y sin mercancía, con alguna palabra más alta que otra por medio, y también con alguna bofetada. Gracias a que a don Pepe Salas le llegaron noticias y por teléfono respondió por ellos, sin ni siquiera tener que mentar su amistad con don Natalio, que todo el mundo sabía. Desde entonces había vuelto a los caminos de siempre, los de caras conocidas.

Molino de Albuñol


Había acertado al figurarse que con un tiempo tan malo con poca gente se encontraría, y hoy todavía no había tropezado con nadie, ni con maquis ni con guardias. De todas formas, pensó que esta noche no iba a acercarse a Narila, porque la bajada desde Alcútar nunca le había gustado, tan encajonada. Y aunque tenía que recoger un "recao" en la posada de Cádiar,  también la iba a dejar de lado para probar suerte por la Venta de Cuatro Caminos. Así que antes de llegar al cruce empieza a prepararse. Dos mulos venían de vacío, con lo que no tenía que repartir su carga entre los demás. Tras dejar el resto de la recua amarrada en el cañaveral, apartada del camino, a estos dos los despachó camino adelante y él se subió a un bancal para escuchar mejor lo que pasaba. Silencio. Cuando el repiqueteo de las herraduras se escuchó al otro lado de la ramblilla, entonces echó a andar camino abajo silbando como buscando las bestias, mirando a todos lados, y pasó cerca de la venta sin cruzarse con nadie. Aceleró el paso hasta alcanzar a los dos mulos, y los amarró.

Esta forma de cruzar en sitios comprometidos se le ocurrió a su hermano Paco, porque en una ocasión en que iba a por carga, y se paró a dar de vientre, los mulos siguieron el camino. Y cuando los fue a buscar, abrochándose todavía la correa y poniendo en su sitio la faca, se encontró con que una pareja de la guardia civil los tenía parados y lo estaban esperando:

El Visillo de Albuñol


- !Dios guarde a ustés!
- ¿Dónde vas, rizao, tan lejos de tu pueblo?
- Buscando los mulos, que me paré a dar de vientre y se me han escapao.
- A ti se te van a escapar... Ahí los tienes.
- Queden ustés con Dios, cabo.

Así que ahora Luis "el rizao" volvió andando tranquilamente a por el resto de la recua, y tras cogerlos, de nuevo pasó junto a la venta para seguir ya con todas las caballerías buscando el paso de la Contraviesa, porque de ahí para abajo, como quien dice, ya mismo estaba en Albuñol.


Autor: Eduardo López Lorente.
Fuente histórica: Andrés López Lorente.





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