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LA ESCUELA DEL CORTIJO LA CUESTA DE ALBUÑOL

 Durante la década de los años 50 del siglo XX se estableció la Enseñanza Primaria en los cortijos de la Alpujarra granadina, mediante Escuelas Rurales.

La Escuela Rural se configuró como un medio fundamental para garantizar el acceso a la educación en territorios rurales, y constituyó un elemento clave para el desarrollo social y la igualdad de oportunidades de la población donde se encontraba ubicada.

Maestra con sus alumnos en el exterior

Los niños sin escolarizar vivían en cortijos y diseminados lejos de los centros de enseñanza.

Los maestros rurales fueron enviados a Escuelas Rurales que no existían, pero ellos eran los porteadores de idea de Escuela, por eso los maestros rurales de mediados del S. XX fueron los constructores del modelo de escuela en una comunidad rural.

El maestro impartía clase a todos los alumnos juntos en el misma aula, independientemente de su nivel y edad.

 

Hoy nos encontramos en lo que fue la Escuela Rural del Cortijo La Cuesta de Albuñol, en la Alpujarra baja de la provincia de Granada.

Ermita del cortijo La Cuesta

La primera instalación de la escuela en este cortijo fue en un almacén en la planta baja de una casa que un vecino cedió para tal fin. La vivienda de la maestra era en una casita contigua al almacén.

Con el tiempo, al aumentar el número de alumnos que venían de las numerosas cortijadas vecinas, este local se quedó pequeño como escuela.

Esta circunstancia, sumado a la necesidad de tener un lugar para el culto en el cortijo, hizo que una vecina donara un terreno enfrente de donde estaba situada la escuela y así construir una Escuela - Ermita que a la vez tuviera vivienda para el maestro. Esta se construyó en poco tiempo y en ella colaboraron todos los hombres y mozuelos del Cortijo La Cuesta.

Interior de Escuela - Ermita



Se hizo en una misma edificación, pero con dos entradas diferentes. Una entrada en el lateral para la casa del maestro, y otra entrada principal de acceso a la Ermita.

La pequeña vivienda de la casa del maestro se comunicaba por el interior con la Ermita a través de una pequeña puerta a la altura del Altar. Por este acceso, la maestra podía acceder desde su casa a dar las clases sin salir a la calle. Para dar las clases, el Altar quedaba oculto por unos paneles de madera que se abrían y cerraban a voluntad. Sobre estos paneles se colgaba la pizarra.

Entrada recibidor de la escuela

Dentro de sus limitaciones de espacio, la casa del maestro disponía de las siguientes dependencias: Entrada-recibidor, pasillo-distribuidor, derecha 2 dormitorios, izquierda pasillo, cuarto de estar chimenea, cocina de leña y fregadero, y despensa con pequeña nevera. Desde la despensa se accedía a un pequeño patio exterior en donde se encontraba el retrete. No disponía de cuarto de baño ni agua corriente, por lo cual debían de ir por ella a la fuente del Cortijo. Sí había electricidad.

 

Así pues se trasladó la Escuela a la Ermita, comenzando allí las clases. Referenciar de paso que siempre fueron maestras las que ejercieron su labor en el Cortijo.

La Ermita ya estaba hecha, pero aún faltaba dotarla de un Santo que venerar. Fue entonces cuando otra vecina devota de la Virgen de Fátima donó una imagen de esta para presidir el Altar mayor. Este acto lo realizó en agradecimiento a la Virgen por haber sobrevivido y recuperado de un grave accidente de tráfico. Desde entonces, la Virgen de Fátima es la patrona del Cortijo La Cuesta de Albuñol, y todos los meses de mayo por la fecha de su festividad se le celebra una misa en la Ermita, con procesión posterior. Al terminar los actos religiosos se tiran cohetes y los vecinos y allegados se juntan en una comida de convivencia.

Pasillo de las dependencias

A la Escuela del Cortijo venían a recibir clase muchos niños de cortijadas vecinas, algunas a gran distancia caminando, subir y bajar fuertes pendientes y cruzar barrancos como los que venían del Cortijo “Los Coloraos”. Transitaban por los caminos reales y de herradura, bien conservados por entonces. Los más atrevidos atrochaban campo a través por medio del secano, como los hermanos Carmona, que venían del Cortijo “El Cantor” y atrochaban por la fuente “La Teja”.

Acudían a recibir sus clases niños de cortijos del municipio de Albuñol (Los Coloraos, El Cantor, El Búho y Caseta El Maurel) y otros de cortijos del vecino municipio de Sorvilán (Los Bellidos, La Torrecilla, El Madroño y La Cruz).

