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El Desierto de Tabernas


Datos de Interés:

Lugar: Desierto de Tabernas, Almería. España.
Época de realización: cualquier época es buena, pero en verano tomar precaución con la deshidratación, ya que es casi imposible encontrar agua.
Recorrido: Tabernas, Rambla de Tabernas, Arroyo de Verdelecho y vuelta.
Tiempo empleado: un total de seis horas de ida y vuelta, con diferentes paradas y momentos de observación largos.
Material necesario: el tradicional para realizar un marcha por el campo, incluyendo botas altas para evitar picaduras de algún arácnido y al menos tres litros de agua. Si la intención es pernoctar habrá que transportar una pequeña tienda, velas, frontales e infernillo.




Introducción:

En la provincia de Almería, España, se encuentra el único desierto de Europa, un desierto muy similar al de Arizona en Norteamérica. Tiene una gran extensión, 280 km cuadrados, y está protegido como Paraje Natural, aunque existen movimientos populares que reivindican la declaración de Parque Nacional junto con los karst y yesos de Sorbas.

Se encuentra situado entre las sierras de Alhamilla, los Filabres, Gádor, Sierra Nevada y el mar Mediterráneo. Como en todos estos tipos parajes sus precipitaciones medias anuales son muy pobres, 243 mm, las horas de insolación muy altas, 3000 h, convirtiendo a este lugar en una referencia para el estudio del cambio climático en Europa y en un espacio exclusivo, donde aparecen signos no solo geológicos sino también paisajísticos, vegetacionales y faunísticos que conforman un entorno especial para el conocimiento de la adaptación de la naturaleza al medio.

Relato:


No podía dejar pasar esta oportunidad. Hacía tiempo que tenía en mente realizar una travesía por el desierto, pero para llevar a cabo esta experiencia debía trasladarme a zonas lejanas, lo que en mi caso era casi imposible. Cerca tenía el exclusivo desierto de Tabernas y su fácil accesibilidad, que junto con la posibilidad de utilizar unos días de vacaciones hicieron que esta pequeña aventura se llevara a cabo, de nuevo podría experimentar una vivencia solitaria con la madre naturaleza.


Voy muy bien equipado, aunque el peso de la mochila me estremece y me deja algo cabizbajo pensando en otras épocas campestres. Desde la población de Tabernas accedo a la Rambla de su nombre por la coqueta plaza de toros, dejándome caer hasta el valle. Allí me sorprende la vegetación, ya que el pequeño arroyo, que en esta época invernal me acompañará durante gran parte de trayecto, ha conseguido que multitud de arbustos y matorrales invadan la rambla, alejándose la tópica impresión de un desierto árido.
Entre palmeras, cañaveras y tarajes dejo hacia el norte un antiguo acueducto de piedra y sigo en dirección opuesta bajando paulatinamente la depresión. A gran altura me sobrepasan una bandada de grajillas que empiezan a recordarme en el lugar que estoy, un córvido como este, con su chillar despampanante, se asemeja a la imagen tradicional de una estepa rodeada de grandes cortados arenosos. Después de un corto trayecto encuentro el primer cruce de caminos, siempre entre ramblas.
Hacia el noreste la gran senda rodea la sierra de Alhamilla, mientras que hacia el suroeste nos vamos adentrando cada vez más en el auténtico desierto. Sigo esta última dirección, y cruzando por debajo del puente que lleva a la población de salida de la ruta, mantengo la bajada húmeda y forrada de tarajes de mil tonalidades ocres. Me sorprende el sonido cacofónico de varias ranas cerca de mí, lo que hace que me aproxime al conjunto de matorrales que tapan una hermosa charca, totalmente trasparente y onduleante por el chapuzón reciente de los anfibios al detectar mi amenazadora presencia.
El paseo es muy grato, además la temperatura es tremendamente acogedora, lo que hace que el peso de la mochila pase casi desapercibido. Voy descendiendo y observando la cantidad de avecillas que merodean el lugar, algunas saltan de unos arbolillos a otros, las más atrevidas me acechan sin apartar la vista ni un instante, hasta que intento tomar una instantánea de ellas y, flash, desaparecen como dando a entender que para captar sus imágenes, tendré que pagar un precio algo más caro del que imagino. Currucas, mosquiteros y mirlos hacen del camino una sintonía melódica, que junto con la soledad del viandante se convierte en un momento idílico para un naturalista.

Surge un nuevo cruce de caminos, en esta ocasión un derruido cortijo nos recuerda que en otro momento estos lugares tuvieron también su auge demográfico, aquí plantaron, sembraron, recolectaron, vieron crecer a sus hijos, en definitiva lucharon con el medio para poder sobrevivir en el espacio de la tierra que les había tocado habitar. Al subir al ruinoso cortijo, descubro una gran oquedad que pudo haber sido un hermoso horno, hecho de barro y piedra, pero de un tamaño más amplio de lo habitual. Allí echo un vistazo a mi alrededor, observo como se abre la rambla y como el camino que asciende parece volver hacia el pueblo de Tabernas, por lo que decido avanzar de nuevo hacia el sur.

