Contenidos

Capítulo XVI


El mar sigue bravo, nos estamos aproximando a la desembocadura del Río Adra. Como la mayoría de los ríos de esta costa se encuentra seco, sus aguas, nacientes en la zona este de Sierra Nevada y en la Sierra de la Contraviesa, muy mermadas, han sido utilizadas para el aprovechamiento agrícola del entorno, por lo que el delta es desolador. A babor, a unas dos millas de distancia, observamos una pequeña embarcación a motor que se nos acerca lánguidamente, pronto descubrimos que sus tripulantes son conocidos, se trata de Pelayo y dos amigos que como prometieron antes de zarpar, nos acompañan en estos quebradizos momentos, dándonos un calor vital y una información del estado de la mar que nos intranquiliza cada vez más. nos aconsejan que nos adentremos más hacia el mar, que nos alejemos de la costa, ya que los corrientes en este zona podrían dejar maltrechas nuestras frágiles canoas.
Les hemos hecho caso, acompañados por ellos decidimos vadear a lo lejos la localidad de “Abdera”. Sobresaliendo de su fisonomía surgen el puerto, el faro y el símbolo de la anterior y próspera industria del pasado, la llamada Torre de los Perdigones.
Estas formas que detectan la población de Adra de repente se ven ensombrecidas por la esbeltez del monumental mogote que sobresale al oeste. Efectivamente, desde allí en muchas ocasiones yo había divisado esta deslumbrante costa mediterránea, ahora me encontraba en el “polo” opuesto y la visión era totalmente distinta pero igualmente encantadora, la vista se había detenido en el apoteósico Mulhacén, la cumbre cimera de Sierra Nevada.
Se podría decir que esta cima tiene una directa relación con la ribera abderitana. El nombre le viene dado por el rey moro Muley Hacen, que cuando fue derrotado y destronado por su propio hijo Boabdil en colaboración con su mujer principal Aixa la Horra, quedó aislado en su fortaleza con la que en otro tiempo fue su cautiva, Zoraya, y que ahora se había convertido en su esposa. Pasados unos años en los que Zoraya había contado una y mil historias y cuentos de “Xolair” a su esposo, éste quedó prendado de aquella cima que sobresalía a lo lejos, pidiéndole a su mujer que una vez muerto sus restos descansasen en aquella maravilla donde los hombres no pudieran llegar. Y así fue, allí descansó en paz, dándole nombre al punto más alto de la Península Ibérica.
En 1493, una vez destronado de su reino por los Reyes Católicos, Boabdil llega por los caminos de Granada hasta Adra, embarca en la playa de San Nicolás en dirección a Fez, arrojando con coraje su propia espada, dándose por finalizado el último reducto musulmán. Cuando el “Rey Chico” navegaba a la salida de la costa almeriense, miró hacia atrás y contempló por última vez el lugar donde su padre Muley Hacen yacería para toda la vida.

El ritmo de remada es estremecedor, no podemos permitir que el cambio a fuerte poniente nos deje varados tan cerca de nuestro objetivo final. Gerardo llama nuestra atención cuando parece quedarse rezagado. Después de una breve charla decidimos hacer un último descanso, las fuerzas están muy justas y el riesgo de lesión nos hace ser más cautos en estos momentos.
En la playa de la Fuente del Ahijado desembarcamos, son las 2’05 p.m., desentumecemos las articulaciones y tomamos una fuerte dosis de alimentos energéticos. Sentado en la cálida arena observo el mapa, estamos muy cerca del punto limítrofe con Granada. A nuestras espaldas se encuentra uno de los “centinelas” topográficos que guardan Sierra Nevada, La “Montaña del Aire” que llamaran los árabes, la conocida como Sierra de la Contraviesa. Enfrente, y situado en el mismo meridiano está el Mar de Alborán, lugar donde tantos saqueos encabezaron los piratas berberiscos y almerienses, cuyo nombre viene de la Isla de Alborán que se encuentra situada a 45 millas de la costa.

Es la última reserva natural que tendremos cerca en la travesía, si quisiéramos acceder a ella tardaríamos dos días con nuestras piraguas, contando siempre con un mar en calma. Es una isla pequeña, mide 600 m. de longitud y 270 m. de anchura, cerca de ella, al noreste, se encuentra un islote rocoso llamado Isla de las Nubes. Son de origen volcánico y están rodeadas por acantilados de aproximadamente doce metros de altura. Su protección ambiental viene dada por la biodiversidad marina que esconde sus aguas, entre otras especies se encuentra: gran variedad de algas y esponjas; coral rojo y naranja; erizos y estrellas de mar; distintos moluscos y crustáceos como el bogavante, centollo o langosta común; y peces como el caballito de mar, pez luna, tiburón blanco, atún, mero y marrajo. Aunque el interior de la isla es muy pedregosa y no existen árboles, si se han identificado tres plantas endémicas de Alborán, la manzanilla, el jaramago y el azuzón.


El sol calienta demasiado nuestros maltrechos cuerpos, nos bañamos para evitar la deshidratación y aprovechamos una mejoría del agua para volver a penetrar en sus entrañas, esto nos anima y hace olvidar el agotamiento físico en el que nos encontramos sumidos.
Con una cansina pero constante palada iniciamos lo que será el último tramo de la aventura. Las tres canoas vamos reunidas, hablamos, se desprende un aire de relajación, alguna anécdota sale en estos instantes y algún recuerdo nos deja con la mirada perdida en la lejanía. Estamos navegando prácticamente a una milla dela costa, a lo lejos, en el momento de pasar Guainos y dejando a popa la última torre vigía, observamos una “patera” de unos seis metros de eslora que se encuentra fondeada en la misma orilla de la playa, está destrozada, pero aún conserva vestigios de los tripulantes de la misma, zapatillas, mochilas, y un pequeño muñeco que eriza nuestra piel pensando en qué pudo ocurrir posiblemente en la noche anterior.


Debemos seguir, ya observamos nuestro preciado objetivo, la sonrisa se manifiesta con gran orgullo por lo conseguido. ¡Ahora sí!, hemos llegado. Un serio pescador nos mira de reojo como no fiándose de aquellos personajes que rompen la paz de su actividad.
El desembarco “a puerto” se produce a las 3’40 p.m., montamos la última mesa de almuerzo en el mismo límite de provincias, allí, paladeamos esas viandas que en todo momento han logrado un estado físico y anímico envidiable en todos los componentes. Brindamos por Fernando y por nosotros.


Altivos nos adentramos por última vez en las canoas, muy despacio vamos disfrutando del instante vivido y nos vamos acercando con un remar suave hasta el lugar donde nos esperan nuestras familias y amigos. Sí, ya las vemos, están allí...

No hay comentarios: