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Capítulo XIII


La Alcazaba ya no nos distingue, “sus centinelas habrán dejado de dar la voz de alarma al ver que nuestras naves han decidido dejar la incursión para otros lugares donde nuestra fortaleza bélica está a la altura del puesto a invadir...”.

Los barquillos de pesca matutinos son habituales en el Golfo, son pequeños, para uno o dos pescadores, pero se diría que son muy prácticos para esta trabajo ya que la actividad es constante, observándose en sus inquilinos unos rostros satisfactorios y deslumbrantes. No es para menos, el entorno en el que se encuentran es paradisíaco, por una parte la suave brisa mañanera acariciando sus curtidas pieles, por otra la soledad tímidamente acompañada del ir y venir de las ondas al introducir los sedales en el agua, y como culmen, la monolítica y minera Sierra de Gádor, también llamada Sierra del sol por los árabes, que se levanta en el interior custodiando el Parque Nacional de Sierra Nevada.
El rumbo oeste nos está acercando a la playa de El Palmer, perteneciente al municipio de Enix, la realidad es que solo nos aproximamos a ella nosotros, la intención es clara, mi compañero de viaje sufre fuertes dolores intestinales que sólo remitirán una vez que su estancia en tierra desaloje aquello que su metabolismo ha considerado no energético y sí sobrante.
Nos estamos aproximando a Aguadulce, esta población es una de las de mayor auge turístico de la provincia, el cambio es rompedor, la masificación humana vuelve a aparecer a proa. El puerto deportivo está a nuestro alcance, penetramos en él para hacerle un reconocimiento técnico, pensamos que desde su interior encontraremos mayor facilidad de atraque y servicios para nuestras necesidades. Nada más lejos de la realidad, los vigías del mismo rápidamente se alertan invitándonos a salir, nosotros, como no podía ser de otra manera, aceptamos las normas y nos deslizamos hacia la playa cercana a la construcción portuaria.

Son las 10’30 a.m., es el turno del abastecimiento, nos acercamos a una de las muchas “cantinas” que nos surtirán de la tan deseada comida, mientras José María y Gerardo se encargan de reparar y estructurar de nuevo la carga.

Durante este ajetreo, aparece un corpulento señor con cara de no muy buenos amigos y dirigiéndose a nosotros pregunta las razones por lo que sin permiso hemos osado cruzar el puerto anteriormente. Sorprendidos por la aparente agresividad de este señor, le explicamos nuestras intenciones y le comentamos el proyecto que estamos llevando a cabo, en ese momento cambia su tozudez para convertirse en un ser comprensivo y amable que nos invita a recorrer con él las instalaciones de las que en otro momento fuimos prácticamente expulsados, pero, tanto una situación como la otra estaban justificadas. Le agradecemos su consideración y le insinuamos que lo que necesitamos es descansar para en pocos minutos aventurarnos de nuevo a la mar.

El remar costero nos acerca cada vez más hacia la agrícola y turística villa fenicia de Roquetas de Mar. Las playas están abarrotadas, son arenosas, limpias y amplias, estando recorridas todas ellas por un esmerado paseo marítimo que se nos hace interminable.
Turaniana, que así le llamaron los romanos, es el otro extremo del grandioso Golfo de Almería, se encuentra prácticamente en le mismo paralelo geográfico de la población de San Miguel de Cabo de Gata, siendo éste la “antípoda” del sitio que en estos momentos estamos bordeando.
De repente el color azul pálido sobre el que flotamos empieza a tornarse verde, un verde quercíneo y ondulante, estamos atravesando la espectacular Reserva Natural del Arrecife de Barrera de Posidonia Atlántica, considerada la de mayor valor ambiental de toda la costa mediterránea. Se encuentra dentro de la Red de Monumentos Naturales de Andalucía, siendo sus valores fundamentales la oxigenación del agua marina y el albergar una inmensa cantidad de fauna y flora, formando lo que podríamos llamar el “bosque mediterráneo submarino”.

El puerto de Roquetas se nos echa encima, el mar cambia con gran virulencia, levantándose un huracanado viento del suroeste que frena nuestras pretensiones de navegación y nos sitúa a la defensiva. De nuevo nuestra canoa empieza a zozobrar al estrellarse el oleaje una y otra vez contra José María que va a proa, no nos queda otro remedio que arribar y desaguar la inundada bañera de la embarcación.
Antes de volver a embarcar distinguimos la gran fortaleza que el sultán Yusuf, durante el reino Nazarí, mandó construir para proteger sus dominios de los constantes ataques de los pobladores del norte de África. Actualmente el Castillo de Roquetas está restaurado, siendo sus complementos en la costa de este municipio las torres vigías del Esparto y de Cerrillos.

Mientras las piraguas golpean con periodicidad endiablada las olas frontales que entran por la proa, nosotros descubrimos el otro gran mar y medio de vida para la mayoría de los nativos de estas tierras, el “mar de plásticos”, el cultivo agrícola bajo plásticos o invernaderos. Dicen, los que han estado allí, que desde el espacio sólo se observan dos actuaciones del ser humano en la Tierra, una de ellas es la Gran Muralla China y la otra, como no, la inmensa llanura que abarca estos multiproductivos invernaderos. Prácticamente desde esta ciudad hasta Adra recorren esta gran obra de ingeniería que con toda seguridad ni tartesos, ni bárbaros, como tampoco corsarios italianos debieron tropezarse con ellos, ya que la reciente aparición de los mismos ha transformado por completo el paisaje natural de la zona, produciendo a su vez un aumento notable de las temperaturas.

Exhaustos llegamos a la entrada del Paraje Natural de Punta Entinas Sabinar, decidimos desembarcar, el avance ha sido paupérrimo pero las fibras musculares de tronco y brazos nos suplican un descanso, y sobre todo una macro reparación de carburante energético.


Son las 2’00 p.m., uniendo las tres piraguas hemos conseguido conformar unos necesarios sombrajos, detrás nuestro se despliegan las famosas dunas costeras del paraje, por lo que a no existir acantilados y tampoco arbustos, nos tenemos que abastecer de esta artificial sombra que una vez terminado el rancho nos obsequiará con una no menos reponedora siesta andaluza.
Despierto mediante una húmeda impresión, el oleaje llega a mis pies, me incorporo notando como las toallas utilizadas para el confortable camastro están impregnadas de arena y agua. Los demás están ya organizándose, estábamos todos muy cerca de la orilla, pero el temporal y viento ha empeorado el estado de la mar, arrasando con todo aquello que ha llegado a su alcance.
A las embarcaciones individuales les cuesta trabajo entrar en el agua, las olas pasan por encima pero consiguen cruzar el temido rompiente para adentrarse unos metros y esperar nuestra incorporación. Los vientos llevan la misma trayectoria que cuando desembarcamos, pero esta vez parecen algo más intensos, por ello Ángel y Gerardo nos acompañan una vez iniciado el viaje, está claro que la fragilidad de nuestra canoa nos preocupa a todos.
La vestimenta la llevamos empapada, curiosamente el rato de sosiego que hemos tenido al mediodía no nos ha ayudado para secar algún material, sino todo los contrario. Esta noche deberemos idear la forma de deshumedecer aquello que nos hará falta en los momentos de reposo.


El paisaje es un puro contraste, el Paraje Natural está en todo su esplendor, las extensas formaciones de dunas llegan prácticamente hasta la playa. Lindando con estos entornos desérticos amarillentos, surgen los seudobosques de sabinas y lentiscos, en ellos seguro que viven gran cantidad de animalillos.

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