La situación geográfica de la sierra de la Contraviesa la
hace tener unas características muy peculiares a la hora de representar su
naturaleza. Se encuentra muy cerca del Mediterráneo, bueno, podríamos decir que
penetra en él, además sólo el rugir del río Guadalfeo la separa de la mole de
Sierra Nevada. Esto hace que la mayoría de los recursos hídricos estén
relacionados con el mar, y no con las precipitaciones. La humedad que genera el
gran Mare Nostrum es la responsable de algunas de esas necesidades ácueas, ya
que la pantalla que forma el macizo de Xolair reduce la llegada de borrascas a
esta comarca.
El inicio de la rambla |
No obstante esta sierra no es excesivamente seca, mejor
dicho, no es nada seca, se encuentra rodeada de agua por casi todos sus
frentes. Por el norte el Guadalfeo, por el este el río Adra y por el sur el
nombrado Mediterráneo. Esto ha conformado una fisonomía muy marcada, que hace
que desde sus alturas se formen lo que aquí llaman “ramblas”, que no son otra
cosa que pequeños o grandes valles que empiezan casi en las cimas de la sierra
y terminan en los grandes ríos o el mar. Las aguas de la sierra son casi todas subterráneas,
estas ramblas van prácticamente todo el año secas, aunque en sus riberas el
tipo de vegetación señala que en el
subsuelo cercano el agua está muy presente.
Este es la razón por la que vamos a clasificar a este
entorno como monumento natural, es una rambla, sí, pero no es seca. Es el único
valle de la Contraviesa que no pierde la escorrentía de agua durante el año, ni
siquiera en la época estival. A continuación vamos a hacer un recorrido natural
por la “Rambla de Guainos”, o como aquí la llaman, las “Estrechuras de
Guainos”.
El inicio del arroyo y de las estrechuras |
Para empezar el recorrido por este entorno deberemos
acercarnos a la pequeña aldea de Guainos Altos, población que se encuentra muy
cerca de Adra, Almería. El coche lo dejamos en la plazuela del pueblo y bajamos
a la rambla que casi lo circunda. Al llegar a la misma ya aparecen los cantos
rodados formando una gran explanada al lado de varios cortijos. Ascendemos el valle,
un sorprendido perro nos da la bienvenida observándonos con varios giros de
cuello. Al pasar el primer meandro nos encontramos con una indicación similar a
la que vimos al bajar a la rambla, en ella nos marca una ruta hacia la Ermita
de la Sierra, nosotros no la seguimos, nuestros pasos avanzan hacia las
Estrechuras, que también está mostrada en el hito.
El barro empieza a denotar la pronta presencia de agua, las
sombras son constantes, cada vez el espacio del valle es más reducido y la
pedrera en la que comenzamos desaparece por completo para convertirse en una
roca marmórea que envuelve todo el suelo y las paredes de la vaguada. Las
cañaveras y la altabaca se borran de nuestra vista para surgir una vegetación
impresionante totalmente ribereña, a nuestro paso una bandada de jilgueros saltan de los pequeños tarajes y desaparecen
por el espolón. Desde este momento el agua no dejará de acompañarnos en nuestro
paseo, soterrándose a veces para en pocos metros volver a emerger al exterior.
El camino es suave, con poco desnivel, en uno de los
minúsculos saltos de agua debemos pasar por unos anclajes artificiales que años
atrás grupos de voluntarios ambientales colocaron incrustados en la misma
pared. Estos anclajes los encontraremos en los pasos más complicados, lo que
hará que el recorrido sea cómodo y adaptado a casi cualquier edad.
Ecosistema acuático |
Los parajes que rodean estas ramblas, fueron lugares en los
que vivieron durante varios siglos los descendientes de la mayoría de la
población que ahora reside en las grandes urbes cercanas. Su medio de vida era
la agricultura en pequeños cultivos y la ganadería basada en grupos de animales
necesarios para sobrevivir, como cabras, gallinas, conejos o cerdos. De esta
época todavía aparecen algunos vestigios, que aprovechando las surgencias de
agua continuas del lugar, construyeron varios acueductos de piedra que
encontraremos en más de una ocasión durante el recorrido.
Ya llevamos un largo trecho en el que la rambla se convierte
en la famosa “estrechura”, los saltos de uno al otro lado del arroyo son
constantes, el agua es escandalosamente límpida, entra gana de sorberla y
refrescar el gaznate, aunque esto no es aconsejable por la cantidad de animales
y rebaños que pueden merodear por los alrededores.