En la Ermita se daban clases de lunes a viernes, y los domingos se celebraba misa.

Salón con chimenea

El horario de clases era por la mañana, hasta el mediodía, volviendo los alumnos a sus casas para almorzar. La maestra escribía y explicaba los ejercicios en una pizarra, los alumnos pequeños escribían en una pequeña pizarra con un pizarrín, y los mayores en una libreta con lápices. Tenían Enciclopedias Escolares. Los pupitres eran los clásicos de la época, de 2 plazas, que en los soleados días de primavera los sacaban a la puerta de la escuela y daban la clase en la calle.

Cuando por la noche las personas mayores volvían de las tareas del campo y alistaban los animales, a quien quería y lo necesitaba la maestra también le daba clases, enseñándoles a leer, escribir y operaciones básicas de matemáticas.

Las maestras que trabajaron en el Cortijo La Cuesta de Albuñol eran muy respetadas y estimadas por todos los vecinos, y era normal que, aunque ellas tuvieran su propia vivienda en el Cortijo, fueran invitadas a comer y a pasar las largas sobremesas de invierno en casa de alguna familia del Cortijo, para que no estuvieran solas.

Acceso exterior a los excusados

Hoy en día la Escuela Ermita del Cortijo La Cuesta lleva muchos años cerrada y se mantiene en pie gracias al cuidado y mantenimiento de los vecinos.

 

Otras Escuelas Rurales del municipio de Albuñol, destacables en su momento, fueron:

Escuela Cortijo Los Rivas (en pie), Haza Mora (ruinas), La Ermita EL Palomar (ruinas), Los Yesos (desaparecida) y Chaulines (desaparecida).

Cocina fregadero

Otro ejemplo diferente de Escuela Ermita en el pueblo de Albuñol, que funcionó como Aula Complementaria al Colegio Natalio Rivas, fue la Ermita de San Marcos, en la que muchas generaciones de albuñolenses cursamos 5º de Educación Primaria con un profesor de referencia.

 

La decadencia de estas Escuelas Rurales en La Alpujarra fue motivada por el hecho de que en los años 70 se produjo un fenómeno social que cambio la vida en los cortijos: la emigración. Muchos habitantes partieron al extranjero, y otros a Cataluña y a otras regiones españolas en busca de mejores perspectivas económicas. La mayoría de ellos marcharon a la comarca del poniente almeriense, El Ejido y Roquetas principalmente, comprando con sus ahorros un terreno que resultó ser muy próspero cuando comenzaron los años del cultivo en invernadero, siendo este ahora su medio de vida.

Despensa alacena

Al mismo tiempo, las familias que a duras penas subsistían en el campo debido a la bajada de precios de los productos que cultivaban (almendras, uvas, higos y cereal), se vinieron a vivir al pueblo, Albuñol, abandonando los campos y cerrando cortijos y viviendas, que poco a poco se convirtieron en ruinas.

 

Autores: Eduardo Antonio y Andrés López Lorente

Fuente: Vecinos y antiguos alumnos de la Escuela del Cortijo La Cuesta de Albuñol.




Procesión Virgen de Fátima años 60


Escuela cortijo Los Rivas

Virgen de Fátima de cortijo La Cuesta


Fuente del cortijo La Cuesta



Los Molinos de Harina: Un trabajo de siglos


Recuerdo que hace ya algunos años, en un viaje por el norte de España, encontramos en un caserío vasco a una señora que con mucho orgullo nos preguntó si nosotros sabíamos lo que era un molino, nos quedamos sorprendidos ya que aunque jóvenes, sí conocíamos la existencia de molinos en los alrededores de nuestro pueblo. Ella insistió, pero esta vez fue más lejos, pero… ¿los habéis visto en producción? En ese instante comprendimos que íbamos a conocer algo único para nosotros y nuestros pequeños hijos, el funcionamiento de un auténtico molino de cereales que, aunque ya no se utilizaba, estaba expuesto y en perfecto estado en este recóndito lugar vascuence.
Entrada al Molino

