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El Aviso de la Avalancha


Era nuestra primera experiencia fuera del territorio nacional, formábamos un grupo de montañeros con muy poco bagaje en parajes con nivel técnico importante. Después de una preparación específica en la alta montaña de Sierra Nevada, decidimos emprender nuestra aventura en los Alpes. La información que teníamos era muy completa, nosotros queríamos ascender al Mont Blanc por la vía tradicional, Refugio de Tette Rouse, Refugio de Gouter, Refugio de Vallot y por fin la cima. Así lo hicimos, cuando llegamos al refugio de Gouter, por encima de los 3.800 m de altitud, tuvimos que mantenernos en el mismo durante cuatro días consecutivos, la tormenta prevista estaba descargando con fuerza y era imposible subir, pero también lo era bajar a Chamonix. Al quinto día la previsión era favorable, así que salimos a las dos de la madrugada para intentar hacer cima, con varios grupos de montañeros franceses iniciamos la ascensión, la tormenta había dejado una gran cantidad de nieve, íbamos todos encordados, tuvimos que cruzar zonas técnicas de seracs muy peligrosas, y cuando la cima se encontraba a una hora aproximadamente, a 4.400 m. de altura, el frío intenso y el viento gélido nos llevó a decidir deshechar nuestro objetivo. La temperatura era de 30º bajo cero, las cámaras fotográficas se habían congelado, los gorros de lana que tapaban nuestras cabezas eran "cascos" de hielo que rasgaban nuestros rostros, pronto debimos descender hasta llegar de nuevo al refugio.
Sabíamos que aún nos quedaba la zona más técnica, teníamos que bajar una gran trepa de hielo convertida en poco segura después de la tormenta, con mucha parsimonia logramos pasarla, pero delante de nosotros apareció el "Grand Couloir", este era el paso que estuvo en mi mente durante toda la aventura, en los datos que habíamos preparado en España, nos aconsejaban utilizar sobre todo en esta zona el casco y la cuerda para encordarnos, este fue el error, ni una cosa ni la otra, el casco por falta de experiencia y la cuerda porque la llevábamos liada y casi inutilizada. Pasé el primero la vía, era un tramo de unos 50 m. que cruzaba en horizontal una vaguada con un desnivel extremo, por arriba una pared cargada de nieve reciente, por abajo nubes que llevaban nuestros pensamientos hacia el infinito. Cruzo con rapidez, cargado con unos veinte kilos a mis espaldas, llego a la pedrera y me siento, debían pasar mis compañeros. El segundo en salir fue Andrés, él era el más pesado, a un ritmo nervioso empieza su particular travesía, cuando va por la mitad del tramo, oigo un estruendo terrible que me hace mirar hacia arriba, las previsiones se estaban cumpliendo, comenzaba una tremenda avalancha a unos doscientos metros por encima nuestra. Grito con fuerza a mi amigo, debe volver sobre sus pasos, se está jugando la vida. Sin saber como, gira en la pequeña senda, y a gran velocidad, regresa al punto de salida. Simultáneamente, rugiendo como un trueno, cruza delante de todos el alud, el miedo se apodera de nosotros, yo, separado de ellos, pienso en que aún deben llegar hasta mí, que es el único paso para descender, y que si en el momento que decidan iniciar de nuevo el trayecto se repite la avalancha, podrían perder la vida de forma catastrófica.

Después de más de media hora de preparación, deslían la cuerda y ya asegurados vuelven a cruzar, todos van tensos, es un momento delicadísimo, ¿qué pasaría por sus mentes? Por fin empiezan a llegar, en ese instante suenan de nuevo los bloques de nieve rodando por el couloir, llega el último compañero, y tirados en el suelo, ya seguros, vemos desaparecer a través de las nubes bajas el vehículo que quiso transportarnos hacia el otro mundo.
Nuestra falta de experiencia nos llevó a comenter un cúmulo de errores, sí, éramos jóvenes y fuertes, pero no hicimos caso a aspectos muy importantes que se tradujeron en esta espectacular escena alpina. Al estar varios días bajo una tormenta de nieve, se había acumulado en exceso sobre las zonas más peligrosas de la montaña, por ello no deberíamos haber pasado sobre la zona de más inclinación a unas horas en las que la nieve se había calentado y podían producirse avalanchas, tendríamos que habernos quedado una noche más en el refugio, para al día siguiente por la mañana, descender con mucha menos peligrosidad y con la seguridad de que no se producirían aludes en ese tramo horario. Por otra parte, no deberíamos habernos precipitado en el descenso, para encordarnos desde arriba, evitando así la pérdida de uno de los componentes. Y por último, el casco debería haber sido un material fundamental durante toda la travesía, tanto con previsiones de peligro como sin ellas.

Autor: Lisardo Domingo Blanco.
Ascensión al Mont Blanc. Antonio Domingo, José Mª Sabio, Andrés Manzano y Lisardo Domingo. Club de Montaña ANACON. Año 1993. Chamonix (Francia)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Compañero,se me han puesto los pelos como escarpias al leer el relato. Espero que le sea de utilidad a mas de uno.