Acueducto y túnel |
Cuando tornamos la mirada
hacia arriba encontramos un pequeño callejón que nos dirige hacia el cielo, no
vemos que hay encima, qué puede haber en los altos de los ricos que nos
acompañan. En una de esas miradas un silencioso y escurridizo roquero solitario
salta de una de sus atalayas a otra cercana. Sólo con los prismáticos podemos
observar sus majestuosas plumas azules que deslumbran con los rayos de sol. Al
saltar las numerosas pozas que forma el arroyo sentimos el chapoteo de las
ranas, que al no esperarnos se precipitan hacia sus limitadas profundidades
buscando un escondrijo que a veces no encuentran.
Volvemos a sorprendernos del trabajo del ser humano en
épocas muy duras, en uno de esos acueductos llegaron a tropezar con la roca
madre, un pequeño túnel, no sabemos con qué tipo de recursos o herramientas,
fue excavado para salvar el accidente geográfico. La perfección del mismo nos
da una idea de la capacidad del ser humano ante las adversidades que a lo largo
de los siglos fueron encontrando en la madre Tierra, nosotros ahora no tenemos
más que enorgullecernos de nuestros antepasados, que nos dejaron este legado
sin prácticamente influir en el medio, algo que no podemos asegurar de nuestra
presencia actual en nuestros territorios.
Horadando la roca |
Paso a paso proseguimos el camino, las estrechuras se abren
por momentos, y es en ese instante cuando de entre la vegetación aparece uno de
los seres más longevos de este hábitat, un sauce negro que por su tronco
podemos asegurar que tiene varios cientos de años. Nos sentamos en su fresco
regazo y aprovechamos para trasladar la mente a épocas anteriores, a épocas medievales.
Aquellos niños, aquellos adultos, ¿disfrutarían de este monumento en el que la
naturaleza los había incrustado?...
Precisamente el carácter monumental de esta rambla es su increíble
diversidad vegetal, lo que lleva irrevocablemente a una variedad faunística
difícil de encontrar en otro paraje de esta sierra.
Después de observar los alrededores del magnífico ejemplar
de sauce entendemos su longevidad, cerca de él tiene un excelente sustrato
debido a los sedimentos producidos por las lluvias, además la continua presencia
de agua hace que este ser haya podido mantener esa presencia durante tantas
generaciones.
Pero esto no solo le ha pasado a este portento, a su alrededor vemos y veremos durante toda la marcha diversas plantas que por supuesto aceptan con agrado la humedad edáfica del suelo. Los bosquetes de adelfas, alguna de ellas también centenaria, los espacios plagados de juncos, cañaveras y carrizos, los bosquecillos de lentiscos y algún que otro taraje, nos hace desplegar todos los sentidos para captar cada uno de los fotogramas que nuestra vista absorbe.
En una de las pétreas balsas producidas a través de los milenios por la erosión del agua sobre la roca, observamos en el lodazal una huella de jabalí tremenda que nos dirige la vista hacia nuestro contorno, es un lugar idóneo para estos ungulados, agua, barro, vegetación infranqueable, es decir, un espacio hecho para ellos. Al iniciar de nuevo el rumbo nos desviamos hacia la izquierda exterior del barranco, el valle es intransitable, así que subimos una estrecha senda que nos sube por encima de la vaguada. Desde esta posición divisamos toda la garganta, es un tupido bosque de sauces, tarajes y lentiscos entre los cuales nos solo vivirán los jabalíes, sino otros mamíferos sorprendentes como las garduñas, los tejones o los propios gatos monteses.
Pero esto no solo le ha pasado a este portento, a su alrededor vemos y veremos durante toda la marcha diversas plantas que por supuesto aceptan con agrado la humedad edáfica del suelo. Los bosquetes de adelfas, alguna de ellas también centenaria, los espacios plagados de juncos, cañaveras y carrizos, los bosquecillos de lentiscos y algún que otro taraje, nos hace desplegar todos los sentidos para captar cada uno de los fotogramas que nuestra vista absorbe.
Sauce bicentenario |
En una de las pétreas balsas producidas a través de los milenios por la erosión del agua sobre la roca, observamos en el lodazal una huella de jabalí tremenda que nos dirige la vista hacia nuestro contorno, es un lugar idóneo para estos ungulados, agua, barro, vegetación infranqueable, es decir, un espacio hecho para ellos. Al iniciar de nuevo el rumbo nos desviamos hacia la izquierda exterior del barranco, el valle es intransitable, así que subimos una estrecha senda que nos sube por encima de la vaguada. Desde esta posición divisamos toda la garganta, es un tupido bosque de sauces, tarajes y lentiscos entre los cuales nos solo vivirán los jabalíes, sino otros mamíferos sorprendentes como las garduñas, los tejones o los propios gatos monteses.