Cada vez se amplía más el valle, en algunos momentos el agua del inicio de la ruta se pierde, aunque el olor delata la proximidad de nuevas correntías. Asoman grandes acantilados con formas escultóricas y pequeñas cuevecillas que deben albergar multitud de pájaros como aviones roqueros o vencejos reales, aunque la fisonomía del terreno hace del cernícalo, durante el día, y del búho real, durante la noche, los seres más temidos por estas y otras aves y pequeños mamíferos a la hora de corretear por el lugar.

Por momentos la vista se torna borrosa, lo achaco a la cantidad de imágenes desconocidas que intento atrapar, las adelfas, las bufalagas, los matagallos, entremezclados con un sustrato distinto al imaginado en otras zonas campestres, me convierten en una rapaz, y no por la necesidad de caza sino por la posible abertura descomunal de mis ojos hacia tan gratas visiones. En una de esas observaciones detecto una imagen espectacular que me impresiona, se encuentra en uno de los cortados, y me acerco con la intención de disfrutarla de más cerca.
Dejo la mochila abajo y trepo por un arenal que prácticamente se me viene encima, otra de las características del desierto la estoy viviendo en mis propias carnes, al no haber vegetación la erosión es extrema, por lo que decido parar en ese momento. Son areniscas y conglomerados de origen marino, ya que este espacio estuvo inmerso en el mar, y tras la bajada de las aguas hacia el Mediterráneo en épocas lejanas, quedaron formados estos barrancos, cárcavas y torronteras, que por su situación climática y edáfica no pudieron mantener casi ningún tipo de vegetación, dejando estos terrenos a disposición de los agentes externos como las lluvias torrenciales o el fuerte viento que domina el entorno, agravando su espectacular desertización.

Siempre estoy siguiendo la rambla principal, a diestro y siniestro sobresalen barrancos con caracteres parecidos a lo visto hasta ahora, variedad de formas, taludes, hondonadas, pero sobre todo, lo que los hace totalmente similares es las soledad y la sinfonía del aire, mezclada con los susurros de las palomas en los cortados y el trinar nervioso de jilgueros y verdecillos en la ribera del valle. Al llegar cerca de uno de esos barrancos me sorprenden de nuevo sus formas, decido descargarme y penetrar hacia él esperando diferentes fotogramas, y así ocurre, posiblemente una paloma zurita en uno de sus vuelos ha sido sorprendida por un cernícalo, siendo cazada irremisiblemente.
Allí se encontraban sus restos, y yo, trepando por los trancos del angosto barranco me la encontré dispersa por el arenal.
Todo sigue igual, recojo mis enseres y un poco más abajo asciendo a cerca de una de las figuras más impresionantes del lugar, parecen hongos en las cúspides de los cortados, al llegar encuentro una meseta que me da una idea bastante clara y general del desierto, éste es un conjunto de ramblas de distintos tamaños, rodeadas por bad lands o tierras muertas, en las que la erosión las hace muy frágiles y donde los seres vivos se reparten en las riberas de las ramblas y algunos más sacrificados se adhieren a estas tierras, como son los espartos o las escobillas.

El paisaje ha debido modelarlo alguien especial, siguiendo el camino descubro otros dos cortijos derruidos también, estos han debido de ser de gran magnitud porque aún siguen en pie parte de los mismos, teniendo diversas dependencias, lo que delata que allí hubo un vida de labor importante.
El valle se vuelve a abrir, llego a un nueva bifurcación en donde se aprecia a lo lejos la vía y el puente que cruza hacia las carreteras principales de Almería. Éste es el arroyo de Verdelecho, es el momento de cambiar de orientación y ascender este otro valle ancho y seco, que entre paredes de más de cien metros de altura en vertical sigo en dirección noroeste. Debido a las últimas lluvias, el piso está marcado por el barro seco, y en él brotan diversas huellas de avecillas, zorros y conejos o liebres.
Es la hora de tomar un descanso y aportarle energía al sorprendido cuerpo, en uno de los pequeños saltos pétreos del valle decido abrir el mantel y degustar el manjar preparado, siempre es un manjar comer en plena naturaleza.
En mis experiencias en solitario por bosques y montañas las sensaciones de aislamiento no habían proliferado tanto como en este ambiente, aquí el eco de los sonidos es mucho mayor y todo se escucha más. Ya estoy de nuevo en marcha y empiezo a buscar un lugar propicio para acampar, mis pensamientos tienen en estos momentos éste como principal objetivo, ya que sobre las seis de la tarde la luz será muy escasa, y antes debo haber encontrado un asentamiento.