Pasado un tiempo volví a ver este imprescindible sistema de trabajo ancestral en dos molinos, uno en la Sierra Norte de Sevilla y otro en la población granadina de Padul. Ambos se utilizaban como reclamo turístico del entorno donde estaban enclavados, pero ya habían pasado a ser reliquias de una vida pretérita.
Cuando la Navidad pasada unos amigos me comentaron que en nuestra sierra existía aún un molinero, me extrañé, y les repliqué que se estarían refiriendo a un molino, aunque ellos insistían en que seguía estando en producción. Lo siguiente fue fácil, acercarnos a dicho lugar para cerciorarnos de esa rareza ancestral.
El río Guadalfeo no está en su mayor esplendor, pero por suerte sí lleva caudal suficiente para lo que esperamos sea una experiencia enriquecedora. Ascendiendo por el barrio bajo de Cádiar encontramos a la vuelta de la esquina un precioso caserón encalado en cuya parte baja se encuentra nuestro objetivo, el molino árabe. Al tocar en su puerta semiabierta de la hoja de arriba, nos recibe el hijo del molinero, Antonio. Nos invita a pasar mientras él avisa a su padre, todo lo que nos rodea son utensilios para el trabajo que aún realiza casi a diario. Algunos de esos utensilios son los cedazos, utilizados para cerner la harina, cuartillas y celemines, especie de cajones de madera utilizados como sistema de medida del género, varios gorrones metálicos que facilitaban la rotación de la piedra, un parahierro o eje que desde el rodezno movía la piedra de moler, algunos martillos para amolar la piedra de moler que se había quedado lisa, una báscula y unas romanas para pesar los sacos de maíz o trigo… y así una gran variedad de objetos, todos ellos con un valor didáctico cultural dignos de un museo como el que atesora esta familia y que han conseguido mantener a lo largo de su existencia.
Entrada del agua del río a la acequia del molino

Por fin conocemos a Domingo, nuestro protagonista. Llega subiendo las escaleras con una facilidad pasmosa, al presentarnos nos sorprende con su bondadosa sonrisa, es un hombre sencillo, con muchos años a sus espaldas que no aparenta, nos dice que ya son 88, y con una felicidad y orgullo por su profesión que trasmite cuando empieza a hablar de su vida, de una vida de molinero que por suerte aún puede realizar. Nos encontramos posiblemente ante el último molinero, no de la Contraviesa ni de Granada, sino de España.
Domingo comienza a deleitarnos con sus experiencias de antaño, antes de empezar con su clase magistral nos introduce un poco en el mundillo del molinero. Los productos que se utilizaban para moler eran sobre todo el maíz y el trigo, aunque la cebada y el centeno para comida de animales también era molido, y como algo más sorprendente, el pimiento rojo que se cogía y se secaba en diciembre para molerlo y hacer pimentón para las matanzas familiares del marrano.
Acequia y compuertas de entrada al pozo del molino

Una vez que los agricultores habían recogido el cereal, y en las eras habían realizado las parvas, éstos trasladaban el género a las casas, y es en ese momento cuando empezaba el trabajo del molinero. Domingo desde niño acompañaba a su padre con una borriquilla, que llevaba colgada una campanilla para ser oída por los vecinos, que conocían su sonido y se asomaban por las ventanas llamando al molinero, entonces ellos se acercaban, cargaban los sacos en el animal y volvían al molino. Allí comenzaban su trabajo, sin horario, sin jefes, pero con una constancia necesaria para cumplir con sus obligaciones. Ellos tenían tres pares de piedras, es decir, tres molinos en el mismo recinto. En uno de ellos molían el maíz o trigo para la población en general, en otro el mismo cereal pero más refinado para los “señoritos” del pueblo, y en el tercero los cereales más bastos que servían de alimento para las bestias. Cuando terminaban el trabajo volvían a transportar en el burro, esta vez ya la harina, hasta las casas de los labriegos, consiguiendo una ganancia aproximada del 10% de la producción.
Caída del agua al rodezno

El trabajo específico del molinero empezaba cuando tenían que limpiar los cereales antes de echarlos a la tolva. En la acequia de arriba quitaban los restos  de paja, tizones o granos negros e incluso piedrecillas o chinas, de ahí se cree que viene la expresión “te ha tocado la china”, ya que si una de éstas pasaba a ser molida, podemos imaginar cuando era amasada y convertida en pan a la hora de ser masticada.
Una vez limpio el cereal se echaba a la tolva, se abría en la calle la compuerta de la acequia y esta desembocaba en el salto que era de madera de castaño hasta llenar el pozo, en ese momento abrían la compuerta inferior y el agua era lanzada con gran presión  sobre el rodezno, que empezaba a girar moviendo mediante el eje la piedra moledora de arriba del molino, llamada corredera. El cereal caía de la tolva hacia el agujero central de la corredera, cayendo sobre la piedra inmóvil de abajo para, con la presión de ambas piedras, moler el grano, que paulatinamente iba cayendo hecho harina sobre el cajón de recogida.
Tolva, Corredera y Solera