Antes de volver a la cañada tropezamos con otro de los
lugares únicos del valle, es un molino harinero en ruinas que nos deja percibir cada una de sus partes necesarias
para el buen funcionamiento de la labor. Por la importancia de estas
construcciones en épocas pasadas me voy a detener en ellas, dando una serie de
conocimientos para hacernos una idea de su funcionamiento.
Estos molinos se utilizaban para moler los granos de
diversos cereales que posteriormente se utilizaban para hacer pan u otros
productos derivados de ellos. Siempre estaban cerca de ríos o arroyos, mediante una presa,
una acequia dirigía el agua hasta el cubo, que era una construcción vertical
que se iba estrechando hacia abajo para aumentar la presión del agua que
recibía. Esta agua iba a parar al cárcavo, que era una habitación que estaba
debajo de la sala de molienda, desembocando en el rodezno o rueda hidráulica
que hacía mover una de las piedras de moler sobre la otra en la sala de
molienda. El grano se echaba en la tolva de madera en forma de pirámide
invertida, que caía sobre las piedras, siendo de esta forma molido y convertido
en harina. Ésta caía al jarnal, y el molinero la recogía para después cernedla
con un cedazo para dejarla más pura.
Adelfa centenaria |
De esta construcción ha desaparecido la sala de molienda y
sus utensilios, pero tanto la presa, la acequia y el cubo han quedado intactas
para el regocijo de los paseantes.
El camino vuelve a llevarnos hasta el angosto valle, el agua
nos salpica de vez en cuando saltando sobre sus escalonadas fallas. No muy
lejos de donde nos encontramos planea un pequeño halcón, concretamente un
cernícalo. Lo observamos con los prismáticos y al perderse por uno de los
acantilados nos sorprende una despistada cabra montés ramoneando uno de los
muchos arbustos del lugar. Éste es posiblemente el animal más carismático de
esta sierra, hace ya bastantes lustros que bajaron de Sierra Nevada buscando un
clima más hospitalario, encontrando reductos como este valle, que con sus
opulentas aguas y su inmensa vegetación hicieron que este caprínido se adaptara
perfectamente al nuevo ecosistema.
Ranas en invierno |
Volvemos a ascender unas exiguas cascadas, introduciéndonos
por un cañaveral en túnel que nos lleva hasta otro pequeño bosque de sauces
amarillentos, varios carboneros y un herrerillo cruzan de aquí para acá, no nos
ven, por lo que aprovechamos para deleitarnos con sus movimientos y sus gorjeos.
Al fondo observamos un gran conjunto de rocas gigantescas que taponan toda la
rambla, al acercarnos vemos que es un laberinto entre el que corren las aguas
saliendo por donde pueden. Este es el fin de nuestro camino, la vuelta la
realizamos por el mismo lugar, ya que será el momento de prestar algo más de
atención a aquellas zonas más atractivas. El bocadillo y el vino serreño ponen
fin a otro lugar que siempre estará cerca para ser visitado.
Así sería el molino (www.arroyomolinosdeleon.com) |
Así es actualmente |
Quisiera aprovechar esta maravillosa biodiversidad, para
proponer al lector no iniciado en el mundo de las plantas a introducirse la apasionante botánica, para ello voy a nombrar toda la flora observada con sus
nombre comunes, así el investigador deberá descubrirlos y si puede
fotografiarlos. Deberemos llevar en una libreta de campo apuntados todos estos
nombres, para buscarlos y compararlos en la guía de plantas, para añadirle su
nombre científico, observándolas y dejándolas en nuestro recuerdo. Será una
forma de aprender la base de la vida de todos los animales, de las que no solo
nos alimentamos y nos aportan el oxígeno vital, sino que nos dan la posibilidad
de interactuar con ellas y sus animalillos correspondientes adaptados a su
ecosistema.
Material necesario para la actividad de botánica: cámara de fotos, cuaderno de campo, lápiz y guía de plantas.
Sauceda |
Adelfa, algarrobo, altabaca, aulaga, bolina, carrizo, cola
de caballo, cañavera, culantrillo, esparragera, espino negro, garbancejo, granado,
helecho, hinojo, junco, lentisco, marrubio, mastranzo, matagallo, pino
carrasco, retama, romero, sauce y torvisco.
* Como dato anecdótico, el tiempo que podemos utilizar para realizar la ruta está entre tres y cuatro horas, ida y vuelta, dependiendo del tiempo que utilicemos en deleitarnos con su biodiversidad.
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