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Capítulo XV


Quinto Día: 22 de julio de 2003

Es noche cerrada, entre sueños y dolores abdominales despierto algo sobresaltado. Necesito vaciar la vejiga, al salir de la tienda descubro unos potentes focos que me deslumbran, no entiendo qué puede ser, parecen centinelas aguardando algún movimiento para abalanzarse sobre nosotros. Pronto vuelvo a la realidad, de forma sigilosa se acercan a mí dos personas que consiguen conectar mi instinto de supervivencia, el corazón late con intensidad y la posición es de alerta. Cuando están cerca los reconozco, son guardias civiles que en su ruta nocturna quedan sorprendidos por la construcción de un campamento tan cerca de la playa. Quieren saber quiénes somos y qué hacemos allí, recordándome insistentemente que la acampada en la costa está totalmente prohibida.
Cuando reacciono comprendo su preocupación, actualmente la costa está siendo “invadida” por multitud de “pateras”, en las cuales llegan familias enteras buscando una vida mejor, donde poder darle a sus hijos una digna subsistencia.
Ellos, los guardias, deben hacer cumplir la ley, y, aunque nos pese, esta situación sigue siendo ilegal, por lo que su vigilancia es una tranquilidad para nuestra seguridad. Después de un largo rato de charla se ofrecen a ayudarnos en cualquier aspecto, yo les comento que todo va bien y que la única duda sigue siendo el estado de la mar. Su información es parecida a la que ya conocemos, posiblemente los próximos días aparezca el poniente, sólo esperamos que aguarde a nuestro final desembarque.
Agradeciéndoles su preocupación y el haber consentido el vivaqueo por nuestra especial situación, se despiden siguiendo su necesario y fundamental servicio. El reloj me dice que son la 3’18 a.m., mi compañero de “suite” no se ha despertado, me acuesto sin dejar que mis pensamientos vuelvan a trajinar.

Despunta el sol, por el horizonte, hoy hemos madrugado más que otros días, a las 7’10 a.m. toda la “flota” se encuentra ataviada con sus mejores galas y preparada para “cruzar los mares”. Como suponíamos, la bonanza climatológica es manifiesta, nuestro incentivo es tal que imprimimos una marcha con excesivo ardor, cruzando la bahía de Almerimar cuando aún el sol no llega a nuestros curtidos morrillos.
Esta población pertenece al municipio del Ejido, cuya evolución socio económica ha sido tal, que en estos últimos treinta años de su historia ha pasado de ser un pequeño pueblecito agrícola dependiente de Dalías, al municipio con mayor renta per cápita de Andalucía, sobre todo por su avanzada tecnología en la agricultura del invernadero. Este progreso ha hecho que se construya en Almerimar uno de los complejos turísticos de mayor calidad de la costa mediterránea, siendo uno de sus mayores atractivos el precioso puerto deportivo.


Seguimos nuestro rumbo, pronto aparece la Punta del Moro, allí, en su interior se encuentra la población de Guardias Viejas, con su castillo como estandarte y símbolo de esta historia que con tanta pasión estamos narrando.
Al girar el cabo notamos un incremento de la corriente del oeste, en silencio y sin cesar en nuestro esfuerzo empezamos a atravesar las longitudinales playas de Balerma. El temor del día anterior se estaba cumpliendo, las primeras horas habían sido fastuosas pero en estos momentos las embarcaciones empezaban a oscilar de arriba abajo, dejando agotados los brazos por el esfuerzo necesario de estos intensos instantes.

Han pasado dos horas desde la salida de esta mañana, tenemos la intención de salir a tierra para abastecernos de comida y recuperar energía. Colocamos la proa perpendicular a la playa, algunos pueblerinos, extrañados por vernos en el solitario y levantado mar, se sientan en el paseo de Balerma observando nuestras maniobras. Debemos esperar a que amaine un poco para salir sin peligro de vuelco.
Cada cuatro o cinco grandes olas viene un momento de calma que deberemos aprovechar. Nos toca el turno, paleamos con fuerza para salir con la ola, nos encontramos encima de ella, pero de repente, un movimiento brusco hace que pierda el equilibrio, cayendo por estribor a la rompiente. En segundos salgo del agua y ayudo a José María a sacar la embarcación, solo ha sido un susto. Los compañeros salen sin ninguna contrariedad, después del necesario cambio de ropa empezamos a organizar de nuevo las canoas.
Los vigías de la torre árabe de estos lugares, esta vez habían disfrutado de unos no muy diestros “corsarios”, que buscando la “aguada” para seguir sus andanzas, habían encontrado un tempranero chapuzón, que como anécdota sería seguramente contado en sus acaloradas y veraniegas tertulias cantineras.

Repletas de nuevo las “bodegas”, las “galeras” salen al viento, aunque el avance sigue siendo parsimonioso sabemos que la jornada será muy larga, y si la tormenta no incrementa su magnitud esta tarde podremos brindar por la finalización de la travesía de “Al Bayanna”.

Seguimos muy cerca de la costa, el peligro si nos alejáramos podría ser extremo, así que gozamos de las panorámicas cercanas que nos ofrece el interior. Inmediatamente nos vemos enfrentados al pueblo de Balanegra, en donde los piratas berberiscos, en el siglo XVI, hicieron numerosas incursiones hacia el interior, pasando por Berja para llegar hasta las Alpujarras. Allí se llevaron como cautivos a algunos nativos, que después fueron vendidos como esclavos en los puertos africanos.


Las miradas se cruzan, vamos muy cerca unos de otros, algún comentario nos hace cavilar en las historias que se vivieron en estos mares y que ahora nosotros volvemos a vivir adaptadas a los actuales tiempos. Un fuerte revoloteo nos hace volver las miradas a estribor, un conjunto de aves se desplazan avivadamente seguidas de otro grupo menos numeroso. Al observar la cartografía averiguamos que estamos atravesando las lindes de las Albuferas de Adra. Éstas son un paraje natural protegido que se caracteriza por la abundancia de aves acuáticas que viven y pasan por allí, entre las que se encuentran los patos malvasía y cuchara o el calamón.

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