Domingo sigue departiendo con nosotros intentando hacernos entender un oficio que ya es historia pasada, pero de vez en cuando se separa acercándose al cajón donde cae la harina, mete sus sensibles dedos y coge parte de ella, la acaricia y se aproxima  al alivio, le da un par de giros y vuelve a la conversación. Nosotros, ignorantes de estas tareas, preguntamos qué acaba de hacer, entonces es cuando él vuelve a disfrutar de su explicación.
Cuando la harina se está produciendo había que estar muy pendientes de ella, ya que según qué tipo de cereal fuera o para quién fuera, debía tener una textura y grosor diferente, y eso es lo que hizo momentos antes, con una especie de llave en tornillo llamada alivio apretó la piedra superior sobre la inferior, cuyo nombre es solera, para afinar el grano, quedando una harina aún más delicada.
Una vez recogida la harina de la cajonera, se introducía en sacos y se cargaban de nuevo en la borriquilla, para a continuación acompañarla por el pueblo hasta llegar a la casa correspondiente, donde la descargaba y volvía a empezar el proceso de nuevo. Y así era su vida diaria, así fue creciendo con un trabajo que fue y es parte de su historia, y aunque pareciera sencillo, también era duro, sólo descansaba cuando había terminado el grano, los sacos cuando eran cargados de grano desde las casas podían llegar a pesar cien kilos… Una vida de esfuerzo pero a su vez de orgullo, ya que solo la expresión de su cara trasmite todo aquello que vivió y que ha dejado patente en este práctico museo del molinero.
Corredera moliendo maíz

El sonido de las piedras en movimiento siguen su recorrido constante, Domingo prolonga su conversación con sorprendentes anécdotas, recuerda que dentro de este laborioso trabajo, la tarea más ardua era cuando había que hacerle las muecas de nuevo a la piedra corredera, el molinero solo, mediante palancas, debía levantarla y traerla hacia fuera de su lugar de origen, allí volvía a hacerle las muecas, para terminar colocándola de nuevo en su sitio. Un esfuerzo importante que cada ocho o diez años había que hacerlo doble, ya que la piedra solera inferior se cambiaba por la superior, ya desgastada, para hacer a partir de ese momento de piedra moledora o corredera.
Cajón de recogida de la harina

La maquinaria en si del molino es sencilla, pero descubrimos con el octogenario molinero que además está llena de ingenio.  Para procurar la caída del maíz al hueco de la piedra, el mecanismo está compuesto de dos palos unidos entre sí, uno en contacto con el canal de caída del grano y otro que a su vez también está en contacto con la corredera, que al moverlo mueve el canal, cayendo suavemente el maíz en su lugar correspondiente. Otro de estos ingenios es la forma que tienen para saber que el grano se está acabando en la tolva, meten unas pequeñas placas metálicas atadas a un cordel dentro de la tolva, enterradas en el maíz, cuando queda poco cereal no aguanta el peso de las placas, así que caen en la piedra corredera y por el sonido que hacen alertan al molinero, es hora de reponer.
Control de calidad del Molinero


Hemos pasado unos momentos irrepetibles con el artesano, nos ha trasmitido su pasión y ha hecho que una tradición tan antigua para la supervivencia de anteriores generaciones sea conocida de forma pragmática, manteniendo este museo etnológico en plena producción, aunque no tanto como él quisiera. Y así, con unas cuantas experiencias más, nos despedimos de Domingo y su hijo, al salir por la puerta las piedras aún siguen la molienda. La misma agua que movió aquellos molinos ancestrales ahora mueve éste, la Sierra y el Guadalfeo siempre presentes en la vida de los serreños.

Fuente Histórica: Domingo Reinoso. Molinero de Cádiar.
Autor: Lisardo Domingo. 

                                                 La caída del agua sobre el rodezno

                                               El molino en pleno funcionamiento

Domingo, el "Último Molinero de España"

Tolva con maíz
 
Maquinaria y utensilios del molino


Alivio para regular la finura de la harina
Cuartillas y celemines para medir las ventas de harina

La Cultura del Vino


Preámbulo



Durante los siglos XVIII y XIX los vinos de la Contraviesa, junto con los de Málaga, eran los más importantes del Mediterráneo andaluz. Se realizaban exportaciones tanto de sus caldos como de sus pasas al extranjero, en 1845 se exportaron desde el puerto de La Rábita (Albuñol) 100.000 arrobas de vino a Gibraltar, y 700 botas de espíritu de vino con destino a Málaga, Jerez y Cádiz, procedentes de las destilerías de aguardiente ubicadas en esta sierra.
Antiguo Lagar


En 1865 el doctor Wilhelm Hamm en el artículo “Der Weine Spaniens” publicó en la revista Das Weinbuch el siguiente comentario: “Las montañitas que rodean Granada, dice Jakobs, son excelentes para elaborar vino, pero se hace con tanta falta de cariño que solo se producen vinos muy malos. En los pocos casos en que lo tratan con mayor esfuerzo sacan un vino tan bueno como el de Borgoña, sin el regusto de caso todos los vinos españoles”.

