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"Los Higos Secos de la Contraviesa"


Los higos de esta comarca son de tres clases:
  •  Los higos propiamente dichos, de color verde (blanco de secano, y halluelos) o violeta (calabacilla),
  •  Las brevas (blancas o negras), precoces pero de calidad inferior,
  • Y los cabrahígos, que no son comestibles.


Estos últimos son polinizados por un insecto conocido en la región con el nombre vulgar de “mosquito”. Cuatro cabrahígos unidos por una hebra de esparto forman lo que se llama una “sarta”. De ocho a diez de estas sartas se cuelgan en una higuera. Los mosquitos no tardan en pasar de los cabrahígos a los verdaderos higos, permitiendo a éstos alcanzar su madurez siguiendo un extraño fenómeno muy conocido por los entomólogos y los botánicos.

De todas las clases de higos anteriores, sólo se utiliza para su elaboración y envasado el higo “blanco” de secano. La recogida de los higos comienza a primeros de septiembre. La señal idónea para comenzar a “varear” las higueras es cuando el higo se “retuerce” por el rabillo, señal de que ya es el momento para empezar la recolección.
Higueras con la bolsita de cabrahigos


Una vez recogidas las higueras del secano, paso previo antes de llevarlos al almacén era el de secarlos al sol. Para ello, los higos se extendían sobre toldos en una superficie llana (a veces de cemento), a la vista y cerca del cortijo. A la vez, cubriendo éstos higos del suelo se montaba otro toldo a modo de “tejado” a dos aguas, fuertemente sujeto a los laterales con tirantes de cuerda para que soportara los embates del viento y protegiera de la lluvia. Era importantísimo que no se mojaran, pues si esto ocurría “se echaban a perder”. En función de lo que calentara el sol tardaban más o menos en secarse. Una vez secos, se escogían antes de llevarlos al almacén, desechando los higos “malos” (que no estaban en condiciones de comer) que eran destinados a la fabricación de alcohol o para alimento de los animales del cortijo.

El higo más preciado en esta zona es el de La Contraviesa, de piel más fina, mejor higo. El de la zona de Albuñol es de piel más gruesa, más “basto”. A destacar las importantes plantaciones de higueras que había en el pago del cortijo Los Amates.

En Albuñol existían tres empresarios en cuyos almacenes se envasaban higos: D. Eduardo Lorente, D. Ernesto Moreno y D. Fernando Zafra (propietario además de la fábrica de alcohol). Nos centramos en este relato en el trabajo que se realizaba en el almacén de D. Eduardo Lorente.

Las caballerías llegaban de los cortijos cargadas con bastos sacos de “hilo pita” repletos de higos. Se descargaba el saco del mulo e iban directamente a pesarlo a la báscula. Antes de existir la báscula, se pesaban en enormes romanas colgadas del techo. Una vez descargados los sacos, amarraban las “bestias” a unas argollas que había en la pared para tal fin. El mismo hombre que traía los higos vaciaba los sacos en una enorme “pila de higos” que se encontraba en el interior del almacén.
Antiguo almacén de envasado de D. Eduardo Lorente


El precio que se pagaba lo establecía el “mercado”, al igual que ocurría con otros productos agrícolas de la zona. Existían también los comisionistas (correores), que compraban directamente al productor en el cortijo y ganaban su comisión cuando los vendían en el almacén. En este caso al almacén venían  a descargar camiones que iban recogiendo las “partidas” compradas por el “correor” por las cortijadas.
Volviendo al almacén, dentro había dispuestos longitudinalmente dos o tres bancos alargados a modo de “mesa”, no muy altos, de una longitud variable de 4 a 6 m. aprox. A ambos lados de estas “mesas” se sentaban en unos bancos dobles de madera las mujeres, provistas todas de unos delantales de hule hechos manualmente por ellas para este trabajo. También utilizaban para sentarse sillas de anea.
En el otro almacén contiguo, había uno o dos hombres de pie, montando las cajas de madera en que iban envasados los higos, pues éstas no venían hechas, sino que venían las tablillas sueltas, atadas en un mazo con una cuerda , como un hatillo. Sobre un banco de madera, estos hombres montaban las cajas a golpe de martillo.
Envasadoras y montadores de cajas de higos


