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Salomón III:

Primavera de 1984. “Sierra Nevada, un Enigma”

Vivíamos a tiro de piedra de la monumental Xolair pero no la conocíamos. Paco, Ernesto y yo decidimos hacer una ruta por la desconocida Sierra, y para ello contactamos con alguien muy experimentado, un maestro llamado Jesús que había llegado al pueblo no hacía mucho tiempo. Después de hablar con él y darnos toda la información, nos dice que si queremos él nos puede acompañar, por supuesto le dijimos que sí, y en pocos días preparamos la novedosa aventura. Nos planteó salir al anochecer de Dúrcal, para coronar la cima del Cerro del Caballo al amanecer, nosotros aceptamos.

Vamos cargados con las mochilas, la noche es cerrada, sin un reflejo de luna y empieza a hacer frío. Jesús se nos pierde de cuando en cuando, pero a base de silbidos lo localizamos una y otra vez. El sudor es incesante y mis piernas empiezan a resentirse del esfuerzo y de los rozamientos en la zona interna de las nalgas. Ernesto está muy fuerte, pero Paco y yo estamos deseando descansar. De repente se oye una voz a lo lejos, en las alturas, que nos dice que estamos llegando, son las tres de la madrugada y nos acercamos a unos refugios de ermitaños que conocían a nuestro impertérrito guía. Jesús nos comenta que descansaremos unos minutos para reanudar enseguida la marcha. Nosotros nos miramos con incredulidad, no estábamos ni para respirar, ¿cómo vamos a seguir?. En un alarde de inspiración le insinuó que sería necesario descansar hasta el amanecer, y él, con resignación, decide pernoctar en lo que para nosotros sería un albergue de cinco estrellas. Nos había dado una lección de poderío ante las dificultades de la naturaleza, debíamos aprender mucho de este enmarañado mundo.





Verano de 1990. “Conociendo el Pulmón de Andalucía”

Si en nuestras reuniones había comentarios de un lugar mítico en Andalucía, ese era la Sierra de Cazorla. Después de algunos escarceos por las sierras cercanas a nuestra población, decidimos organizar un campamento de varios días en este grandioso lugar. Allí empezamos a conocer el Bosque Mediterráneo, su vegetación, sus animales y su componente geológico, todo nos parecía espectacular y sorprendente, viviendo cada momento de esta experiencia a toda la capacidad que nuestras neuronas podía asimilar.

Vimos por primera vez las ardillas y los jabalíes, distinguimos los excrementos de ungulados como los muflones, nos bañamos en el río que riega gran parte de nuestra tierra, el Guadalquivir; en dos ocasiones estuvimos prácticamente perdidos, llegamos a estar por momentos deshidratados..., todo fue único y sobredimensionado por la juventud e inexperiencia de nuestro grupo.

Uno de las jornadas hacíamos la ruta del parque cinegético, pensábamos que iba a ser suave y decidimos subir al picacho, lo que nos costó quedarnos sin líquido en nuestras cantimploras, el calor era extenuante. En la cima observamos un refugio forestal, al acercarnos a él apareció el guarda, que no con demasiada amabilidad nos calmó la inseparable sed que nos perseguía día tras día. En ese momento, una vez empinado el pipote, le pregunté al guarda que si me podría decir cuál era la diferencia física entre un ciervo y un jabalí. El guarda me miró fijamente con cara de pocos amigos, mientras Andrés, José Mª y José Luis, no paraban de reír. Después de unos segundos dubitativo, me di cuenta de mi gazapo, quizás la deshidratación me hizo decir lo que no quería, yo lo que no conocía realmente era la diferencia entre un ciervo y un gamo, sí, un gamo; sólo me quedó disculparme y seguir sonriendo con mis compañeros de fatiga.



Verano de 1991. “Primera Expedición al Pirineo”

Durante el invierno pasado nos reunimos un grupo de amigos para organizar una expedición a los emblemáticos Pirineos. Después de algunos años disfrutando de la naturaleza creíamos que podíamos realizar algunas rutas importantes por aquella cordillera, y así fue.

Hoy hemos salido de madrugada de Sallént de Gállego, queremos atravesar el valle del río para pasar a la zona de Panticosa. Es muy temprano y todavía el sol no ha salido. El verde de la ribera es espléndida, el agua de sus cascadas es ensordecedora y cada mirada nuestra es un clamor de expectación y sorpresa. Una vez pasado el refugio de Repomuso llegamos a un collado, allí la vista grandiosa, hacemos unas fotos y de repente, José, uno de los componentes del grupo, dice que va a seguir por delante. Al poco rato salimos nosotros también, bordeando la circular laguna y observando por donde se encuentra nuestro compañero. Al ver que no lo detectamos, paramos al salir de la laguna y comenzamos a llamarlo, ya que el sendero indica seguir continuamente bajando y él no se ve por allí.

Después de una larga espera descendemos hacia los Lagos Azules y Bachimaña, siempre preocupados por no ver a nuestro amigo, hasta que llegamos a la estación de Panticosa. Decidimos almorzar en la arboleda de la laguna del balneario, pero antes damos una vuelta por el poblado preguntando por el montañero desaparecido.

Son las seis de la tarde y allí no aparece nadie. Dos de nosotros hacemos auto stop hasta la población donde tenemos nuestro campamento, Sallent. Al llegar al camping nos aposentamos y esperamos ver con ansiedad la imagen de José, aunque este no llega. El atardecer hace desaparecer el sol y cuando empezamos a pensar en dar parte a la Guardia Civil, surge del fondo del camino nuestro amigo, la alegría es intensa, ya está aquí. Él viene triste y con alguna magulladura, después de descansar nos cuenta su particular aventura. Nos dice que en el cruce de caminos de la laguna redonda, en vez de bajar hacia Panticosa, se despistó por unos montañeros que subían y decidió seguir hacia los aterradores Picos del Infierno. Después, al no vernos, siguió con estos montañeros que le ayudaron, con algún traspiés, a llegar sano y salvo de nuevo al campamento.



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