Viña en plena producción en la sierra


En 1883 se produce la terrible plaga de la filoxera, insecto que ataca a la raíz de la planta y la pudre,  que destruyó por completo los viñedos de esta y otras comarcas. Esto provocó un desmembramiento en la estructura de la propiedad, produciéndose el minifundismo y una fuerte emigración de la comarca, reduciéndose de forma alarmante en todas las poblaciones vinícolas de la sierra. La reconstrucción del viñedo fue muy lenta, no alcanzando la gran importancia que tuvo en esas épocas precedentes.
Actualmente el viñedo se extiende por las laderas de la sierra sobre todo por su vertiente sur, enfrentándose al mar Mediterráneo, sobre sustratos pizarrosos, y con un amplísimo horario de sol que los hace auténticamente originales.

La Plantación

En muchas de las zonas de secano de la sierra, cuando llegaba la época de lluvias en invierno, realizaban la plantación que más tarde se convertiría en cepas de viñas. Al año de haber realizado esta labor se injertaban en la planta madre mediante una cuña hendida sobre su tronco en la que se insertaba la especie de vid que querían producir. Durante este mismo año del injerto la planta se convierte en cepa, produciendo sus primeras uvas.
Planta Tinta


Cuando la planta ya estaba formada se descubría un palmo del suelo hacia abajo, cortándole las raíces superficiales con la intención de darle fuerza a la raíz principal para que profundizara buscando la humedad interior.
Durante los meses de abril y mayo la viña brotaba, siendo el momento para azufrarla, evitando así la plaga del hongo de la “ceniza”. Ya cercano o metido en el mes de junio se producía el “desanillamiento”, que consistía en quitar los tallos que no interesaban que crecieran por estar en una posición cercana al suelo de la viña. A partir de ahí, entrado el verano, se realizaba la “laborcilla”, moviendo la tierra de alrededor de la planta para que el terreno no se resquebrajara y perdiera humedad.
Antes de la labranza principal, que se realizaba en invierno, podaban las cepas retirando los sarmientos o ramas sobrantes de la labor. Esta labranza se hacía con una yunta de mulos que arrastraban un arado de madera y hierro que profundizaba en la tierra, moviéndola y aireándola para que la planta pudiera absorber el mayor número de nutrientes y agua.

La Vendimia

Entre mediados de octubre y mediados de noviembre se realizaba la vendimia o recolección del fruto. Se cortaban los racimos de uva y se echaban a las capachas de esparto que trasportaban los mulos, llevándolos estos directamente al lagar. Parte de estas capachas se volcaban en el suelo del lagar, procurando que no pasaran de un espesor de 10 ó 12 centímetros, para poder pisarla fácilmente y sacarle el mayor jugo de los racimos.
Planta Blanca


Los labradores se ponían en los pies las esparteñas o agobías y realizaban la pisada de la uva, que mediante un conducto dirigían el caldo directamente al tonel o barrica de madera preparada. La uva restante de la pisada se echaba en la prensa, hecha de capachas de esparto, exprimiéndola y procurando sacar todo el líquido posible que aún le quedaba.

La Elaboración del Vino

La mayoría del vino obtenido en esta sierra era blanco, aunque también sacaban vino tinto. Este último lo obtenían cogiendo las cepas de uva tinta aparte, le quitaban los “escobajos” o ramajes y la uva sola molida la echaban en el tonel con el mosto a fermentar. Este orujo de uva tinta se sacaba a los 20 ó 21 días, ya que era el tiempo para poder darle color al caldo.
Una vez terminado el proceso de fermentación que duraba dos meses, se realizaban los trasiegos, trasladando el vino a otra barrica a través de un filtro. Una vez vaciado el tonel se limpiaba sacándole las madres. Este trasiego se realizaba tres o cuatro veces para conseguir un caldo muy claro.
Bodega de Sorvilán


El tonel limpio se azufraba con un recipiente de barro que llevaba azufre y ascuas del fuego, éste se introducía en el tonel durante diez minutos para conseguir que quedara totalmente desinfectado.
Al terminar la fermentación se dejaba un mes más el vino en la barrica, para que las madres bajaran totalmente al fondo. Con estas madres se hacían unos “panecillos” que secaban al sol, una vez secos se los llevaban para producir aguardiente en las diferentes fábricas de la Contraviesa.
La graduación de este caldo se encontraba entre los 13 y 14 grados, estando relacionada con la uva utilizada y la cantidad de horas de sol recibidas por la viña. El vino envejecía con el tiempo, pero mucho más si este estaba en toneles de madera.