Esta subida se empieza a hacer monótona, llego hasta un nuevo cruce de caminos, decido ir hacia la derecha, ascendiendo una pequeña rambla que entre diversos meandros me lleva a un pequeño oasis cargado de tomillos, bufalagas, adelfas, matagallos y retamas. Éste será el lugar adecuado para descansar esta noche.
Una vez montado el campamento me voy sólo con la cámara y el machete, después de un corto recorrido subo de nuevo a las mesetas y disfruto de una panorámica especial, a o lejos se observan los “poblados antiguos del Oeste Americano”, el terreno está plagado de cárcavas, de entrantes y salientes, donde conejos y liebres realizan una y más correrías. La vegetación en estas alturas sigue siendo típicamente árida, las chumberas y pitas marcan su territorio, observo desde arriba donde está enclavado mi campamento, la imagen es original, el meandro plagado de vegetación, todo el alrededor sin vida, de un color gris aclarado, todos los pequeños montículos terminados en cúspide, erosionados y erosionables, paredes de arenisca casi verticales..., en definitiva un cuadro difícil de imaginar si no lo vives in situ.

La luz empieza a escasear y decido volver a mi morada, en la bajada por el ramblizo recuerdo el voleteo de uno de los endemismos de este paraje, el camachuelo trompetero (Bucanetes githagineus). Esta avecilla que sólo vive en este desierto en Europa, además de en las Canarias, en el este de Pakistán y en los desiertos de Arabia y el Sahara, necesita terrenos áridos, rocosos y abruptos, con poca vegetación, aunque como es natural deben tener algún punto de agua no muy lejano a su hábitat.

La noche se ha cerrado, empiezo a notar una de las peculiaridades de estos entornos, la temperatura comienza a bajar y me dispongo a organizar la tienda. Previendo las excesivas horas nocturnas que me esperaban, he traído un libro para entretenerme, me introduzco en el saco y pronto me tengo que tapar por completo. Sentado en la puerta y con el infernillo encendido me regocijo con el paso de algún que otro murciélago, la luna se encuentra en cuarto menguante, y la mente me lleva hacia algunos seres que podrían deambular por aquí, y que en un descuido sin mala intención, se defenderían produciéndome algún daño difícil de reparar en esta lejanía.
Son las culebras de escalera o herradura, los ciempiés o los mismos alacranes, que al tener un mayor trasiego nocturno, la suerte les podría llevar hasta mí, lo que realmente no ocurriría.
La cena ha estado correcta, me tumbo para leer otro rato, la tienda está herméticamente cerrada y el sonido exterior no existe. Son las ocho de la tarde noche, debo intentar dormir, apago las velas, la linterna y el infernillo, cierro los ojos...

Me he sobresaltado, no se que hora será pero fuera de la tienda hay trasiego y seguro que no es de gente. Agudizo el oído y presiento pisadas fuertes, algún mamífero está olfateando cerca de mi cabeza, me incorporo y asusto al posible predador. Mi intuición me hace pensar que ha podido ser un zorro, que en su paseo cazador ha detectado un olor desagradable para él, y al mover la tienda habrá “salido por patas”, pensando que allí se encontraría el ser más perjudicial para su conservación.
Había acertado, aunque mi presencia no supondría ningún riesgo para él, su espíritu de supervivencia lo tendría ya muy lejos de aquella estancia.
El amanecer me saca del recinto, ha sido una noche entretenida, pensando, moviendo mis huesos de aquí para allá, durmiendo también, pero por fin ya puedo salir. El frío ha sido muy intenso, lo imaginaba, pero después de haber estado durante todo el día a unos 15º, no creía que podría alcanzar los 2º bajo cero vividos. Al aflorar de la tienda padezco la humedad que toda la noche he sentido sobre mí, el haber instalado el campamento en un pequeño oasis de vegetación, ha producido un exceso de rocío que ha encharcado literalmente todo el espacio.

Una vez recogido todo sólo me queda volver por el camino andado el día anterior, aprovechando otras horas de luz y otras imágenes que seguro me sorprenderán. Al paso por las ramblas detecto abubillas y cogujadas en parejas. Las liebres se cruzan de una ribera a otra, marcando con sus huellas el barro rociero. En una pequeña explanada cuajada de florecillas de varios colores, me percato de una de las plantas endémicas y únicas de este maravilloso espacio, es la crucífera Euzomodendrom bourgaeanum. Es un vegetal con pétalos en cruz, de un color amarillo apagado, y al cual no se le conoce ningún pariente cercano.
¿Creéis que ha merecido la pena la aventura?, pienso que sí, estos descubrimientos hacen de este cariño por la naturaleza algo difícil de explicar, pero que sin duda nos vuelve a introducir en la misma aún con mayor fervor.


Este Paraje Natural Protegido merece ser visitado por vosotros los amantes del campo, respetándolo como el más valioso de los entornos, y sobre todo, aunque no lo sea, sí mimándolo, porque es el más delicado de ellos.



Endemismo del Desierto: Euzomodendrom bourgaeanum

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