El procedimiento era el siguiente: La mujer iba a la “pila de higos” con su espuerta y la llenaba con las manos. Volvía a su sitio en la mesa y vaciaba la espuerta en la misma. Se sentaba en el taburete y comenzaba a coger los higos uno a uno “moldeándolos y aplastándolos” con los dedos, poniéndolos de canto y juntándolos sobre su rodilla haciendo un “carril”. Cuando este “carril” tenía un determinado tamaño, lo pasaba a la caja de madera, juntándolos con los que había colocado previamente en la misma. Dentro de la caja, se apreciaban los carriles de higos colocados con una simetría y alineación exquisita.
Como encargada del almacén, a la que se daba el nombre de “la maestresa”, se encontraba una operaria de experiencia y  confianza, que en este caso era la mujer del dueño.
El hecho de “moldear” los higos siempre con los mismos dedos, hacía que a las mujeres se les “picaran” éstos y les salieran llagas  por la acción del azúcar del higo, por lo que tenían que protegerse los dedos con unos “dediles” de trapo para evitar este mal.
Banco de montaje de cajas de madera


En la calle, en la puerta del almacén, había un gran balde metálico de agua para que las manipuladoras se lavaran las manos, ya que éstas se les “empastaban” del azúcar y la granilla, y no podían trabajar bien.
Las cajas de madera eran de 5 kg, e iban forradas en su interior con un papel blanco. Cuando ésta se llenaba de “carriles” de higos, en  la parte superior se ponía un plástico encerado con la firma de la casa envasadora a modo de detalle, y luego los hombres procedían a tapar la caja clavando sus respectivas tablillas. Las cajas terminadas se apilaban en el suelo una encima de otra, y se identificaban sellándolas con la firma comercial del envasador.

Ya en los últimos años de estas empresas, Sanidad las obligó a construir cámaras fumigadoras para erradicar el “gusano” natural que el higo trae del campo, por lo que éstos debían de estar un tiempo en estas cámaras antes de su envasado.
Silla de anea de las envasadoras


Las horas de trabajo en el almacén estaban condicionadas a la demanda de pedidos que hubiera por parte de los clientes. En épocas fuertes de campaña y pedidos era normal que se empezara a trabajar a las 5h. de la mañana, y las mujeres almorzaran en el mismo almacén a mediodía. La campaña fuerte de trabajo transcurría durante los meses de octubre a marzo, aportando mucho trabajo a bastantes personas del pueblo.
En los últimos años de existencia de estos almacenes cambiaron el sistema de envasado, sustituyendo la caja de madera por el saco de plástico transparente. Los costes de la propia madera eran altos, además del montaje de las cajas, por lo que el envasado en saco de plástico fue un cambio  a una opción más económica.
Rampa de entrada del producto


El saco se llenaba de bolsas de plástico de 1 kg., se recalcaba bien y luego se cerraba la boca con un alambre cuyos extremos estaban dispuestos a modo de dos arandelas. Se introducían estos extremos en el gancho de una herramienta, especie de trenzador, que al tensarlo trenzaba y apretaba el alambre y cerraba a la vez la boca del saco. Aquí entonces, las mujeres llenaban las bolsas de 1 kg. Y la “maestresa” las pesaba y cerraba con un elástico.

Los dos principales clientes de Eduardo Lorente (Elaboración de Frutos Secos) eran:
-Vicente Gra y Granollers, en Reus (Tarragona). Para este cliente el transporte se hacía en camión por carretera. El camión se cargaba a mano en la puerta del almacén, con gran trabajo y esfuerzo por parte de los hombres, que para ello se cubrían la cabeza y la espalda con un saco cortado y adaptado a modo de capa.
-El otro principal cliente se encontraba en las Islas Canarias. Era un distribuidor mayorista de alimentación que distribuía los higos a los cuarteles de los soldados, donde se servía como postre. En este caso los higos se llevaban en camión por carretera hasta los puertos de Almería o Málaga, en donde se embarcaban hasta destino.
Para los dos últimos almacenes envasadores de higos de Albuñol, en los últimos años ya venía a cargar al almacén un camión contenedor.
Balde para el lavado de manos


En la actualidad desgraciadamente ya no existen estos almacenes de higos en Albuñol, desaparecieron hace algunos años. El secano ya no es rentable como antes, las plantas se secan si no se labran y cuidan, las plantaciones de almendros subsisten por las subvenciones del gobierno, pero el precio de la almendra en la almendrera es muy bajo, no cubre costes, y muchos propietarios de fincas prefieren no recogerlas porque su venta no les deja ni para pagar el jornal de los recolectores.

Las cortijadas con plantaciones de higueras que quedan  por Sorvilán y La Contraviesa venden su producción directamente a almacenistas que vienen de la provincia de Murcia principalmente.
Como tradición familiar y a pequeña escala, algunas familias de los cortijos envasan sus propios higos en bolsas de plástico y los venden en la misma puerta de sus cortijos al viajero ocasional, o se los venden en las ventas y restaurantes de la zona de La Contraviesa.

Fuente Histórica:  

 Descendiente de Eduardo Lorente Morales y Francisco Puertas.

Autores:

  Eduardo López Lorente
  Andrés López Lorente

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