* Autor: Manuel Maldonado García. Sorvilán (Granada)

El Valor de una Niña de Postguerra




La noche anda ya avanzada, es un día de primavera en Mágina y me encuentro deleitándome con la constante y parsimoniosa caída del agua del caño sobre la alberca. La oscuridad inunda el paisaje, algunos sonidos llegan difuminados desde el pequeño valle del arroyo. Con el paso del irreversible tiempo la vista cada vez se adapta más a la penumbra. Sentado sobre el tronco de pino una inmensa mole de chopo se cierne en la frontal de la mirada, su silueta enlaza con la de la serranía de enfrente, haciendo un todo con el majestuoso cielo estrellado hasta no poder más. Después de un instintivo movimiento un chapuzón suena muy cerca de mí, la pequeña rana se habrá asustado no esperando tal figura en la cercanía de su ecosistema acuático, en esos momentos en los que la naturaleza les tiene reservado el gran escenario sólo para ellos, sólo para la vida salvaje.
Llegada a los cortijos del Preñao y Pedro Montes



La mente empieza a notar el descanso del entorno, la respiración cada vez es más sosegada, el ruiseñor insiste en su melodía, que junto con la imagen estelar hace que los pensamientos fluyan con una armonía inusual. Un movimiento extraño en el agua me hace ponerme en alerta, enciendo la linterna y sorprendo a una pequeña culebra de cogulla que quiere escapar de mi curiosa persecución, bucea y de repente asoma su collarina cabeza para introducirse por el caño de la alberca. Desaparece, en ese instante recuerdo cuando reconstruí ese antiguo albañal, el cual perteneció a uno de los cortijos de gran solera de la sierra de la Contraviesa, en el llamado Cerro del Gato de Albuñol. Su nombre, cortijo del Preñao, y viene a cuento este recuerdo porque allí ocurrió una de esas bellas y curiosas historias de la época de la postguerra civil española, la cual llegó a mis oídos por una casualidad durante una visita a la morada de mis padres.

Subía las escaleras llamando la atención de mi madre, pero ella no contestaba, sólo escuchaba a lo lejos la voz de una persona que me recordaba a alguien, pero no sabía ponerle cara. Me fui acercando al balcón y allí estaban las dos, dos buenas amigas de la adolescencia recordando y platicando sobre tiempos pasados y disfrutando de los momentos actuales. Tienen la misma edad, sobrepasan los ochenta, pero, aunque muy distinta la una de la otra, ambas mantienen una amistad entrañable, mi madre y la protagonista de la historia, Mari Carmen, Carmencilla la del Preñao.
Pronto entro en su conversación, y le pregunto a Mari Carmen si es cierto que cuando era joven y vivía en aquel cortijo tuvo una experiencia con los Maquis de la zona. Ella se sorprende de la pregunta, y enseguida me empieza a contar. Mi madre se limita a escuchar, escapándosele algunas lagrimas de pena y añoranza por los tiempos pasados y que por desgracia ya jamás volverán.
Cortijo de Preñao en la actualidad
“Todo ocurrió durante el 7 de mayo y el 8 de madrugada de 1947. Carmencita tenía 15 años, acababa de bajar de la era, situada en la parte de arriba del cortijo del Preñao, había estado ayudando a aventar la cebada que habían recogido el día anterior. En la puerta del cortijo, en la explanada, se encontraban los obreros que habían estado trillando y recogiendo las mieses junto con su padre, echaban un cigarrillo, acababan de dar de mano. Enfrente, desde el cortijo de Pedro Montes, salían un grupo de obreros que al atravesar el barranco e iniciar la cuesta hasta el Preñao parecían contentos acompañados del amo de dicho cortijo. Pero al llegar a la explanada se dieron cuenta, ya tarde, que no eran trabajadores del campo, eran maquis, bandoleros. Estos empezaron a vociferar asustando a los obreros que no sabían qué hacer, los maquis, mediante golpes y agresiones, hacían que todos levantaran las manos al grito “¡somos los guerrilleros de Francia!”. El jefe de todos ellos era el famoso “Polopero”, muy conocido por estos lares por su violencia cuando asaltaba cortijos del lugar o cuando se cruzaba con patrullas de guardia civiles.
Entrada principal
En unos instantes tenían retenidos a todos los obreros además de al padre y a la madre de Mª Carmen, junto con sus hermanos Frasco, Juan y José. La niña, al ver lo que ocurría, no se dejó ver, ya que cuando sucedía este altercado, ella estaba dentro de la vivienda limpiando el tubo de un quinqué. De esta forma ella escapó rápido hacia las cámaras, cogió las escopetas y salió por la puerta de arriba para esconderlas debajo de los penachos y del maíz. En ese mismo lugar se escondieron ella, una amiga que había venido a verla ese día y la joven maestra del cortijo de los Chaulines. De pronto pensó que si descubrían los bandoleros que habían escondido las armas podrían tomar represalias contra sus padres, así que volvió a salir del escondrijo y colocó las escopetas en su lugar de origen.
El miedo era pavoroso entre las damiselas, no sabían lo que podría ocurrir, no sabían qué buscaban esos malhechores, por qué allí, cuando en toda la contienda de la Guerra Civil jamás habían tenido un altercado con ninguno de los dos bandos. Entre las conversaciones que oyeron descubrieron que conocían muy bien estos cortijos, estaban bien informados, posiblemente por obreros que tenían de confianza en ambas haciendas. A Pedro Montes le exigían que les diera la pistola que tenía, aunque éste lo negó en todo momento y no les entregó el arma. A Frasquito, su padre, le pedían cien mil pesetas de las últimas ventas de productos agrícolas, lo cual no podía entregar porque lo había invertido recientemente en la compra de nuevas tierras.
Los bandoleros, viendo que todo se le tornaba a mal se reunieron aparte, y de manera violenta mediante golpes y empujones sacaron al mulero de su padre y a su hermano Frasco del grupo, habían decidido que estos se acercaran a Albuñol a pedir un préstamo al prestamista del lugar, Don Antonio Cueto. Les dejaron bien claro que en ningún momento podrían decir lo que realmente pasaba en el cortijo, sólo que necesitaban el dinero urgentemente para su padre, que estaba a punto de cerrar un trato muy beneficioso. Si esto no era así, con palabras textuales del propio Polopero, “mataremos a todos los del cortijo, incluido al de pecho (por un niño que tenía uno de los trabajadores)”.
Sendero del Cerro del Gato hacia el cortijo
Su hermano y el mulero se dirigieron al anochecer hacia el pueblo, allí dejaban maltrechos a todos los secuestrados. Bajando la cuesta del cerro del Gato iban cavilando cómo hacer la tarea sin levantar sospechas, la incertidumbre se apoderaba de ambos. Cuando entraron en la población estaba todo muy tranquilo, era un día de primavera sosegado, un grupo de niños jugaban en la plaza del pueblo. Se dirigieron a la casa del tal Cueto, al tocar varias veces en la puerta se dieron cuenta que no estaba allí, entonces decidieron contar lo ocurrido a varios vecinos, incluido su primo Joaquín el de la fonda, de esta manera consiguieron parte del dinero, pero Albuñol se puso en alerta.
Mientras tanto en el cortijo las cosas empezaban a cambiar, el jefe de ellos decide llevarse secuestrados a Pedro Montes y a su padre lejos de donde se encontraban. En ese instante, al oírlo, Mª Carmen sale del escondrijo y dice que ella se va a donde vaya su padre, el Polopero sorprendido la zarandea echándola para atrás, ella se empecina y se abraza a Frasquito. El bandolero recula y con un fuerte resoplido le dice a la niña que debe quedarse, ya que su padre morirá y ella tendrá que venirse sola hasta la hacienda. Eso no la convence y consigue irse con todos ellos, los bandoleros, su padre y el amigo.
Inician el camino al atardecer, suben hacia el cortijo de los Amates, para seguir cruzando la carretera para ascender por el cerro Gordo, por encima de Sorvilán. Al atravesar la zona de campiña uno de los bandoleros se queda vigilando la posible llegada por la noche del dinero. El resto sigue su camino hasta llegar después de varias horas a una gran encina. Allí paran, será el lugar donde monten su pequeño campamento. La noche estaba bien avanzada cuando se acercó el Polopero hasta la niña, empezó a conversar con ella, era un hombre joven y atractivo, y entre sus palabras dejó entender que había sido maestro de escuela. Le dijo a Mª Carmen que era muy bella, y que cuando gobernara Negrín en España vendría al cortijo para llevársela y casarse con ella. La niña, sorprendida, no hizo mucho caso de lo que oía ya que el miedo a perder a su padre la tenía ensimismada.
Explanada del cortijo
La noche seguía prolongándose, los mandados no aparecían por ningún lado, cada vez se marcaba más nerviosismo en el entorno. De vez en cuando, llamándose con el nombre de camaradas, se discutían, no descansaban ni un instante, no se dormían. De madrugada varios de los bandoleros saltaron al unísono totalmente crispados por no ver aparecer el dinero por ningún lado, cogieron a los dos secuestrados y los subieron de un empujón encima de un balate. Decían que los iban a fusilar sin ninguna piedad. Los hombres pedían clemencia, la niña gritaba y se aferraba a las piernas de su padre, entonces los maquis, al ver que la niña no paraba, la subieron también con ellos, era un quejido constante bañado en un mar de lágrimas. En ese instante, cuando parecía que se iba a  producir la tragedia, apareció el Polopero que estaba retirado descansando y al grito de la niña despertó, llegando muy enojado y gritando en voz alta “¡sí habrá tiros, pero hacia los mismos camaradas!
Después de esto el jefe de la banda decidió que de esta forma no conseguirían el dinero, así que los dejó ir, advirtiéndoles que en unos días pasarían de nuevo por el cortijo para cobrar el dinero, y que si eran apresados o matados por la guardia civil, no dudarían al poco tiempo volver el resto para matar a toda la familia y meterle fuego al cortijo.
Viéndose libres echaron a correr de forma desesperada, Carmen, la niña, le dio tiempo a coger de un asa la garrafa de vino, ya vacía, que los maquis le habían robado, y de esta forma recuperar al menos el recipiente. Cuando corría hacia abajo le vino a la mente un hecho ocurrido con los maquis precisamente a la familia de Pedro Montes, a los que habían matado por la espalda, así que Carmen paró y observó lo que dejaba atrás, para asegurarse de que no serían tiroteados a sangre fría. Vio como subían para después desviarse hacia los montes cercanos de la costa, donde decían que los tenían recogidos en el cortijo de San Pedro, llegando en una ocasión a estar la guardia civil en el mismo cortijo con los dueños mientras ellos estaban en una habitación contigua. A la larga se supo esto y la guardia civil castigó severamente a esta familia.
Panorámica al Mediterráneo desde la puerta del cortijo
Después de dicha observación la niña siguió la carrera hasta encontrarse con su padre y su amigo que la esperaban en la carretera del cerro Gordo. Prosiguieron su camino con mucho miedo, ya que todavía era de noche y no sabían con qué podrían encontrarse. Pronto llegaron al Preñao, su sorpresa fue enorme, los “civiles” de toda la comarca se encontraban en sus alrededores, habían tomado el cortijo. Lo que no habían conseguido las fuerzas del estado lo había materializado un pequeña niña, su valentía había hecho que estos dos hombres no murieran en manos de unos desaprensivos bandoleros.
Una vez reunidos en familia con su madre y hermanos, decidieron no quedarse ni un momento más en el hogar de toda su vida, las palabras del Polopero los intranquilizaba sobre manera, así que cogieron los cuatro bártulos más precisos y se marcharon hacia la casa de los Muñoz de La Rábita, mientras que la estirpe de Pedro Montes se marchó hacia el Cortijo Bajo. La despedida fue muy entrañable, habían sido vecinos y amigos durante varias generaciones, y ahora el destino los había juntado para separarlos para el resto de sus vidas.
Frasquito el del Preñao y toda su familia se trasladaron a vivir a la ciudad de Almería, a la casa de los Muñoz hasta que pudieron comprar la suya propia. Desde entonces jamás volvieron al cortijo, y los productos que generaba el mismo, los recibían de vez en cuando, ya que el medianero se los enviaba con el camión de los Morales hasta la misma ciudad. Con el tiempo compraron casa también en Albuñol, pasando en esta población largos periodos de su vida. Sin embargo, su existencia en torno a los cortijos habría desaparecido para siempre”.
La era desde donde vieron aparecer a los bandoleros

… El ruiseñor ya no se oye, la noche empieza a clarear, es hora de volver a la morada. Una historia más, una vida más. Aprovecharemos los momentos que nos quedan.



A Mari Carmen y a sus hijos, que seguro habrán disfrutado y difrutarán de una mujer de armas tomar.